A diferencia de hace un siglo, hoy se requieren especialistas menos centrados en las disciplinas y más abiertos a la comprensión de los problemas complejos. Académicos de la UdeC explican cómo la Covid-19 marca un antes y un después para las relaciones humanas, y para la idea de protección, que se centrará en el autocuidado.
Por Isabel Charlin
icharlin@ladiscusion.cl
Analizar los efectos que tendrá la actual pandemia de coronavirus en Chile y el mundo, seguramente, constituirá una de las principales misiones de la academia en los próximos años.
En ese sentido, la Universidad de Concepción, con más de un siglo de trayectoria en diversas áreas del conocimiento, jugará un rol importante a la hora de estudiar distintos fenómenos, tanto el ámbito científico y tecnológico como social.
Desde esta última perspectiva, académicos UdeC analizaron, por ejemplo, cómo se replantearán las relaciones humanas y de trabajo de ahora en adelante.
Noelia Carrasco Henríquez, Dra. en Antropología, académica del Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades y Arte, y directora del Programa de Investigación Ciencia, Desarrollo y Sociedad en América Latina, Cidesal; estima que la Covid-19 ha sido el hito que viene a marcar un punto de inflexión en nuestra vida social, tal y como la comprendíamos y vivíamos hasta ahora.
“Podemos decir que se trata de un evento que marca un tránsito en lo que respecta a nuestro modelo de sociedad. Este tránsito iría, desde una sociedad que antes de la Covid-19 confiaba en que la ciencia y los gobiernos fueran capaces de enfrentar y resolver los problemas que nos afectan, hacia una sociedad donde ya debemos comprender que la ciencia no tiene certezas y que los gobiernos operan desde múltiples intereses, no sólo el bien común. Por lo tanto, este virus nos trae el desafío de asumir esta transición, que debiésemos saber orientar desde las diversas reflexiones y propuestas que puedan surgir”.
Según la académica, la Covid-19 puede ser interpretado como el resorte de una transformación sociocultural global y, al mismo tiempo, gravitante a niveles locales.
“Uno de sus principales ámbitos de impacto son precisamente las relaciones sociales, donde se observa que la pandemia vino a establecer nuevas pautas de interacción, de corporalidad y también la exigencia de poder comunicarnos virtualmente. En este sentido, se trata de una pandemia excluyente, pues sus implicancias sociales de distanciamiento físico potencian el uso de tecnologías de comunicación aún no masificadas en importantes sectores de nuestra sociedad, como son los adultos(as) mayores, los mundos campesinos y las poblaciones socio económicamente más vulnerables”, advierte.
De ahora en adelante, agrega, “Nos estaríamos enfrentando a una transformación muy importante de nuestra escala de relaciones humanas. Es decir, tomaremos más conciencia y construiremos nuevas valoraciones de nuestros mundos cercanos, nos tendremos que adaptar a vivir en la duplicidad del mundo físico y virtual. Tendremos que reinventar las formas de vivir lo íntimo y lo público, porque los límites se han desdibujado, y la recomposición no podrá ser el retorno a lo que vivíamos previamente”.
Manuel Baeza Rodríguez, Doctor en Sociología de la Universidad La Sorbonne Nouvelle París III, Francia, y académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la UdeC, en tanto, estima pertinente precisar que las relaciones humanas, en el sentido más amplio de la palabra, se van a replantear en profundidad.
“En realidad, ellas ya se encuentran en proceso de transformación por el hecho del confinamiento, del distanciamiento físico entre personas. El elemento decisivo en tal transformación es la inseguridad individual; con esto quiero decir que la idea misma de protección parece radicar ahora, y de aquí en adelante, en el autocuidado, mucho más que en soluciones tradicionales, que se muestran insuficientes hasta el momento en materia de bloqueo de la principal amenaza que es, como sabemos, una pandemia, muy probablemente el peor flagelo epidemiológico de toda la era moderna”. Hace algunos años, sostiene Baeza, “Un sociólogo francés, Robert Castel, se refería a la nueva inseguridad social advirtiendo a los franceses lo que sería, según él, la imposibilidad de contar con un sistema de protección integral (léase en materia de servicios de salud, de acceso a la educación, de subsidios de cesantía, de atención a problemas de envejecimiento, etc.), ya que, por imperativo de determinada orientación económica, principalmente, se había comenzado a transferir responsabilidades de ese tipo a los propios ciudadanos. Ellos deberían habituarse a vivir en esta especie de fragilidad permanente en diversos ámbitos de la vida cotidiana. Se puede sostener que esta idea de fragilidad y de vulnerabilidad, asociada a la de auto responsabilidad paliativa frente a los efectos de lo anterior, se puede hacer extensiva al mundo globalizado del siglo XXI”.
Para Jeanne Simon Rodgers, Ph.D. en Estudios Internacionales de la Universidad de Denver y académica del Departamento de Administración Pública y Ciencias Políticas de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UdeC, la Covid-19 llegó a Chile ya en un contexto complejo, debido al estallido social que visibilizó las debilidades del sistema político, abriendo la oportunidad de definir una nueva Constitución.
“Aunque la Covid-19 ha puesto en pausa la forma presencial de hacer la política, los problemas se han agudizado y las demandas siguen vigentes. La desconfianza en los gobiernos y políticos es transversal, porque casi la totalidad de las autoridades políticas sigue pensando desde una lógica electoral, sin considerar las necesidades y expectativas ciudadanas. En el presente contexto, cuando se requiere colaboración y debate con altura de mira, la actual clase política parece egoísta”, sostiene.
