Los resultados quedaron plasmados en el libro “Vidas Juveniles que inspiran”, donde están las historias de los hoy adultos, junto a jóvenes próceres de la historia de Chile.
En octubre de 2017, nueve educadores del Centro de Intervención Provisoria y Régimen Cerrado (CIP-CRC), de Coronel asumieron el inmenso desafío de investigar cuál había sido el destino de los jóvenes, tanto imputados como condenados, que pasaron por el recinto desde la implementación de la Ley Penal Adolescente, en 2007.
Así, tomaron como referencia a todos los egresados nacidos entre 1989 y 1993, que a la fecha tienen entre 24 y 28 años, los que resultaron ser 741 jóvenes de distintas comunas de la Región del Bío Bío.
Para poder realizar el proyecto, inédito en la zona, postularon a un Fondo Nacional de Desarrollo Regional (Fndr), donde les asignaron 16 millones de pesos.
Además, tomaron la decisión de incluir a 65 personajes históricos, “que hubieran logrado sus metas antes de los 28 años”, como Arturo Prat, el poeta Gonzalo Rojas, y la velocista Isidora Jiménez.
La iniciativa partió con Omar Mella, profesor y educador de trato directo del centro, al que se sumó un equipo de ocho colegas, quienes querían saber cómo era la vida de los jóvenes tras salir del centro y si habían vuelto a delinquir. Además, tuvieron el apoyo de Mario Cayupi, técnico en prevención de drogas, y que también estuvo como interno en el CIP-CRC.
“Desde 2007 no se ha hecho un estudio técnico de desistimiento primario, es decir, cuando hay intermitencia en cometer delitos, y secundario, cuando hay un abandono de conductas delictivas en el largo plazo”, explicó Carlos Jiménez, asistente social y educador de trato directo en el centro.
Así, tomaron el rango entre 24 y 28 años, egresados del centro entre 2007 y 2013, tanto imputados como condenados, y al revisar la base de datos, se dieron cuenta de que eran 741. La tarea era titánica.
“Teníamos sólo los domicilios de los jóvenes cuando ingresaron, entonces era complejo despejar esa base de datos”, explicó Jiménez, quien recordó que comenzaron en octubre de 2017 y contaron con el apoyo de Carabineros y de Gendarmería para encontrarlos.
Los 10 integrantes del equipo se concentraron en ubicar a los jóvenes. “Nos tocó entrar a poblaciones bien complejas, y ahí nuestra ventaja fue haber trabajado con estos chiquillos, porque no faltaba el cabro que estaba parado en la esquina, y nos decían: ¡tío!, y nos ayudaban con la búsqueda”.
Así lograron encontrar a 597 jóvenes. De ellos, 14 estaban fallecidos (2,7%), la mayoría por causas naturales y se encontraron con que había 80 privados de libertad, ya como adultos, es decir, un 18.3%.
“Y eso nos dejó preocupados, porque esos son los chicos que estamos perdiendo”, dijo Jiménez.
56 de ellos (16,4%) estaban libres, pero sin desistimiento, es decir, han seguido cometiendo delitos.
Hay 56 jóvenes en libertad (16,4%), pero que su desistimiento es primario, o sea, entran y salen de la cárcel, mientras que con desistimiento secundario son 154, es decir, un 38,2%. “Son quienes lograron realizar el cambio, y lo destacamos, porque la mayoría son hijos de la vulnerabilidad”.
Tras encontrarlos, lograron entrevistar a 205 jóvenes, para conocer sus historias, como la de un joven que llegó analfabeto al centro y hoy es padre de familia, dijo Jiménez.
Así, llegaron a las 28 historias publicadas. Algunas aparecen con sus nombres completos, otros con iniciales, y otros con apodos, tal como decidió cada joven que contó qué había sido de su vida.
En el centro, contaron con la colaboración de los 12 adolescentes internos, guiados por dos profesoras, quienes participaron en la investigación histórica para el libro y además realizaron las ilustraciones que acompañan cada testimonio.
“Y en la presentación escuchamos muchas cosas, como un chiquillo que dijo: “yo me arrepiento hasta el alma del delito que cometí, pero nunca me voy a arrepentir de haber estado en el CIP-CRC de Coronel. Y yo me emocioné hasta las lágrimas”, dijo Jiménez.
También recordaron el testimonio de “Weñecito”, quien estuvo un año condenado en el centro, por un delito en el que fue absuelto y logró terminar su carrera de Psicología en la Universidad de Concepción.
Manuel Pacheco, trabajador social y otro de los educadores participantes en el proyecto, agregó que no es primera vez que realizan proyectos junto a los adolescentes.
Un hecho que los impactó fue que en San Carlos debían ubicar a 31 jóvenes, y se encontraron con que había 29 privados de libertad. “En esa comuna falló todo”.
