
Miles de familias buscaron refugios en carpas y mediaguas. La gran destrucción de hogares, producto del mar, se sintió con fuerza, principalmente, en las caletas.
Por Lucía Vásquez Roa
Las aldeas transitorias fueron el espacio de muchas personas de la costa local durante meses o años. Es que en el caso de varias caletas, por su cercanía a la costa, el tsunami destrozó todo, incluyendo inmuebles.
De ahí que varias voces, que vieron sus casas destruídas viéndose en la obligación de acudir a carpas y casas provisorias, en primera instancia, recuerdan cada detalle de esa época, ahora desde una nueva vida y un nuevo hogar.
Gloria Sanhueza (67 años), nacida y criada en Caleta Tumbes, narra con detalle el horror vivido en medio del tsunami que azotó a ese punto de Talcahuano. “Cuando empezó a sacudirse la tierra, el mar se fue para adentro. Yo recuerdo cuando empezó el movimiento y unos minutos después el mar se recogió. Se recogió y después vino con la fuerza del oleaje grande y empezó a sacar lo que más pudo. Empezó a sacar casas y autos desde el norte de la caleta”.”La gente gritaba: ‘¡Salgan, salgan, salgan de sus casas porque viene la mar!’” detalla Gloria.
“Nosotros designamos irnos para el cerro por la altura. Todos empezaron, arranquemos para el cerro y empezamos a arrancar para allá.”
La evacuación fue caótica “para uno fue fuerte, imaginense para los abuelitos que no podían ni caminar bien, o los mismos niños que no entendían nada”. Los autos se convirtieron en improvisadas ambulancias. “Vehículos de vecinos echaban gente arriba, y partimos todos”. Gloria recuerda que en una camioneta vio hasta ocho personas.
“Una vecina quiso sacar su platita, volvió para su casa y la alcanzó el mar…. Y aún así, gracias a Dios no perdió su conocimiento y logró salir de la ola”.
La vida en la aldea fue un desafío constante. “Después que llegamos a la aldea toda la gente nos ayudamos con las carpas, con lo que es comestible. Preocupados porque la mar se había llevado personas”.
La seguridad era precaria. “No estábamos tranquilos porque igual venían los movimientos”. Pero la solidaridad vecinal fue un bálsamo. “Aquí en la caleta todos nos apoyamos”.
Para explicar la tragedia a los niños, se les habló con la verdad. “A los niños no se les miente, y menos en cosas así. Mi mamá siempre me decía, que si sentía un movimiento brusco, debía salir de la casa”. La experiencia transmitida por su madre le salvó la vida. “Me salvó lo que me dijo mi madre, y yo salvé a mis hijos”.
Gloria valora la ayuda recibida y las casas que se construyeron después. “Cumplen con lo que una casa debe entregar”, dice. Sin embargo, el miedo persiste. “Tengo mucho miedo a que vuelva a pasar, y más si seguimos acá”.
Los servicios básicos en la aldea eran limitados. “La municipalidad venía a dejar agua en tallos. Y los baños igual, no podemos decir que eran malos porque para lo que pasó… no podíamos pedir más”. Afortunadamente, no hubo brotes de enfermedades.
Adán y Gabriel (mayores de 65 años), amigos de años y víctimas del terremoto en Caleta Tumbes, complementan el relato de Gloria. “Nos unimos arriba, en un fundo que había, ahí estuvimos como cinco años”, explica Adán.
Gabriel rememora el momento del terremoto. “Estábamos durmiendo y ahí tuvimos que subir un cerro, la evacuación fue difícil, la gente caminaba con los niños en brazos y al hombro. La adrenalina ni te hacía percatarse del peso que estabas cargando”.
Gabriel, que era buzo, dejó su embarcación para ayudar. Adán destaca un acto de valentía. “El tío Reynaldo no caminaba, tenía solo una pierna. Y un cabro se lo echó al hombro. Subió como si no hubiera nada, y hasta llegó a correr por la desesperación”.
Tras la experiencia, la comunidad se unió aún más. “Tuvimos que unirnos todos. Vivíamos arriba en una loma grande. No había peligro de nada, pero siempre quedó el miedo. Porque todos vimos como el mar se llevó nuestras cosas, nuestros recuerdos. Y seguir en este sitio, es pensar en lo ocurrido todos los días”, agregó Gabriel.
La aldea duró aproximadamente cinco años. “Ahí le pusieron agua potable y baños bastantes completos”, señala Adán. “Éramos dos grupos, y en los dos lados había baños. La gente todo dejaba limpiecito, así que nunca nos enfermamos ni nada”.
Hilda Araya (86 años), también recuerda el terror del tsunami. “Parecía un tren de carga gigante. Hacía un mes que había terminado mi casa. Tenía seis dormitorios para mis nietos, cuando ya no nos podíamos mantener en pie, nos levantamos lo puesto y salimos a oscuras. Fuimos a las canchas y sentimos que el mar llegaba arriba, al muro que nos protegía”.
