La investigadora penquista, designada por el Ministerio de Ciencias para integrar la Comisión de Inteligencia Artificial, pone énfasis en la importancia de la protección de los datos personales. No usa Facebook ni da su RUT en el supermercado, pero se considera una tecno optimista frente a los desafíos de la automatización y las oportunidades para un desarrollo más equitativo.
Un inesperado llamado telefónico interrumpió el sábado 7 de septiembre la agenda familiar de Andrea Rodríguez Tastets, vicerrectora de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Concepción. El interlocutor no era otro que el ministro de Ciencias y Tecnología, Andrés Couve, para pedirle que aceptara ser miembro del comité de expertos encargado de elaborar la Política Nacional de Inteligencia Artificial. “Habíamos conversado del tema, y yo le había planteado que esa no era exactamente mi área de mayor expertise, y que podía ayudarle a encontrar nombres idóneos, pero él insistió, porque buscaba darle a la comisión una mirada más amplia”, explica la doctora Rodríguez.
Así, la investigadora pasó a ser la cuarta mujer y la única representante de una institución de regiones en un grupo integrado por diez destacados profesionales y científicos chilenos. “Nuestro rol será aportar desde el trabajo en sistemas de información y manejo de información de una forma amplia, y enfatizar los usos y buenas prácticas de las tecnologías de Inteligencia Artificial. El panel revisará documentos, tendrá reuniones de trabajo y se espera que canalicemos la opinión de la comunidad en la que nos insertamos. Realizaremos paneles en diferentes partes del país para socializar la documentación que se genere”, precisa.
Si bien se sintió honrada de participar en una misión tan relevante para el desarrollo futuro de Chile, no pudo dejar de sentir un poco de inquietud. O tal vez pudor. Y es que se trataba de otra gran vitrina pública, a la que siguieron llamados y entrevistas de los principales medios de prensa del país. Nada más alejado de su naturaleza debajo perfil, propia de su vocación de investigadora y docente. Una característica de su personalidad que debió comenzar a trabajar desde que asumió como vicerrectora de Investigación y Desarrollo, el 14 de mayo de 2018. Un cargo que, según cuenta, le obligó a cambiar de paradigma. Al respecto, reflexiona: “El investigador tiene puesto su foco en su carrera científica, en que sus trabajos puedan ser un aporte a la ciencia, que sea de utilidad a sus pares… que se publiquen en revistas prestigiosas. En cambio, como vicerrectora, me corresponde postergar todo ese desarrollo personal y concentrarme en lo colectivo, en que todos nuestros académicos e investigadores crezcan, en que la Universidad se destaque, y sobre todo en generar las mejores condiciones para que ello sea posible”.
Pero cambiar el switch no ha sido fácil. Y aunque en un año y medio ha aprendido mucho en lo que respecta a las relaciones institucionales, a la vinculación y a su labor de representación, sigue prevaleciendo su naturaleza reservada. Por lo mismo, no le gusta mucho hablar de ella, ni de su vida privada, pero sí de sus pasiones: la ciencia, la investigación y las posibilidades que nos depara el futuro gracias a la tecnología, si hacemos buen uso de ella. Esta madre de dos hijos (la mayor tiene 20 y el menor 15), ex alumna del colegio Madres Domínicas, miembro de una familia numerosa (son 8 hermanos), accedió a conversar de su trayectoria, pero también del momento crucial que viven Bío Bío, Chile y el mundo, de cara a la automatización, la cuarta revolución industrial y los desafíos en el manejo y protección de datos.
Andrea Rodríguez cuenta que descubrir su vocación no fue fácil, porque era de esos estudiantes a los que le gustaba todo, desde la filosofía hasta la física. Pudo optar por Medicina, pero un poco por rebeldía – su papá y su hermana mayor son médicos- ella eligió un camino diferente. Fue entonces cuando tomó su primera decisión importante para perfilar su futuro profesional: “Pensé que me iba a resultar más fácil ir del área científico-matemática al humanismo, y no al revés. Podía seguir leyendo y cultivándome mientras estudiaba, y creo que elegí bien”.
