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Virus es wigka kuxan: el impacto de la pandemia en las comunidades mapuche

“No sé de qué hablar, ¿de la soledad o del coronavirus? Para mí ahora son lo mismo”, afirma Rosa Pailaya (72), desde una remota casa en Tirúa, en la costa de Arauco. Contarnos su historia no le resulta fácil, nos dice que es viuda, tiene Parkinson, vive sola y tiene seis hijos que han hecho sus vidas lejos de ella. Desde su visión, el virus es también un wigka kuxan. Es decir, un mal foráneo, no nativo. “Los wigka (no mapuche) traen las enfermedades, pero las consecuencias, como siempre, las pagamos nosotros”.

Por: Diario Concepción 26 de Abril 2020
Fotografía: Agencia UNO

Por Matías Concha P.

Rosa vive en un precario asentamiento ubicado en Tirúa, Región del Bío Bío, provincia de Arauco. Allá, casi el 70 por ciento de los habitantes es mapuche. “Mis hijos quieren que pase la cuarentena con ellos, pero yo no puedo, acá viven mis hermanos, ¿quién los va a cuidar si yo no estoy? Ellos son aún más viejos”, cuenta, mientras la subsecretaria de Salud Pública, Paula Daza, entrega un nuevo balance sobre la situación que vive Chile frente al coronavirus y los fallecidos se acercan a los 160 en todo el país.

Sabemos que la Covid-19 ataca con más fuerza a los adultos mayores. Esta realidad se agudiza aún más considerando que el 47,6% del pueblo mapuche no cuenta con un adecuado acceso al sistema de salud. Para Alioska Salazar, jefa del programa domiciliario para adultos mayores (Padam) del Hogar de Cristo en Tirúa, que acoge a 30 adultos mayores, esta situación se da porque “quienes los atienden rara vez comprenden algo de mapudungún, entonces, terminan frustrándose, sin querer volver… Es que dime, tú, ¿quién puede explicar con señas síntomas como los de la diabetes?”.

Más del 70 por ciento de los adultos mayores mapuche vive en zonas rurales. De ellos, el 63,7% es pobre multidimensionalmente. Es decir, sufre carencias en ámbitos como la salud, la vivienda y el trabajo. Esta realidad hace que la pandemia empeore, así lo considera la experta de Hogar de Cristo, cuando nos revela que “los adultos mayores en el territorio viven en casas con piso de tierra, sin aislamiento, con poco acceso al agua. Es difícil de creer, pero muchos, inclusive, duermen con los animales dentro de sus ranchos, en medio de vacas y caballos, sin cama. ¿Cómo pedirles que tengan mascarillas, guantes o desinfectantes si apenas tienen agua para lavarse las manos?”, pregunta la terapeuta ocupacional.

Rosa también pertenece a los 200 mil adultos mayores que viven bajo la línea de la pobreza en el país, que corresponde al grupo más vulnerable frente al coronavirus. “Es cosa de tiempo, el virus también traerá hambre, pero mientras tenga tierra, no soy pobre”, afirma, convencida.

La propagación del coronavirus ha puesto a las comunidades mapuche en alerta máxima, conscientes de que unos pocos casos pueden desencadenar el desastre en lugares alejados de los hospitales o con poco acceso al agua. Los distintos grupos indígenas declararon cuarentena voluntaria en el territorio, sin embargo, el Gobierno no validó la medida.

A dos semanas de haber implementado la cuarentena, sólo 5 personas fueron diagnosticadas con el virus. No hubo fallecidos. El alcalde de Tirúa, Adolfo Millabur, quien respaldó la cuarentena desde su inicio, señaló que “nosotros hemos privilegiado la vida por sobre la actividad económica. Es importante también reconocer la capacidad organizativa de la comuna, porque fueron organizaciones sociales, juntas de vecinos, comunidades indígenas, sindicatos, sectores económicos, especialmente la Cámara de Comercio, que acordaron hacer una cuarentena voluntaria”.

Paralelamente, los distintos actores sociales de la comuna –lafquenche, especialmente- están haciendo un llamado a realizar un catastro de los adultos mayores más pobres de su territorio. El objetivo es generar un circuito de protección para cubrir las necesidades básicas de las personas más vulnerables.

“La clave para enfrentar esta pandemia ha sido la organización comunitaria, que nos ha servido como barrera cultural contra el virus”, asegura el alcalde. Sin embargo, el lunes de 13 de abril la prensa se centró en el ataque explosivo en el puente Lleu Lleu con un auto bomba, lugar en el que también se apostaron distintas personas con armas de fuego. “Esta situación hace que la población externa se confunda, porque hace invisible la enorme pega de las comunidades mapuche, organizándose, trabajando en conjunto por los mil trescientos adultos mayores del territorio”, finaliza el alcalde Adolfo Millabur.

