Hace 100 años un grupo de destacados vecinos de Concepción, que contó con la cooperación de personas de todo el sur de Chile, dio inicio a la existencia de la Universidad de Concepción, la primera casa de estudios superiores en crearse fuera de Santiago y que hoy se erige como una de las mejores universidades de Chile y Latinoamérica.
Para poner en contexto la situación de los fundadores de la Universidad de Concepción resulta esclarecedor conocer algunos datos del Chile de principios de siglo, cuando el período de prosperidad económica iba en franco declive. A los efectos negativos para los puertos chilenos de la apertura del Canal de Panamá (1914), se agregó la competencia de otras áreas productivas, sobre todo de Argentina, lo cual limitó las exportaciones cerealeras, especialmente desde Talcahuano. Además, la gran fuente laboral del norte, con todas sus riquezas y miserias, también llega a su término con la invención alemana del salitre sintético, en 1917. Se produce así una migración de la clase trabajadora a las ciudades más grandes, nace el Partido Obrero Socialista liderado por Luis Emilio Recabarren, que contribuye a lograr las primeras reivindicaciones: el derecho al descanso dominical, mejoras en las viviendas obreras y la Ley de Accidentes del Trabajo.
En Concepción, para los más pobres, predominaba una densificación de la población a través de los conventillos que todavía hacia 1930 representaban el 30% de las viviendas de la ciudad. En julio de 1911, un periódico local describe: “Qué decir del aseo y moralidad de estas viviendas; penetrar a ellas y producir un efecto repugnante es una sola cosa. Una pieza es dormitorio, comedor y cocina, en ella habita marido y mujer y pequeños hijos, y muchas veces hay gallinas, gatos y perros”.
La salud pública mostraba un cuadro desolador, en los primeros años del siglo XX, los debates públicos en torno a la cuestión social crecieron en intensidad y complejidad, especialmente aquellos relacionados a las altas cifras de mortalidad infantil. Una publicación de 1939 (“La realidad médico-social chilena”, de Salvador Allende Gossens, Ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social), aunque corresponde a una fecha posterior, permite describirla: “Cada veinte partos, nace un niño muerto. La mortalidad equivale al 50% de los nacidos vivos; por cada mil nacidos vivos mueren doscientos cincuenta. Por cada diez nacido vivos muere uno antes del primer mes de vida, la cuarta parte antes del primer año y casi la mitad antes de cumplir nueve años.”
La asistencia profesional del parto entre las mujeres pobres y entre las trabajadoras, como un medio que aseguraba una mejor expectativa de vida para los recién nacidos, se convirtió en un tema recurrente en reuniones y congresos científicos y filantrópicos como el Primer Congreso Nacional de Protección Nacional a la Infancia (1912) y el Primer Congreso de la Beneficencia Pública (1919), ambos realizados en Santiago. En dichas reuniones, se estimuló el desarrollo e intervención de la emergente medicina obstétrica por medio del fomento de la creación de maternidades y consultorios urbanos, que hicieran posible un mayor seguimiento clínico e instructivo de las embarazadas y de sus hijos.
La lectura de la situación sanitaria local antes referida, es suficiente para encontrar una coherencia indudable en la intención del Dr. Virginio Gómez González de promover la construcción de un Hospital Clínico y la creación de una Universidad, consciente que Concepción ostentaba el triste record de ser una de las ciudades más insalubres del país, con una tasa de mortalidad que a veces superaba a la tasa de nacimiento, con enfermedades endémicas como la tuberculosis y patología bronco pulmonar y una mortalidad infantil de las más altas del mundo.
Un año más tarde, en la sesión del 11 de mayo 1918, reiteraría la importancia de una Escuela Dental, como posible paso previo y de menor complejidad que la Escuela de Medicina, ya que la primera.
“Habrá de ejercer benéfica influencia en el estado sanitario de los habitantes de la región, sobre todo de la jente sin fortuna, puesto que, según los adelantos más modernos de la ciencia médica, se ha podido dejar establecido que un buen número de las enfermedades de las vísceras internas, que tienen por lo general, un carácter mortal, son causadas por la mala constitución o el estado infeccioso de la dentadura. La Escuela, se hallaría completada por una Policlínica Dental, en donde los alumnos prestarían sus servicios, alcanzando en esta forma la influencia que ya se ha señalado”.