En 1983 entró al plan común de Ingeniería en la UdeC, y al año siguiente a Ingeniería en Informática. “Entré a la segunda promoción. Era una carrera nueva y cerca de la mitad de los alumnos éramos mujeres. Nunca había tocado un computador en mi vida, usaba una calculadora súper simple, pero pienso que la elegí porque la computación es cercana a la matemática, a la abstracción, y eso me llamaba mucho la atención”.
Cuando terminó la carrera no quería saber nada con ingeniería. Y entonces se abrió una posibilidad de trabajar en el recién creado centro Eula. “Trabajé con ellos entre 1990 y 1994, y disfruté mucho la experiencia. Viajábamos harto, en especial a Italia, y aprendí mucho, no solo de tecnología informática , sino también de áreas diversas en ciencias e ingeniería ambiental. Yo hacía el apoyo computacional a la gente que trabajaba en ciencias ambientales, principalmente con el manejo de sistemas de información geográfica y procesamiento de imagen. En uno de esos viajes, un investigador italiano me invitó a una conferencia a Pisa, que estaba dictando el Dr. Max Egenhofer, profesor alemán que trabaja en EE.UU. Era un tema absolutamente desconocido para mí: teoría de manejo de información espacial. Y, sin embargo, me hizo click. Lo escuché y me dije ‘ya, aquí hay algo interesante, algo que me gustaría estudiar en profundidad’. Me lancé, postulé y gané una beca Fulright para estudiar en la Universidad de Maine con ese mismo profesor”.
Para su tesis doctoral se centró en la ontología de objetos espaciales. “En esa época era un tema novedoso. Implica la construcción de un lenguaje, de un mecanismo de razonamiento sobre la definición de conceptos”, explica. En el año 2000 regresó como académica a la UdeC, donde siguió desarrollando proyectos vinculados a datos espaciales, aunque de índole diversa, porque confiesa ser “una persona que no puede estar 20 años estudiando la misma cosa porque se aburre”. Toda esta experiencia le permite hablar con autoridad de un fenómeno que cada día le interesa más a la ciudadanía, la importancia de los datos y la necesidad de abordar con responsabilidad sus usos.
-No hay duda que nuestra información es valiosa y necesaria para la focalización de políticas públicas. Pero también tiene un lado delicado: el mal uso de nuestra información privada y confidencial. ¿Qué tan protegidos estamos los chilenos?
-Hay una ley en discusión en el Senado que tiene que ver con la protección de datos sensibles, liderada por el senador Harboe, entre otros. Aún tenemos una legislación un poco laxa, y eso es lo que se está tratando de abordar. Hay al menos dos tendencias como referentes. La europea, que es proteccionista con la privacidad de los datos y que impide que estos sean usados sin autorización expresa. Y está la norteamericana, influenciada por los atentados del 11/S del 2001, y que pone la seguridad nacional por sobre la privacidad y los derechos individuales. En Chile estamos llegando a un punto intermedio. No necesitamos copiar, sino avanzar. El problema es que muchos de nuestros datos pasivos son utilizados sin que nos demos cuenta: hábitos de consumo, geolocalización…
-¿Tiene el GPS activado en su celular?
-No. Solo lo activo en ocasiones.
-¿Da su RUT en el supermercado?
-No.
-¿Usa Facebook?
-No. Pero uso WhatsApp.
-¿Qué tan observados y hasta cierto punto controlados estamos hoy? Se están cumpliendo las profecías de Orwell y Huxley?
