Las distintas realidades que hay detrás del regreso a las aulas después de año y medio con los establecimientos cerrados, marcan cómo se percibe el retorno a uno de los componentes más importantes de la normalidad: el colegio.
Antes de la pandemia, el pulso de la ciudad lo marcaba el ritmo de la escuela y las universidades.
Y cómo no, si la Región del Biobío tiene una población en edad escolar que llega a las 320.148 personas, según estimaciones del Instituto Nacional de Estadística. Esto es, uno de cada cinco habitantes de la zona, va al colegio.
Eso constituye una importante minoría, y su actividad condiciona la de los adultos.
¿La hora del taco? Condicionada a la entrada a los colegios, y las calles más congestionadas, sin duda, aquellas donde los padres y furgones dejaban a los pupilos.
Las tardes en el Parque Ecuador, marcadas por la presencia de jóvenes en uniforme, camisa y vestón, blusa y jumper.
La actividad económica de librerías, conductores de furgones, imprentas donde se hacían anuarios… un mundo, que paró en marzo de 2020.
La emergencia sanitaria obligó a tomar una decisión impensada, suspender las clases por tiempo indefinido. Eso, no se había dado en la región desde que existe sistema escolar. Para el terremoto de 2010, la suspensión fue temporal, y para el estallido social, duró unos días.
Este simple hecho, es probablemente el cambio más grande que provocó la pandemia de Covid 19.
Los padres debieron quedarse en casa, los estudiantes tuvieron que comprar dispositivos digitales para ir a clases, y lo mismo hicieron los profesores. Las casas, que pasaron a funcionar además como escuela y oficina, se volvieron estrechas y hubo mudanzas, lo que constituye el factor primordial del alza de precios en arriendos, y la poca disponibilidad de viviendas nuevas que hay este año.
Hay quienes se adaptaron a este nuevo sistema, y quienes no. Así, no es de extrañar que el regreso a clases, presencial, sea al mismo tiempo motivo de amor y odio.
Ángela Eli está en tercero medio en el liceo Gran Bretaña, de Concepción.
El próximo año se licencia, y dice que quiere volver a clases porque la última vez que vio a sus compañeros fue en primero medio.
“Echo de menos el colegio, echo de menos ver a los profesores en los pasillos, no sé, estar ahí”; cuenta.
“El recreo”, recuerda.
Hace dos semanas que su establecimiento volvió a clases presenciales. Pero, a pesar de que ahora sí hay profesores en los pasillos, y compañeros, Ángela no va.
“No estoy yendo a clases, porque pienso que es mejor tener clases virtuales”, sentencia.
En su caso, es complicado. Las clases virtuales las recibe en el celular, en el living que comparte con su mamá y sus dos hermanas, no tiene un espacio dedicado. El problema, dice, es que tiene pocas horas.
“El horario de clases presenciales, dos horas, es muy poco. Es como para perder tiempo. Me demoro más en llegar al colegio que en estar en clases”, relata.
“Tenemos dos clases de media hora, y luego una de una hora, y todo pasa corriendo, es un caos”, añade.
“Hay que esperar que el profesor llegue, que prenda el computador, que se conecten los demás alumnos que están con clases virtuales, en eso ya pasan 10 o 15 minutos y el resto de la clase es nada”, cuenta.
“Pasar de clases virtuales a presenciales, también es complicados para los profesores, muchas veces me ha pasado que un profesor debe dar en forma anticipada final a la clase virtual para alcanzar a ir al colegio a dar la misma clase a otro grupo pero en presencial, no sé, mejorando el horario la cosa no sería tan complicada”, finaliza.
La vuelta a clases presenciales tiene un componente adicional en el caso de la Chile España, una escuela especial de Concepción.
Como reúne a menores y jóvenes con distintas discapacidades, que van desde la movilidad a lo cognitivo, en este colegio dar un paso requiere el doble de esfuerzo.