Añade que “El hecho que la protección definitiva al contagio no se logre en el corto plazo, ha transformado nuestra concepción de normalidad, incluyendo lo político. Ahora comprendemos que nuestra vulnerabilidad se basa en la interconectividad y exige estrategias coconstruidas. Vemos con claridad que la resistencia a compartir poder que existe al nivel central, es un rechazo a la colaboración ofrecida por actores que viven y trabajan en los territorios. Su rechazo expresa una arrogancia que supone que cuentan con todo el conocimiento necesario para tomar decisiones. En contraste, los estudios sobre cómo liderar en momentos de incertidumbre enfatizan la importancia de la coordinación intergubernamental y la colaboración público-privada, para así construir una país resiliente frente a posibles choques futuros. Aunque sea de manera virtual, debemos recuperar la colaboración pública que permitió establecer, por ejemplo, la Universidad de Concepción hace cien años”, manifiesta.
Según Noelia Carrasco, esta crisis reconfigura el rol ciudadano en la medida que nos ha hecho más conscientes del mundo en que vivimos.
“Si esta conciencia se traduce en reflexión respecto de aquello que debemos transformar, pudiésemos ser optimistas y pensar que enfrentamos tiempos de reencuentro con los sentidos de bien común. La Covid-19 puso en evidencia que vivimos en una sociedad donde los valores de la economía y de la vida se encuentran en disputa, por tanto, es tiempo de poner sobre la mesa los debates de fondo respecto de pilares básicos de nuestra sociedad, como son nuestra concepción de naturaleza y economía. Las ciencias sociales y las humanidades debemos contribuir fuertemente con estos procesos”, sostiene.
Para Manuel Baeza, la crisis puede, efectivamente, contribuir a la construcción de una sociedad mejor.
“Pero este no es un resultado automático del fin de la pandemia. En esa perspectiva, resulta bastante obvio que es en un escenario de nuevas solidaridades, de formas microsociales de cooperación y ayuda, del predominio relativo de lo local; donde se esboza algo de lo que podría implicar un nuevo concepto de ciudadanía. Es al interior de ese escenario que la silueta del egoísmo y de la falta de empatía, del narcisismo individualista, del desinterés por lo social, se hará visible. En este mismo sentido, una nueva ciudadanía podría dibujarse siempre y cuando la idea vaga de ‘participación’ se vaya precisando a través de la toma de decisiones. En síntesis, una ciudadanía que participa activamente, porque no se encuentra lejos de una decisión importante”, advierte.
¿Constituye la pandemia una oportunidad para la academia y las Ciencias Sociales de contribuir?
“Esta es una pregunta clave que, desde la mirada de las ciencias sociales, se traduce en preguntarnos de qué manera la universidad refrenda hoy su rol formador y educador. Vivimos tiempos en que el imaginario de progreso instalado con la fundación de la Universidad hace cien años, se encuentra en un amplio proceso de reformulación. Esta reformulación nos trae, entonces, un conjunto de nuevos desafíos, que ya no se centran en la persecución del progreso ni en el desarrollo en su sentido eurocentrado, como sucedió durante gran parte del siglo XX. Entre estos nuevos desafíos se encuentra más bien el reconocimiento de múltiples formas de comprender al desarrollo, los procesos económicos, ecológicos y políticos territoriales. Desde mi punto de vista, es allí donde las ciencias sociales y las humanidades deben cumplir un rol prioritario, en la construcción de conocimiento sobre estas nuevas posibilidades de pensar y organizar la vida”.
Desde esta perspectiva, agrega, “El quehacer de los científicos sociales debiese centrarse no sólo en la promoción del desarrollo tal y como lo conocemos, sino ante todo en contribuir a la visibilización y el diseño de nuevas formas de desarrollo. Así como tenemos que enfrentar cambios tecnológicos y propiamente pedagógicos en el nuevo escenario donde la realidad virtual adquiere mayor preponderancia, tendremos que ir asumiendo también la revisión de enfoques y contenidos. Es tiempo de enriquecer la docencia con la reflexión desde la práctica, desde la observación de lo que acontece en nuestros entornos, desde aquello que nos afecta como sujetos, pero que implica a las decisiones y cursos que toma la sociedad como conjunto. A diferencia de hace un siglo, hoy necesitamos especialistas menos centrados en las disciplinas y más abiertos a la comprensión de los problemas complejos, con competencias disciplinarias, pero también con formación transdisciplinar e intercultural”, sostiene.
Para Manuel Baeza, la responsabilidad de las universidades es irrenunciable en términos de gestación y desarrollo de pensamiento, en sentido amplio, a través de la ciencia, el arte, la literatura, etc.
“En sentido estricto, las ciencias sociales están allí como herramienta del pensamiento crítico, como estímulo constante de la reflexividad ciudadana. Habrá que seguir las transformaciones en curso, descifrarlas, problematizando sin cesar en esto que no es otra cosa que el recorrido de una larga aventura de la existencia social. Demás está decir que la Universidad de Concepción no podría estar ausente del gran tránsito histórico propio del tiempo presente; la fuerza de esta casa de estudios centenaria es que ella cuenta con el elemento humano capaz de responder ante los requerimientos de la sociedad, con su excepcional cuerpo académico, su responsable personal administrativo. Nuestra Universidad es más que un centro formativo, es también un terreno fértil del pensar”, afirma.