Al actual académico de la Facultad de Ciencias Jurídicas le tocó sacar a la casa de estudios de un largo período de “congelamiento”. Debió reencantar a la gente con su plantel; enfrentar una fuerte desinversión, y a la vez, nivelar la infraestructura para un estudiantado que había crecido exponencialmente.
Casi sesenta años de vinculación diaria con la Universidad de Concepción tiene el exrector y actual académico de la Facultad de Ciencias Jurídicas, Augusto Parra Muñoz. Desde su época como jugador de la Tercera Infantil de la casa de estudios, mucho antes de ingresar a estudiar Derecho, en 1960. Su padre fue alumno del curso fiscal de Leyes, que se transformó después en la Facultad de Ciencias Jurídicas, lo que lo marcó, ya que escuchó de primera fuente la etapa fundacional del plantel.
“El período en el que fui estudiante fue de cambios. Correspondió a la última parte del primer rectorado de David Stitchkin y a la primera parte de Ignacio González. No solo se modernizó la universidad y cambió su estructura física, sino que se profesionalizó la vida académica, se crearon nuevas carreras y se realizaron ensayos académicos muy vanguardistas, con la creación de los institutos centrales y más tarde el Propedéutico. La UdeC no sería una universidad más, sino una nueva, distinta”, recuerda.
Poco antes de asumir como el primer rector elegido democráticamente tras la dictadura, el 11 de junio de 1990; Augusto Parra había sido designado alcalde de Concepción por el entonces Presidente, Patricio Aylwin. Alcanzó a desempeñarse en ese cargo durante un mes y medio, y renunció cuando se le pidió que postulara a la rectoría, proceso que lo enfrentó a Alberto Gyhra, que había sido vicerrector con el último rector delegado.
“Emocionalmente mi compromiso universitario ha estado por encima de todo lo demás, y esta era la primera elección en democracia. Si no había competencia, el riesgo que se deslegitimara era muy alto, y en vez de servir esta elección como impulso para todo el proceso de redemocratización de las universidades, podía transformarse en un problema muy grave para el Gobierno y el desarrollo de la normalización universitaria. Aun cuando el riesgo de perder era altísimo, el que yo compitiera implicaba ya un servicio, y eso me llevó a renunciar a la alcaldía”, sostiene.
– ¿Fue un resultado estrecho?
– Sí, gané por una diferencia de alrededor de 40 votos, en un universo electoral de cerca de 900 académicos.
– ¿Fue un gran desafío asumir esta primera rectoría democrática post dictadura?
– Enorme. En todo sentido fue un desafío enorme, pero ayudó mucho que para la gente de la universidad no era irrelevante el paso que se había dado. Tuve colaboración muy efectiva de todos lados, incluso de aquellos que habían esta-do más cerca de la dictadura desde un punto de vista ideológico.
– ¿Cuál fue el momento más complicado de su rectorado?
– Los comienzos, por varias razones. Había que asumir el gobierno de la universidad compartiendo responsabilidad con estructuras que estaban establecidas. El Directorio con el que me encontré venía del período de los rectores delegados, pero fue muy calificado y acompañó con el mejor espíritu los actos que propusimos. Había que recomponer la unidad dentro de la universidad, mucha gente había sido marginada y muchos estudiantes habían visto interrumpidos sus estudios, en algunos casos, por razones ideológicas. Había que ofrecer a esa gente el espacio para que se reencontrara con su universidad, y encontrara en su universidad el espacio de libertad que siempre se le había ofrecido. Pusimos en marcha procesos de reincorporación de académicos y funcionarios, y abrimos programas especiales, como los de Periodismo y Sociología, que permitieron a exalumnos titularse.
– Hubo también un desafío en lo económico. ¿Con qué se encontró?
– Había que enfrentar con urgencia el hecho que la universidad salía de un período muy largo de desinversión, lo que había generado un colapso. La matrícula había crecido, pero la infraestructura no. Todo eso hacía que se funcionara en condiciones que no otorgaban calidad. En los ocho años de mi período casi se duplicó la superficie que la universidad tenía a 1990. “Lo tenemos todo”
– ¿Cuál es la diferencia entre la UdeC que lo acogió como estudiante, luego como académico; y la de 1990, a la que llegó como rector?
– Básicamente, en los 17 años de dictadura la universidad estuvo congelada, de modo que su desarrollo institucional fue muy básico. Su infraestructura, por la misma razón, se deterioró, y cuando yo asumí estaba colapsada. El espíritu universitario, que es lo principal, en esta universidad se vio particularmente afectado; la vida interna estaba muy funcionarizada, la gente había dejado de sentir el compromiso y la responsabilidad por la tarea universitaria. Sin embargo, esta universidad, su gente, tuvo mucha dignidad, se manifestó. Sus estudiantes se organizaron, al igual que los académicos, y lucharon por obtener autonomía y restablecer la democracia en Chile.
– ¿Qué mirada tiene respecto de la gratuidad universitaria?
– Hay dos aspectos que hay que separar. Uno, en el terreno de los principios, yo soy un resuelto partidario de la gratuidad y de la gratuidad universal. Yo y todos mis compañeros estudiamos gratis, y con recursos muy modestos la universidad pudo organizar sus actividades ofreciendo una docencia de calidad. Ahora, está la forma en la que se ha implementado la gratuidad. Están el alza en los costos de la educación superior y las limitaciones presupuestarias del Estado. No es lo mismo atender un millón 200 mil estudiantes, que a 50 mil en los años 60. Obviamente esto debe ser un proceso, pero espero que habiendo optado el país por implementar un sistema de gratuidad y habiéndose comprometido a transitar hacia la gratuidad universal, no abandone ese camino y vayamos haciendo un esfuerzo en ese sentido.
– ¿Cómo proyecta a la UdeC en su centenario?
– Con alegría, puedo decir que esta ha llegado a ser una gran universidad. Conozco suficientes universidades en el mundo como para manifestarme orgulloso de lo que aquí se podido materializar. La veo con muchísimo optimismo, ha habido una renovación sostenida en las plantas académicas, llega cada vez gente más calificada, lo que mejora la calidad de su investigación; se ha consolidado un posgrado de gran nivel, que cubre gran parte de las áreas del conocimiento y cuenta con un pregrado que funciona a un nivel cualitativamente muy satisfactorio. Lo tenemos todo para seguir avanzando, estoy muy esperanzado de lo que viene.