El coronavirus cambió el trabajo de nuestros hospitales, sin duda, pero también de quienes se ocupan de las vidas que el virus se lleva. En centros de salud y cementerios, la pandemia también cambió las cosas: ahora hay protocolos, medidas, guantes. Pero, sobre todo, aseguran los protagonistas de esta nota, se perdió un contacto personal que era valioso.
Cuando finalmente contesta el teléfono para poder iniciar la conversación con que abrir esta nota, son las seis de la mañana del viernes 5 de febrero y Luis Figueroa ha hecho cuatro viajes desde la Unidad de Cuidados Intensivos al espacio destinado para dejar los cuerpos en el hospital donde trabaja.
Esto, sólo en el turno que comenzó a las 20 horas del jueves.
Así que Luis está cansado. Pero, aun así, con ánimo. Tiene libre desde el sábado y además, ya está acostumbrado a este tipo de jornada: lleva 25 años como funcionario de la unidad de vigilancia en el Hospital Regional.
“Me vine para otro lado y me hice un ratito para conversar con usted”, dice al teléfono.
Es generoso Luis. Antes de relatar cómo ha sido para él el último año, es decir, cómo ha sido su trabajo durante la pandemia, habla sobre cómo se relacionaba con las familias que habían perdido un ser querido.
“Dentro de todo, uno trata de acompañar, con los años que uno tiene en esto, les da algunas indicaciones, cosas prácticas”, relata.
Tiene buena voluntad Luis. Además de su voz, en el auricular del teléfono suenan voces y otros ruidos que, aunque no se distinguen, son claramente parte del barullo del día a día en el centro de salud. En medio de todo esto, contesta la llamada y responde cada pregunta con calma.
La pandemia le cambió la rutina a Luis, que ahora está encargado de trasladar los cuerpos de las personas que fallecen por Covid desde las UCIs al lugar del hospital, desde donde son retirados por las funerarias para trasladarlos al cementerio.
Es un trabajo riguroso, lleno de protocolos y medidas de seguridad, pero desconocido. “No se habla de esto, a la gente no le gusta”, dice Luis.
Pero el coronavirus no respeta la opinión de la gente, y se ha convertido en la principal causa de muerte en el país desde que comenzó la pandemia: algo más de 18 mil personas han perdido la vida por este motivo desde marzo de 2020. Más de 1.100 de ellos en la Región del Biobío.
Para hacerse una idea de la magnitud de esto, en un año normal fallecen en la Región en torno a las nueve mil personas. Según el Instituto Nacional de Estadísticas, fueron 9.922 en 2018.
Esta situación ha cambiado las cosas no solo para Luis Figueroa y sus colegas, también en funerarias y cementerios, todos afectos ahora a restricciones, precauciones, medidas y protocolos que impuso el coronavirus.
Son trabajos difíciles. No solo por la posibilidad cierta, y frecuente, de contagio, sino también por un asunto bien humano: las familias que pierden un ser querido suelen burlar los protocolos, o solicitar cosas que están fuera de la norma.
De esto saben también Ernesto Cruces, director del cementerio municipal de Concepción, y Nieves Schade, psicóloga de la Universidad de Concepción. “No hay una sola forma de vivir los duelos, pero son quiebres importantes”, dice Schade.
El viaje de Luis
Las instrucciones para el trabajo de Luis están en un instructivo que emitió en 2020 el Instituto de Salud Pública.
Allí dicen cosas como:
“El establecimiento de salud debe designar un encargado específico para el manejo de los cadáveres, quien será responsable de dar cumplimiento a los aspectos técnicos establecidos en el presente protocolo”.
Y también se dan detalles sobre el trabajo, que dan cuenta de su peligrosidad, como trasladar los cuerpos en una bolsa impermeable o pulverizarlos con desinfectante hospitalario, entre otros.
El instructivo aconseja a quienes manipulan un cuerpo, usar doble par de guantes.
Luis sigue estas indicaciones al pie de la letra. Se las sabe de memoria.
“Cuando nos llaman de una UCI, con un paciente positivo, llegamos a la unidad con los implementos correspondientes. El paciente se traslada al depósito sin que nadie pueda verlo. Ahí llega el servicio funerario y se llevan al paciente al cementerio, sin derecho a velatorio”, relata.
El protocolo busca proteger al personal del hospital, de las funerarias y de los cementerios ante posibles contagios. Y tiene una consecuencia dolorosa para las familias, que no pueden despedirse de quienes han perdido.
En esto último, no hay instructivo. Solo la experiencia de Luis.
“Tuve hace poco el caso de una persona, una abuelita, que estuvo harto tiempo interna. Vino la cuarentena y hubo varios nietos que no pudieron venir a verla”, recuerda.
“Cuando falleció vino una nieta, que no la había visto hace meses, y nos pedía llorando que abriéramos la bolsa para poder despedirse. Nos decía que se hacía responsable, pero ¿cómo puede hacerse alguien responsable de eso? Tuvimos que llamar a las jefaturas, hacer del corazón una piedra”, reconoce.
“Antes había espacio para tener criterio, ahora no”, lamenta.
De todos los cambios, ese es el que más siente. En el entorno donde trabaja Luis, marcado por el uso de protecciones personales y protocolos de limpieza, la asepsia parece haber llegado también al trato con los deudos.
“No hay posibilidad de encuentros. Cuando llega el llamado, vamos dos personas a buscar al paciente y bajamos por un ascensor designado. No nos topamos con nadie en el camino”, relata.
Es duro, claro, pero detrás de esta dureza se esconden cifras que explican su beneficio. La letalidad producto de la Covid en la Región del Biobío es de 1,76%, mientras que, en la región Metropolitana, es de 3,31% y Valparaíso de 3,23%. Los contagios entre el personal sanitario también están por debajo del promedio.
Ernesto Cruces es director del cementerio de Concepción hace 12 años, desde 2009, y compara el nivel de trabajo que le ha generado la Covid al recinto con el terremoto de 2010.
“Nosotros corremos un riesgo importante, así que lo primero que hicimos fue determinar el personal que, por edad o por condiciones de salud, estuviera en condiciones de riesgo para que trabajaran sólo desde la casa”, cuenta.
Esto, apenas se conoció el arribo del primer caso al país, el 4 de marzo.
Así las cosas, el 15 de marzo, cuando se conoció el primer contagio en la Región, ya estaban preparados y, el 10 de abril, cuando falleció el primer paciente, tenían todo listo.
“Nos transformamos, ahora es como si trabajáramos en salud. Usamos mascarillas, antiparras, cubrecalzados, todo”, señala.
“No me cabe ninguna duda de que las personas que trabajan en los hospitales y en las urgencias son héroes, y no quiero pasar por alto su trabajo, pero nosotros hemos estado 24/7 en esto, y todos los funerales, sean o no sean Covid, exigen el mismo trato, por una resolución sanitaria”, cuenta.
El trabajo de Eduardo también aumentó con la Covid.
En un día normal, antes de la pandemia, se contaban hasta cuatro inhumaciones en un día. El martes, cuando contestó el teléfono para Diario Concepción, hubo 12.
“Se nota la diferencia”, recalca.
Para Eduardo, al igual que Luis, cambió completamente el trato con los deudos, que ahora es muy impersonal.
“Antes había un espacio que ahora no”, refiere.
“Lo más complicado, es que no puede venir mucha gente, hay un máximo de personas que pueden asistir a un funeral, y aunque tenemos un año ya casi con pandemia, las familias no entienden”, cuenta.
“Lo más difícil son los funerales que se han tornado masivos, cuando vienen cientos de personas, porque ahí corremos riesgo de contagio”, añade.