La narrativa que ha tenido a nuestra urbe como escenario de sus historias ha conseguido captar de forma importante tanto su diurnidad como su nocturnidad. Acá un repaso por algunos de los autores que lograron capturar esa esencia, aportando a construir una identidad literaria de la ciudad.
La narrativa que ha tenido a nuestra urbe como escenario de sus historias ha conseguido captar de forma importante tanto su diurnidad como su nocturnidad. Si bien autores como Daniel Belmar, Sergio Gómez, Darwin Rodríguez y Pedro Silva hacen énfasis en sus pequeños infiernos nocturnos, en sus mundos subterráneos, otros como Alfonso Alcalde, David Avello, Felipe Fuentealba e Ingrid Odgers describen sus ambientes diurnos.
En el caso de Belmar, a través de sus novelas Ciudad brumosa (1950), Sonata (1955) y Los túneles morados (1955), el autor se dedica a describir a esta "gran ciudad tendida como una dulce bestia aletargada". Comienza su obra aproximando al lector al entorno urbano que será escenario de la historia da la impresión que Belmar no se contentara con describir su geografía urbanística, y quisiera aproximarse a su dimensión espiritual.
"Era una gran ciudad. Mas, como todas las ciudades, su alma era bella y sórdida, entusiasta y apática, intransigente y liberal", dice. En su novela Los túneles morados, publicada en 1955, presenta una suerte de radiografía de la vida nocturna de Concepción, teniendo como inmejorable escenario una noche lluviosa de invierno, donde un grupo de jóvenes estudiantes universitarios realiza un largo y errático periplo entre bares y burdeles.
Esta descripción de la ciudad contrasta, en alguna medida, con el imaginario propuesto por Alfonso Alcalde en su narrativa. La escritura de Alcalde se centra también en la marginalidad, aunque preferentemente en las comunas costeras del Gran Concepción: Tomé, Penco, Lota, Talcahuano, entre otras. Utilizando el lenguaje y la dura realidad de pescadores, payasos de circo, almaceneros, carpinteros y vagabundos, Alcalde recrea una escena donde los más desposeídos y abandonados tienen la palabra. El énfasis está puesto en las duras condiciones materiales donde viven los protagonistas, así como en los problemas ocasionados por la falta de oportunidades. Resulta importante destacar que, no obstante ser un narrador de la marginalidad, Alcalde les confiere dignidad y humanidad a sus personajes. Especial atención merece su libro de relatos El auriga Tristán Cardenilla y otros cuentos, publicado en 1971, y su monumental poemario El panorama ante nosotros, de 1969.
Más de treinta años después de publicada Los túneles morados, en 1994, otra novela, Vidas ejemplares de Sergio Gómez, nos vuelve a adentrar en una serie de pasajes, a partir de los cuales los desorientados personajes buscan desesperadamente alguna iluminación para sus vidas. No resulta ninguna casualidad que uno de los protagonistas sea un taxista pirómano, cuya descripción de sus recorridos nocturnos por la ciudad es utilizada por el autor para articular una serie de situaciones que impactan la vida de todos los demás personajes. Pareciera tratarse, en definitiva, de una manera de acercarse a lo incognoscible, es decir, a la mayor parte de las cosas que suceden en la ciudad de forma simultánea.
Un panorama diferente se percibe en la narrativa en los últimos cinco años. Es posible constatar una necesidad por el rescate de rasgos identitarios territoriales. Se trata de autores que publican en editoriales pequeñas del Gran Concepción. Este interés por la memoria parece ir sujeto a un rescate identitario y territorial que, como los mismos autores lo han manifestado, no se queda solo en la simple escritura de lo pasado, sino que se propone sentar las bases para el surgimiento de nuevas ideas transformadoras.
Hasta hace algunas décadas, Concepción poseía una intensa vida social y cultural que transcurría en espacios privilegiadamente nocturnos como bares, prostíbulos y restaurantes. Su bohemia generaba un espacio donde convergían artistas, intelectuales, obreros, estudiantes universitarios, pero también prostitutas, malhechores y toda clase de noctámbulos. Así lo consigna el trabajo de Pedro Silva Torres. En su libro Coronel de noche. La bohemia de los 60 (2014), el autor incursiona precisamente en la dimensión sociopolítica de la nocturnidad en la pasada década de los sesenta. "Cuando se dice que se conversaba es porque el intercambio de ideas fue parte relevante y trascendente de esas trasnochadas, porque se discutía con pasión y se comprometían y aceraban voluntades en torno a proyectos y programas que buscaban cambiar la sociedad, liberándola de injusticias, de desigualdades, de explotación y pobreza. Lejos de rehuir la realidad se la enfrentaba, para analizarla, para descubrir sus falencias y males, para transformarla", señala el autor coronelino.
Otra voz importante en la narrativa de Concepción es la del poeta y novelista David Avello, cuya producción lírica como narrativa durante la década de los ochenta es de consideración. Sus obras ofrecen interesantes aproximaciones a la transformación que experimentaron ciertos barrios y territorios del Gran Concepción, a partir, por ejemplo, del ejercicio de la memoria por parte de los protagonistas de sus novelas y relatos. Destacan los libros de relatos Vuelvo con el corazón en un puño (1987) y Cuentos para no morir (1989), así como las novelas Incidente en el Bío Bío (1989), y Natalia mi amor (1991). Asimismo, cabe mencionar a la escritora y gestora cultural Ingrid Odgers, con sus novelas Los ojos que te vieron (2013), y De tu sangre cautiva (2014). En ambas obras, el cruce de la memoria con la descripción de los espacios urbanos del Gran Concepción es digno de resaltar.