La novela del chino Cixin Liu, alabada y premiada en todo el mundo, retoma la temática de la invasión extraterrestre, pero la muestra de una forma muy distinta a la que estamos habituados, aunque como siempre en este género- apelando a nuestros miedos más atávicos.
La novela del chino Cixin Liu, alabada y premiada en todo el mundo, retoma la temática de la invasión extraterrestre, pero la muestra de una forma muy distinta a la que estamos habituados, aunque como siempre en este género- apelando a nuestros miedos más atávicos.
"Es algo indescriptible . Tengo que esforzarme por mirarlo de frente: sus ojos son negros, como los de una serpiente, la boca tiene forma de V y una especie de baba que cae de ella, de unos labios que parecen temblar. El monstruo, o lo que sea, apenas puede moverse".
Así partía la descripción de los extraterrestres que hicieran Howard Koch y Orson Welles el 30 de octubre de 1938, por medio de la CBS, cuando adaptaron al formato radial la famosa novela "La Guerra de los Mundos", de HG Welles (1898), generando un pánico nunca antes visto en Estados Unidos.
Claro, le tenemos miedo a lo que no conocemos y especialmente a aquello extraterreno, a lo que está más allá de los límites de nuestra comprensión, y eso fue lo que Welles explotó esa noche: sabía que se iba a la segura, pues la ciencia ficción ya había desarrollado a esas alturas un estereotipo de extraterrestre aterrador y muy ad hoc a los terrores atávicos de la humanidad: el "marciano".
Este nació a partir de 1877, cuando el italiano Giovanni Schiaparelli observó por primera vez lo que él creyó que eran canales de agua sobre la superficie marciana, idea que luego adoptó el astrónomo Percival Lowell, quien creyó (por un error de traducción) que Schiaparelli se refería a canales artificiales. Ello inflamó la imaginación de muchos escritores (Welles incluido), generándose, nadie sabe bien cómo, la idea de que los posibles autores de dichas construcciones debían ser hosti humani generis; es decir, hostiles al género humano.
Así, los marcianos se convirtieron en temibles enemigos, dedicados a secuestrar enemigos, robar electricidad y/o comer azúcar, y su imagen horrorífica se fue consolidando a partir de historias como las escritas a partir de 1914 por Edgar Rice Burroughs (el autor de Tarzán) quien, basándose en los textos de Lowell, incursionó con mucho éxito en la ciencia ficción con best sellers como Una princesa de marte (1912), donde aparecieron por primera vez marcianos verdes (por cierto, Burroughs no fue el primero en escribir sobre los marcianos, pero fue quien los popularizó con los más de 30 libros de aventuras espaciales que escribió).
La "investigación ufológica"
Luego de la Segunda Guerra Mundial vendría una nueva oleada de escritos sobre extraterrestres. A los grandes cuentos y novelas de autores como Ray Bradbury, Isaac Asimov o Robert Henlein se sumarían trabajos de "no ficción", como Detrás de los platillos volantes, escrito por Frank Scully, en 1950 (sí, el apellido de Dana Scully, de los X Files, es una referencia a Frank Scully), Los platillos volantes son reales (1950) y Platillos volantes de otros mundos (1953), ambos de Donald Keyhoe, además de "investigaciones ufológicas" como El incidente Roswell (1980), de William Moore y Charles Berlitz.
Todos estos libros y muchos otros del mismo estilo tenían casi el mismo eje: la existencia de seres monstruosos, provenientes del espacio, de ojos alargados, con aspecto de reptil, verdes o grises, y poseedores de tecnologías prodigiosas.
A mediados de los años 80, sin embargo, apareció una novela póstuma del astrónomo estadounidense Carl Sagan: Contacto (llevada posteriormente al cine), la cual rompió con ese esquema, así como en el cine lo hizo antes, Encuentros cercanos del tercer tipo. Basada en el uso de la radioastronomía como método de búsqueda de vida extraterrestre, planteó la posibilidad de un acercamiento por medio de códigos binarios y la existencia de extraterrestres "buenos".
Desde China con amor
Hoy, el género sufre una nueva vuelta de tuerca, gracias al chino Cixin Liu y la excepcional novela El problema de los tres cuerpos, ganadora del premio Hugo en 2015, primera parte de una trilogía, y que serán editadas en español.
Escrita con un lenguaje parsimonioso, más pausado que el de las obras de ciencia ficción "occidentales", pero al mismo tiempo, mucho más desconcertante, se inicia en la época de la "Revolución cultural" de Mao Tze Tung, relatando la forma en que un profesor de Física, Ye Zhetai, es acusado de "reaccionario" por sus propios alumnos universitarios y otros profesores, entre ellos su esposa, quien le grita "¡Gracias a la ayuda de las juventudes revolucionarias, hoy estoy al lado de la Revolución, al lado del pueblo!". Enjuiciado por enseñar teorías antidialécticas, como la relatividad o el Big Bang, termina siendo ejecutado.
A simple vista podría parecer que lo anterior nada tiene que ver con la ciencia ficción, pero es el punto de partida (y el contexto) para lo que acontece a posteriori, cuando diversos científicos de altísimo nivel comienzan a suicidarse sin explicación, al tiempo que se va narrando la vida de su hija, la astrofísica Ye Wenjie, una de las protagonistas de la novela (e hija de Ye Zhetai).
Por su parte, el científico Wang Miao comienza a ver en todas partes secuencias numéricas sin explicación, que pronto lo entiende- son una cuenta regresiva, una marcha atrás inexorable para la cual trata de buscar una respuesta coherente, mientras es observado de cerca por el enigmático comisario de la policía, Shi Qiang, un hombre que dice menos de lo que sabe y que intenta convencer a Wang de infiltrar una hermética sociedad de académicos llamada "Fronteras de la Ciencia".
Todo ello y más desemboca, al final, en aquello que tanto muchos temen: que hay una civilización extraterrestre que está haciendo contacto (los "trisolarianos", provenientes de Alfa Centauro, sistema solar ubicado a 4.3 años luz del nuestro), quienes, a diferencia de lo que soñaba Sagan, son más parecidos a los de Burroughs o Welles en cuanto a su intenciones, pues quieren invadir la Tierra.
El resto, léanlo ustedes, pero sólo adelantaremos que llegar desde esa distancia a la Tierra no es algo muy simple, pues implicaría moverse a una velocidad constante de 300 mil kilómetros por segundo durante 4.3 años y eso ni siquiera los trisolarianos han sido capaces de resolver totalmente