Hilda subió al cerro “con pantalones y un jersey nomás, sin ni una moneda. El mar se llevó todo, la casa está completa y eso que era de cemento, no quedó ni el piso” comenta con pesar.
“Al tiempo después, entre todos los vecinos nos unimos, y aunque yo no estuve tanto tiempo como el resto en la aldea, puedo decir que las personas de Tumbes se organizaron super bien. Nunca supe de infecciones ni de robos” contó.
Aunque las autoridades llegaron después, debo agradecer al gobierno de turno, ya que nos brindaron estas casitas, que nos permitieron darle un cierre a tanta tragedia” agradeció Hilda.
Francisco y Lucy, matrimonio vecino de Caleta El Morro de Talcahuano indican que la comunidad emergió como un faro de resiliencia y unidad.
En la localidad vivían muchas personas que necesitaban ayuda para huir “nosotros no pensamos en nuestra propia salvación, sino en la necesidad que había allí, y entre todos nos ayudamos como pudimos”, relata Lucy, destacando cómo la comunidad se unió para rescatar a ancianos y niños atrapados.
Tras la emergencia, los sobrevivientes se refugiaron en campamentos improvisados en las colinas. La vida era precaria, con escasez de agua, higiene limitada y el constante temor a las réplicas.
Sin embargo, la adversidad sacó a relucir lo mejor de la gente. “Como familia, estábamos todos juntos, además como vecinos nos unimos, cuidamos lo que nos entregaban desde el gobierno y municipio, y jamás tuvimos un problema, sea de sanidad o de asaltos”, explica Lucy, subrayando la importancia del apoyo mutuo en tiempos de crisis.
Después de cuatro años y cinco meses de espera, las familias de El Morro finalmente recibieron las llaves de sus nuevas casas. La ceremonia de entrega de títulos de dominio fue un momento de alegría y un símbolo de renacimiento.
“Tener el título de dominio en nuestras manos, después de tantos años, hizo que la tragedia que nos unía como vecinos, se convirtiera en alegría y fe “, reflexiona Lucy.
Los lazos de amistad forjados en el campamento perduran, y la comunidad se mantiene unida ante cualquier desafío. “Aquí el Morro es unido. Cuando pasa una tragedia, todos se unen. Esto es único”, concluye Francisco.
En Dichato- Tomé- Mónica Andrades relata el caos y la urgencia de la evacuación tras el terremoto: “Después del sismo, del movimiento brusco, nosotros tomamos lo que pudimos, nuestra ropa, nuestros documentos. Yo me quedé en pijama, solo me puse un chaleco, agarré a mi niño del brazo y subimos al cerro”.
La advertencia de su padre sobre la inminente llegada del tsunami fue crucial para movilizar a la comunidad: “Mi padre mandó a sacar a toda la gente de aquí. El sismo era demasiado grande como para que el mar se quedara quieto”.
Al amanecer, la magnitud de la destrucción era abrumadora. “Al otro día, cuando uno veía esto, el mar parecía una población desordenada, con las casas que quedaban flotantes. El mar sacó segundos pisos enteritos”, describe.
Mónica expone que ante la falta de comunicación y las necesidades básicas insatisfechas aumentaron la desesperación de los vecinos.
“Con mi familia nos encargamos de darle sustento a todos los que pudimos, yo iba a Cabrero por alimentos perecibles, y se los entregaba a todos los que me pedían” contó.
Jovina Béjar, vecina de Dichato, compartió su dolorosa experiencia en el campamento. Recién enviudada, enfrentó la pérdida de su hogar y negocio: “Era como una pesadilla hecha realidad, lo perdí todo la casa, el negocio, todo”.
A pesar de la adversidad, la comunidad se unió para apoyarse mutuamente: “prácticamente sola con mi hijo ya que mi esposo nos dejó el 2009, tuve que salir con lo puesto, todos los vecinos nos fuimos para arriba, donde ahora está el cesfam de Dichato. Allá arriba fue terrible, no solo por el suceso en sí, sino que al venir el mar, todos vimos como el mar se llevaba con rabia nuestras, que con tanto esfuerzo compramos”.
Béjar enfatizó la importancia de la evacuación: “siempre le enseñé a mis hijos que si hay un temblor, uno no se sostiene parado, tiene que arrancar”. Su familia no solo se protegió, sino que también alertó a otros vecinos. La rapidez en advertir fue crucial para salvar vidas, como recuerda Jovina.
“Acá hicimos todo lo que nuestras manos nos dejó, sacamos niños, abuelos y personas con discapacidades intelectuales, quienes fueron los más complicados de manejar” detalló.