En cuanto a quienes lograron dejar la delincuencia, fue clave el apoyo de sus familias, según constataron los educadores.
“Y que ellos tengan alguna actividad, porque cuando tú te quedas parado en la esquina, todo mal. Y además están expuestos a la contaminación criminógena de sus mismos pares y de sus familias, con padres y hermanos que mantienen a las familias delinquiendo”, planteó Jiménez, y agregó que vienen de entornos donde hay drogas y alcohol, “porque mientras no solucionemos este problema, las cárceles se van a seguir llenando”.
Por eso, ambos educadores aseguraron que la gran falencia del sistema es que no hay un seguimiento y apoyo a los jóvenes una vez que recuperan su libertad.
“El problema es que los planes para los adolescentes en libertad no son personalizados. Un delegado tiene a cargo 22 casos, entonces con suerte los visitan una vez al mes”, contó Jiménez.
Pacheco explicó que Sename debe hacerse responsable de que se mantengan afuera los resultados que se lograron dentro del centro, “y si como educadores tuviéramos apoyo, podríamos acercar a los chiquillos al medio libre”.
“Porque ahora salen y los mandamos a las mismas ‘poblas’. Son cabros que viven con la polola, con la abuela, entonces no le hacen caso a nadie. Pero a nosotros sí, y eso no pasa afuera. Entonces no podemos seguir vinculados a ellos, porque el Sename no hace seguimiento. En la investigación nos encontramos con chiquillos que no nos habían visto en 10 años, y altiro era el “¡Hola Tío!, y el abrazo altiro. Eso es súper potente, y no se puede perder”, pidió Jiménez. Por eso, aseguró que están intentando lograr una entrevista con la directora nacional de Sename, Susana Tonda, para que su trabajo no se pierda y conseguir apoyo para los jóvenes.
“Nací en Talcahuano. Mi padre nos abandonó y vivíamos con mi madre en el cerro La Gloria. Tengo 25 años. Mi familia la conformaban también cuatro hermanos más que luego llegaron a ser siete. Todos fuimos internados. Yo a los siete años fui internado en el hogar de Chillancito y desde los 12 en Yumbel. Un día una señora conocida de mi madre me saca del internado y me lleva a estudiar a Talcahuano. Como a los 14 años conozco la droga y empiezo a tener problemas con la justicia. Robaba día y noche, mi mamá no dejaba de preocuparse por mí. Me detuvieron y estuve en el centro de Coronel dos veces. Era brígido estar preso y ver que los amigos te dan vuelta la espalda. El cambio se va produciendo de a poco, primero con la llegada de mi hija y luego con la vida en familia y el trabajo. Mis logros son simples, pero importantes, como el haber formado una familia con mi señora Nicole, y mis hijos Ainara Belén y Dorián Jesús”.
“Nací en San Carlos, el 17 de mayo de 1991. Mis padres se separaron el año 2003 y mi padre falleció al año siguiente. Tuve muy malas juntas, pasaba la mayor parte del tiempo en la calle con estos “pseudo amigos”, con los que delinquía y luego de esos robos consumíamos droga. Cometí varios delitos hasta llegar a tener problemas serios con la justicia. Ese comportamiento fue el que me llevó a ser detenido, procesado e ingresado en el centro de Coronel, donde estuve tres años. Estando privado de libertad fui el primer joven que rindió la PSU, quedé seleccionado en la carrera de Pedagogía en Educación Básica de la UBB, sede Chillán, a la que renuncié ese mismo año para seguir la carrera de Ingeniería en Informática, que era lo que me interesaba realmente. Me desempeño actualmente como jefe de Proyectos Informáticos en la municipalidad de San Carlos, desde 2011. Tengo algunos diplomados y hoy estoy cursando un magíster”.
“Nací en Bulnes. Mi infancia fue complicada por los apuros económicos. Mi mamá trabajaba todo el día, pero no siempre le alcanzaba para alimentarnos como ella quería y menos para vestirnos como nosotros queríamos. Pasaba todo el día fuera de la casa y nosotros estábamos solos, a la voluntad de cada uno. Creo que eso influyó mucho en mi conducta, hacía lo que quería y no respetaba a nadie, ni siquiera a mi madre. Cuando tenía entre 13 y 14 años pasaba en la calle y con amigos. Le tomamos el gusto al trago, al cigarro y a la ropa de marca, hasta que asaltamos una bencinera y todo se vino abajo. Tenía mi pareja y ella nunca me abandonó, los únicos que estuvieron conmigo fueron mis seres queridos. El factor de cambio fue perder la libertad, nunca más me metí en problemas. No existe nada en el mundo más valioso que darle un abrazo de mi hija de seis años cuando quiera o tomar la mano de mi mujer. Tenemos un terreno y soñamos con construir nuestra casa”.