– Uno siempre lucha porque no ser un número más. En Chile hay muchos datos nuestros a los que puede acceder al Estado, pero también las empresas, y muchas veces ni siquiera nacionales. Si quieren, pueden saber dónde estamos, aunque no tengamos activo el GPS, capturando datos de posicionamiento en cuadrantes. Y uno podría decir perfectamente: ‘bueno, yo no quiero que otros lucren con mis datos”. Ahí hay cuestionamientos filosóficos y éticos, y no hay una respuesta fácil, pero es una discusión que tiene que darse. El Senado lo está empezando a abordar y vamos a ver qué tan conservador o qué tan liberal va a salir el proyecto. En lo personal, yo quiero que me pregunten si van a usar mis datos.
-Hoy la información, verídica o falsa, está cambiando la suerte de las elecciones.
-Así es. Basta ver lo que ocurrió con la información en la elección de Trump y el Brexit, que fue evidenciado por Cambridge Analytics. Se usaron y direccionaron datos a los usuarios, sus debilidades, para influir en sus decisiones. La gente ahora es más sensible a este tema, porque se hizo público. Pero no hay que perder de vista que los datos son esenciales son una materia prima que tenemos que usar.
-¿Estamos preparados para la cuarta revolución industrial, con los desafíos de la automatización y el desarrollo de la Inteligencia Artificial? ¿Cómo pretenden abordar esta problemática en la Comisión?
-La cuarta revolución industrial viene; nos subimos o nos quedamos atrás. ¿Cómo nos subimos? Hay 27 países que han sacado políticas de Inteligencia Artificial. Nosotros estamos intercambiando y revisando material de las distintas políticas que existen, pero no queremos copiar, vamos a buscar contextualizarla a nuestra realidad de país.
-Uno de los efectos más preocupantes de la cuarta revolución industrial es su impacto en el empleo. Un estudio de la U. de Oxford (2013) plantea que en los próximos 15 años un 47% de los empleos podría desaparecer. ¿Se crearán nuevos o aumentará el desempleo y la desigualdad? De cara a lo que viene, es usted tecno optimista o tecno pesimista?
-Yo soy optimista, pero desde la perspectiva de que tenemos que hacer un esfuerzo para preparar el futuro que queremos. Por eso es importante plantearnos políticas ahora, y hay que revisar lo que se ha llamado los factores habilitantes, entre los cuales la formación desde los primeros años es importante. Vamos a tener que diversificar nuestra formación para absorber estas necesidades que surgen del desarrollo tecnológico, desde las más diversas disciplinas. La gente le tiene miedo a la automatización, pero veamos aspectos positivos a los que podemos sacarle provecho: hay labores repetitivas que son muy riesgosas, y que ahora pueden ser automatizadas. Soy positiva, porque confío en que los seres humanos tenemos competencias y habilidades que no se pueden reemplazar, la de asociarnos, de adaptarnos, de ser creativos. La Inteligencia Artificial nos impone desafíos; hemos avanzado, pero nos exigirá mucho más. Las capacidades del ser humano van a crecer también, las exigencias del entorno hacen que nos desarrollemos. El miedo no debe estancarnos, hay que ver qué podemos sacar de provecho y ver las oportunidades que nos ofrecen.
-Está pendiente el desafío de cambiar la matriz productiva para dar el salto de un país dependiente de las materias primas a uno con una producción con mayor valor agregado.
-¿Sabes qué pasa? Yo creo que Chile nunca se ha planteado cuál es su principal recurso: la capacidad humana. Lo que te hace pensar en desarrollar tecnologías innovadoras, es poner el foco en las capacidades de las personas. Pongamos el foco en la formación de personas.
-¿Es el PACYT un paso potente esa dirección?
-El Parque Científico y Tecnológico es una tremenda oportunidad para la Región. No podemos arriesgarnos a que quede como proyecto, y para eso todos tenemos que ponernos las pilas. Y no solo pensando en atraer a grandes empresas tecnológicas, sino también en generar innovación local, que resulte estimulante para nuestros talentos, y que no piensen que necesitan irse a otro lado para desarrollarse.
-¿Cómo imagina el Chile del futuro?
-Como una sociedad más equitativa. Ese es nuestro mayor desafío.