La primera reunión de vecinos con el objeto ya indicado, fue convocada por el Dr. Virginio Gómez Gonzales y se efectuó en los salones del Club Concepción el 17 de marzo de 1917, con la asistencia de diecisiete personas. Tanto sus nombres como los acuerdos fueron íntegramente publicados en la prensa local de la época.
En parte de su alocución, el Dr. Gómez expresa: “El espíritu de centralización empieza a desaparecer y si alguna ciudad de provincias se proyecta a dotar secciones universitarias, Concepción, por numerosas razones, ha de ser preferida a todas las demás. Con tal objeto debe organizarse un Comité Provisorio…”
El acta íntegra fue publicada en la prensa local el día siguiente y condujo a la sesión fundacional del 23 de marzo del mismo año.
El 23 de marzo de 1917, en una reunión de numerosa convocatoria, sin distinción de ideología política o creencia religiosa, que reflejaba el sentimiento y aspiraciones de toda la ciudadanía, se esbozaron las primeras líneas del futuro proyecto Pro Universidad y Hospital Clínico. En esa sesión se declara que la Universidad no tendría únicamente importancia en el campo docente, al referirse a su relación con el Hospital Clínico, proyectos que no deberían ser presentados en forma aislada.
Registra el acta de ese día: “El rejidor señor Javier Castellón manifestó que la Municipalidad se honraba con albergar en su salón principal a un grupo numeroso y selecto de caballeros que tomaban a su cargo el estudio de un gran proyecto para la prosperidad intelectual de la ciudad i del sur del país”.
Terminó pidiendo que se designara al rector del Liceo de Hombres, don Enrique Molina, presidente de la Asamblea, quien al agradecer su nominación se declara el primer servidor en la reunión que le toca presidir. Samuel Guzmán García habló después, explicando en que forma la Universidad que se proyecta fundar será útil al progreso intelectual del sur del país:
“Adelantándonos un poco, podemos declarar que deseamos que la Universidad de Concepción sea autónoma, completa i moderna con personería jurídica i por tanto capaz de adquirir derechos i contraer obligaciones, estar facultada para recibir legado i disponer de patrimonio propio”.
Al principio hubo un gran optimismo que gradualmente fue enfrentado con la realidad, las dudas y resistencias, pero a pesar de todos los obstáculos, durante tres años, el comité encargado del proyecto trabaja incansablemente para formar conciencia en la ciudadanía y fomentar la cooperación con comités locales en ciudades y pueblos para obtener los medios de su financiamiento.
En el intertanto, se establecían polémicas de toda suerte en el seno del legislativo; conflictos artificiosos y especulativos promovidos desde Santiago y que referían a una supuesta confrontación entre la iglesia católica y la masonería, o por eventuales tendencias políticas de la Universidad naciente. Una década más tarde, en relación a estos aconteceres, el rector Molina, escribe: “Después de diversas gestiones el Comité estima que el Gobierno no crearía quién sabe en cuanto tiempo la universidad. No eran solo penurias financieras lo que lo impedía. Había también, de por medio, hay que reconocerlo, rivalidades y temores políticos y sectarios y no faltaba tampoco la menguada intriga de un corazón pequeño.”
La solicitud de personería jurídica, aunque respaldada por el ejecutivo, en aquel entonces representado por José Luis Sanfuentes, no prosperó ese año ni el siguiente y recién se obtendría el 14 de mayo de 1920, fecha que sella la concesión de la personalidad jurídica y la aprobación de los estatutos de la corporación denominada Universidad de Concepción.
Sin embargo, como ya es sabido, la Universidad ya había iniciado sus actividades y los alumnos sus cursos de estudio en las flamantes carreras de Química Industrial, Dentística, Farmacia y Pedagogía en Inglés, las cuatro carreras descritas ahora como fundacionales, con mucha más fe y compromiso que recursos y bajo la tutela e, al rendir exámenes ante comisiones de profesores capitalinos, los comentarios sobre las competencias de los estudiantes fueron extremadamente elogiosos.
A diez años de estos acontecimientos, el 29 de mayo de 1929 en el Teatro Central, en el discurso conmemorativo, el rector Molina, recuerda sus sentimientos en esos primeros meses desafiantes y escarpados: “Volvía de visitar las magníficas universidades estadounidenses y al ver aquí tanta pobreza se me encogió el alma. Sentí de una manera atormentadora la enorme responsabilidad que echábamos sobre nosotros con abrir nuestras aulas y aceptar en ellas a más de un centenar de jóvenes que confiadamente ponían en nuestras manos sus destinos”.