“Nosotros partimos con presencialidad el primer semestre, pero en Chile España decidimos como comunidad no iniciar las clases hasta que estuvieran las condiciones para ello”, sostiene Cecilia Figueroa, la directora del establecimiento.
“Lo conversamos con la comunidad, y el 80% de las familias decide no enviar a sus niños al colegio, porque el contexto para ellos es muy complejo”, cuenta.
“Se trató fundamentalmente de infraestructura, para poder asegurar los estudiantes un espacio de calidad y seguro”, acota, y a reglón seguido dice que estos trabajos ya terminaron y que las clases presenciales se iniciaron esta semana.
“Ahora, acá hay un factor adicional, y es que el funcionamiento de los niños y niñas, acá se da mucho el contacto estrecho, de cariño, y eso es muy complejo si estamos hablando de Covid 19. En el caso de los niños del espectro autista, se exponen más fácilmente al contagio, porque no toleran la mascarilla”, afirma.
“Es complejo tener un hijo en situación de discapacidad, que tenga que enfrentar desafíos escolares y además estos componentes adicionales”, finaliza.
El proceso de desmunicpalizar la educación pública, implicó la creación de Servicios Locales de Educación, que asumen el rol de sostenedor que antes recaía en la administración comunal.
Esta consolidación implicó crear una organización paralela de padres y apoderados, que agrupara y representara la realidad muy diversa de un servicio local.
Este es el rol de Anita Arce, apoderada del colegio Brasil, en Concepción, pero representante de los 83 centros de padres de todo el servicio Andalién Sur, esto es, las comunas de Florida, Concepción, Chiguayante y Hualqui.
Diversidad de territorios, diversidad de realidades.
Según Anita, esto significa que “hay diferentes posturas. Hay personas que necesitan el retorno presencial, por el tema laboral, otros que necesitan el retorno presencial porque los hijos han tenido un retroceso en el proceso pedagógico, y hay otros que por el miedo al coronavirus prefieren que los hijos se queden en casa, y otros que tienen las herramientas para apoyar desde las casas a sus hijos”.
“Frente a esto, la insistencia del ministerio ha sido un tanto agobiante, cansadora”, asegura.
En el servicio hay colegios rurales, urbanos, con y sin recursos, jardines infantiles y liceos, escuelas diferenciales y con integración. Como son universos diferentes, el Ministerio de Educación estableció que el retorno presencial a clases depende de cada comunidad escolar. Y eso complica cuando son 83 planes diferentes.
“No hay un trabajo estandarizado, ni del ministerio ni del sostenedor, nadie nos está diciendo que la educación híbrida se dará como corresponde, que las condiciones serán iguales para los que están con clases presenciales y los que no”, cuenta Anita.
“Es bien desigual, y nos llama la atención que sea así si es un mismo sostenedor. Esto me deja claro que el modelo es que el colegio es una guardería, nada más, para que los adultos puedan trabajar, y eso es triste”, confiesa.
El cansancio da pie a la crítica. Y Anita tiene dardos que lanzar. “Los sostenedores no tienen a sus hijos en los colegios que administran, y se nota. Además, hay una mirada… no se, muy técnica, muy desde la teoría, y eso no aplica a la realidad”, afirma.
Gonzalo Araneda es parte del entramado que tiene como tarea devolverle el pulso a la ciudad. O, al menos, a las cuatro comunas de la provincia de Concepción que componen el Servicio Local de Educación que dirige.
“Nada reemplaza a la presencialidad en las aulas, y lo hemos podido corroborar estas semanas, con la valoración que hacen estudiantes y profesores, pues los procesos avanzan de otra forma”, dice, seguro, al teléfono cuando contesta esta entrevista.
De profesión ingeniero, cuenta en cifras que “un 95% de los establecimientos está en presencialidad, esto equivale a 3 mil estudiantes en aula, bajo el trabajo permanente tanto de profesores como de asistentes de la educación”.
Tres mil, de los 17 mil que componen la matrícula de las cuatro comunas, de modo que hay aun tarea pendiente.