Preocupación extrema, miedo a vivir situaciones catastróficas, crisis de angustia y de pánico son algunos de los síntomas de este trastorno que no solo experimentan las personas que están viviendo una situación específica, sino también quienes son espectadores de lo que pasa a través de los medios.
Sequías prolongadas, grandes incendios, precipitaciones escasas o inusuales, inundaciones, huracanes cada vez más poderosos y temperaturas extremas son algunas de las manifestaciones que a diario nos recuerdan la emergencia que vive el planeta debido al cambio climático y que, de acuerdo a los especialistas, se agravarán en frecuencia e intensidad en los próximos años.
En marzo de este año el Panel de Expertos de Cambio Climático (IPCC) advertía que el ritmo y la escala de las medidas adoptadas hasta ahora son insuficientes para hacer frente a la crisis climática global; un panorama poco alentador para la población en general y más para quienes ven comprometida su salud mental por esta realidad.
Hace unos años, se acuñó el concepto ecoansiedad para describir el cuadro ansioso que el tema genera en algunas personas y que la Asociación Americana de Psicólogos (APA) caracteriza como “el temor crónico a sufrir un cataclismo ambiental que se produce al observar el impacto aparentemente irrevocable del cambio climático y la preocupación asociada por el futuro de uno mismo y de las próximas generaciones”.
La psicóloga de la Unidad de Apoyo Psicosocial al Personal Universitario (UAPPU) de la UdeC, Colomba Godoy Arteaga, comenta que la ecoansiedad le pone nombre a una sintomatología que viene desde las problemáticas ambientales del cambio climático que se hacen cada vez más evidentes en nuestra cotidianeidad.
“Podemos ver cómo ha cambiado el clima desde nuestra infancia hasta hoy día; nos damos cuenta desde lo visual, en el territorio, que ya no llueve, que el lago al que íbamos ya no está o que en el sur hace más frío o que los temporales son más fuertes. Y si bien es algo evidente, genera preocupación por la información que tenemos y porque vemos que esto va aumentando”, dice la especialista en Trauma Psíquico.
Preocupación extrema, miedo a vivir situaciones catastróficas, crisis de angustia y de pánico son algunos de los síntomas vinculados a este trastorno que -explica- no solo experimentan las personas que están viviendo una situación específica -como habitar un lugar que se ha ido secando- sino también quienes son espectadores de lo que pasa a través de las noticias.
Y muchas veces -agrega la psicóloga- hay un salto de la preocupación a la depresión y a la desesperanza por una percepción negativa en torno a las políticas o medidas que se están tomando para revertir los efectos del cambio climático.
“Las emociones que más se repiten son tristeza, ansiedad, rabia, enfado, culpa e impotencia; una sensación de no poder hacer nada para que las cosas cambien y eso genera aún más ansiedad. Y también, indefensión, porque las personas piensan que independientemente de las medidas que se adopten o de lo que se haga están expuestas a vivir alguna catástrofe natural, impactos por la contaminación o daños en la salud”, cuenta.
La especialista explicita que, al igual que en trastornos ansiosos de otro origen, las recomendaciones desde la psicología es trabajar en la regulación de esas emociones.
“La base es poder llegar a un estado más tranquilo, con prácticas de atención en el presente, el mindfulness; aterrizar y enfocarse en el ahora y bajar los estímulos estresores”, indica.
La idea luego es “tratar de negociar internamente” con el fin de identificar posibilidades de acción, tanto individuales como colectivas, orientadas a producir cambios en el entorno más cercano; pero de forma realista, considerando los márgenes y límites de intervención.
“Por ejemplo, puedo reciclar y generar cambios en mi entorno; ya no hacerlo solo en la casa, sino que con los amigos o en comunidad y también hablar del tema, porque probablemente no estamos viviendo esto solos”, detalla.
A su juicio, es importante generar discusión en torno a estos temas, abrir espacios para entregar las propias visiones y conocer los sentimientos y perspectivas del otro. “Hablar o escribir de lo que nos pasa ya es de por sí un mecanismo de protección, porque baja la ansiedad a nivel corporal, cerebral y fisiológico”, puntualiza la profesional.
Colomba Godoy también pone el foco en la relevancia de la perspectiva comunitaria y el trabajo en redes para hacer frente a este problema que no se puede solucionar de forma individual.
“Ahí es necesaria la organización y no necesariamente es todo el territorio, toda la región; probablemente podemos organizarnos con nuestro grupo más cercano y ver qué acciones podemos llevar a cabo”.
Por otro lado, sugiere ser cuidadosos con los medios que elegimos para informarnos y usar fuentes oficiales y confiables, sobre todo cuando se trata de salud mental y cambio climático.
Además, es enfática en resaltar la importancia del autocuidado como una herramienta constante para promover un estilo de vida más saludable. Esto implica asegurarse de dormir adecuadamente, disfrutar del aire libre, hacer ejercicio regularmente y seguir una dieta lo más sana posible. Y en el caso específico de la ecoansiedad, considerar que a veces es recomendable desconectarse para reducir los niveles de estrés.