Menos expuestos, más vulnerables

Juan Ignacio Reuca es una comunidad mapuche ubicada en Purén, Región de la Araucanía. Ellos también aguantan sin descanso las acometidas del coronavirus sin ningún contagiado.

Cerca de 70 comuneros se congregaron alrededor del rewe –el altar ceremonial del pueblo– para participar del nguillatún, la ceremonia religiosa más importante de los mapuche. Y a pesar de que el gobierno prohibió estrictamente cualquier reunión de más de 50 personas a nivel nacional, la ceremonia se realizó con éxito. “La gente aprovechó para pedir a los dioses por las siembras, por los animales y también para que se acabe el coronavirus”, dijo Max Reuca (27).

El testimonio de Reuca refuerza la dicotomía entre las comunidades mapuche y el resto de La Araucanía, cuyas principales ciudades se encuentran bajo cuarentena total debido a las preocupantes cifras de contagio en la zona. La Araucanía continúa siendo la región con más decesos (25 hasta el 22 de abril) y la segunda con mayor cantidad de contagios después de la Metropolitana. Todo esto en una región con un millón 14 mil habitantes, de los cuales un tercio corresponde a población rural, con los mayores índices de pobreza del país.

Isolde Reuque partió como defensora de los derechos humanos en 1974. Hoy es una defensora de la lucha pacífica por los derechos del pueblo mapuche y una voz conciliadora en medio de un paisaje enrarecido con sones de guerra. Ella nos cuenta que “las enfermedades traídas por forasteros acabaron con muchas comunidades nativas y este legado está marcado en la memoria colectiva. Como nosotros decimos: Los wigka traen las enfermedades, pero morimos nosotros”.

Pero junto con la preocupación sobre el virus está la inquietud por la comida de cada día, por el almuerzo de mañana. Muchas comunidades mapuche no están preparadas para meses de parálisis económica. Y las medidas de aislamiento ya están causando emergencias. “La poca comida que nos quedaba, ya se nos terminó. Si no fuera por mis hijos que nos traen papas, no sé qué haría”, dice Javier Tralma (65), que vive en las afueras de Temuco.

María Tripalao (60) expone otro problema que la pandemia dejó al descubierto: la falta de agua. Desde la visión mapuche, no es sólo un elemento vital para el consumo humano, sino que también es “dadora de vida, tiene esencia o espíritu, el NgenKo, por tanto, es un Newen o energía que forma parte fundamental de nuestra cosmovisión”. Y agrega que desde “hace años que no hay agua en el territorio, se secaron los ríos, nada crece. Antes había mucha humedad, se podía sembrar el trigo, las legumbres, pero ahora dependemos de los camiones aljibe. Entonces, ¿cómo podemos alimentarnos si no podemos salir? Antes vivíamos de la siembre, pero ahora nuestra vida depende de la mercadería que nos traen los hijos”, explica.

María Tripalao termina la conversación con este mensaje: “Chau guenechen alkütuayin füta Che zugu. Newen tati itrofil mogen Wel mapu meu”, que significa: “Roguemos por los más viejos, los más pobres, por eso, Señor, danos fuerza en nuestra tierra”.

La experiencia de un jesuita en la comunidad

Carlos Bresciani (46), un jesuita en la frontera del Bío Bío, asegura que la pandemia toca también al pueblo mapuche en su espíritu: el cultivo de la tierra. “Y no me refiero a algo poético, es bien real, el virus cuestiona la relación que se ha mantenido con la naturaleza”. Luego, expresa que el modelo de deforestación es un ejemplo: “El monocultivo, los pesticidas y los fertilizantes químicos, todo eso hace que la naturaleza alegue, sin posibilidad de generar cultivos, algo fundamental para el pueblo mapuche, especialmente ahora”.

A los 33 años, este sacerdote jesuita se internó en las comunidades mapuche de Tirúa. “Llegamos sin nada que ofrecer, sólo con la conversación”. De eso ha pasado más de una década. Ahora en la pandemia le preocupa que se agraven los atropellos a los derechos indígenas del territorio. “La pandemia está agudizando la exclusión social y la pobreza, que no se resuelven sólo con ‘más talleres’, ‘más emprendedores’. El problema no es sólo económico, es también político y tiene que ver con el manejo de la tierra”, finaliza.

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