Análisis sobre el COA y las aprensiones que existen torno a este concepto, que es una forma de comunicación de personas privadas de libertad fueron foco de encuentro realizado en la UdeC.
Por Montserrat Serra Cárdenas.
En el marco de la Escuela de Verano 2025 de la Universidad de Concepción (UdeC), se realizó la charla “Orgullo y prejuicio: Fonetismo y actitudes lingüísticas hacia el habla carcelaria en Chile”.
El seminario fue dictado por el Dr. Jaime Soto, dr. Daniel Pereira y el Dr. Mauricio Figueroa; todos académicos del Departamento de Español de la UdeC, quienes determinaron los prejuicios que existen en torno al habla carcelaria en Chile.
También, se evidenció que los reclusos se sienten orgullosos de su forma de hablar, demostrando que es parte su identificación como personas. De ahí se desprende el nombre de la charla.
La Gendarmería de Chile explicó que el COA es una lengua que se utiliza en el ámbito carcelario, y, más allá de él, como instrumento o herramienta de comunicación.
“Preliminarmente, se puede decir que el COA es una jerga propia de las y los prisioneros chilenos”, se explica en el manual “Hablemos sobre el COA. Más allá de la cárcel” de la Gendarmería de Chile.
Se cree que el término “coa” proviene de “coba”, una palabra de origen gitano-español que significa algo así como “entretener o distraer a una persona”.
De acuerdo con ello, “dar la coba” se puede interpretar como adular o embustir, lo que en Chile podríamos conocer como “engrupir”.
Además, se señala en el documento que este tipo de habla es una forma por la cual los internos expresan su ideología. Es decir, su propio sistema de creencias ubicadas simbólicamente en el pensamiento de su sociedad.
“En ese sentido, el coa se posiciona como una forma de visibilidad o de esquematización de la realidad carcelaria entre el lenguaje y la mente, por ponerle nombre a cosas que en el mundo no penitenciario no se nombran y que eventualmente se ignoran, pero no por eso no existen”, se explicita en el manual de Gendarmería.
Es por ello que, Daniel Pereira expresó que “hay una amplia distancia euclidiana -la distancia más corta entre dos puntos en un espacio euclidiano- entre el habla carcelaria que, con otros sistemas del habla, como, por ejemplo, el de los profesionales”.
Para comenzar, los académicos determinaron que “el habla es un fenómeno multidimensional y complejo, por lo que hay muchas diferencias entre un habla que es más característica de alguien que ha completado estudios universitarios y de alguien que está en la cárcel”.
El estudio consistió, entre otros aspectos, en aplicar una encuesta a 300 personas sobre cómo percibían el habla carcelaria, sin que supieran que estas personas estaban privadas de libertad.
El estudio se realizó a profesionales, no profesionales y reclusos. Asimismo, los académicos relataron que cada uno de esos grupos se comporta como comunidades de habla diferenciada.
“Por ejemplo, el sonido “sh” asociados con la letra <ch> no se pronuncia nunca en los profesionales, aparece regularmente en los no profesionales y se produce con una muy alta frecuencia en el habla carcelaria”, destacaron los investigadores.
Respecto de las vocales, se observó que los profesionales desplazan la lengua hacia el centro de la boca cuando las pronuncian; los no profesionales lo hacen en menor medida y los reclusos tienden a desplazarla hacia los bordes de la cavidad bucal.
“Los oyentes encuestados indicaban respecto de la dimensión personal de las y los reclusos que eran no educados, no inteligentes y deshonestos. Sobre el uso de la lengua, indicaban además que pronunciaban mal”, señalaron los académicos.
“Asimismo, considerando el nivel educacional de las personas encuestadas, a menor nivel educacional, las opiniones tendían a ser más negativas. Y, al contrario, a mayor nivel educacional, las opiniones tendían a ser menos negativas”, agregaron.
En cuanto a la edad, las valoraciones tendían a ser más negativas cuando la o el encuestado tenía mayor edad y más positivas cuando la o el encuestado era más joven”, concluyeron los tres expertos.
Soto, Pereira y Figueroa comentaron que en los que respecta al vocabulario, mientras un profesional podría decir “guapo”, “buenmozo” o “bonito”, un recluso podría decir “peineta”.
Sin embargo, esto no quiere decir que los reclusos no puedan adaptarse y el vocabulario puede adaptarse, y un recluso perfectamente puede usar los términos más habituales tanto adentro como afuera de la cárcel.
“Lo que no es tan fácil de cambiar o controlar a voluntad son dimensiones como los sonidos que usamos para hablar, los que también distinguen a grupos de personas en Chile”, explicaron los expositores.
Por ejemplo, los lingüistas detallaron que es posible encontrar muchas maneras de pronunciar una palabra como “cuatro”. Mientras un profesional podría pronunciar esta palabra con un ligero debilitamiento, algunos reclusos lo podrían pronunciar con un mayor debilitamiento.
Esto es parecido a lo que podríamos escribir como “cuasho”, muy parecido a “osho” (ocho). Comentaron que otro ejemplo es lo que sucede respecto del sonido de la letra <s>.
“Un profesional siempre la pronuncia como tal en palabras como ‘pásamelo’ o ‘casamiento’, pero algunos hablantes en situación de cárcel pronuncian ‘páhamelo’ o ‘cahamiento’”, explicaron.
Se podría pensar que las principales diferencias dentro del habla carcelaria las determina la región geográfica. Esto no es así, ya que los expertos lograron identificar que “el habla carcelaria es variada, pero parece ser que las principales diferencias que se ven dentro de ella no tienen que ver con la región de origen de los reclusos, sino con la identificación o no.
También juega un papel importante la adopción o no de un estilo de habla característico del mundo de la delincuencia. Y es que, en Chile, Daniel Pereira expresó que mandan los estatus económicos, no las regiones a lo largo del país.
Sobre este dicho, los investigadores aclararon que “el comentario corresponde a una situación específica que se relaciona con un grupo de personas en situación de cárcel entrevistadas en el marco del proyecto del habla carcelaria”.
Y es que dentro del grupo de estudio había evangélicos, en donde se observó que muchos intentaban comunicarse a través de un habla considerada correcta y cuidadosa.
Sin embargo, a medida que transcurría la entrevista, algunos de estos hablantes iban cambiando su forma de pronunciar. Cambiando así de una manera más cuidada a una más subestándar.
“Si uno posee una mala pronunciación, inmediatamente se te juzgará de que hablas mal”, afirmó Pereira.
A pesar de esa valoración social, el académico expresó que “dentro de los carcelarios se sienten orgullosos de su forma de hablar, a pesar del prejuicio que existe en torno a ella”.