El joven, quien vive en Hualpén, se prepara para pelear en Tribunales la custodia de L. de 8 años, hermanita de la víctima, hoy en un hogar de Sename.
Apenas unos pocos días estuvo Ignacio Páez Olmedo (20) en Concepción. Sólo unos días para reponer fuerzas, tras enterarse de la violación y muerte de su sobrina Ámbar, de apenas un año 7 meses, a manos de su tío político, Miguel Andrés Espinoza Aravena, actualmente en prisión preventiva.
Volverá a Los Andes, porque hoy su principal objetivo es quedarse con la custodia de L. de 8 años, hermana mayor de Ámbar, quien hoy está en la casa Belén, dependiente de Sename. La madre biológica de ambas niñas, Taby, hermana de Ignacio, perdió su cuidado personal en julio de 2017. L. quedó en ese hogar y Ámbar con su tía Cinthya, hermana de Ignacio y Taby y pareja de Espinoza Aravena.
Eso, pese a que Ignacio pidió quedarse con ambas niñas, tras la muerte de Ámbar, aseguró que le negaron la solicitud por ser homosexual.
“Yo no quiero saber nada con ellas, ya no son mis hermanas por lo que pasó con las niñas”, dice el joven, desde la casa en Hualpén donde vive con su pareja y su suegra.
Lo primero que hizo fue solicitar visitas para ver a L. en el hogar, pero se lo negaron. Ni siquiera le permiten tener contacto telefónico con ella, “y no lo entiendo, es raro que no me dejen ni verla ni hablar con ella”.
Por eso, está convencido de que es su condición la que lo alejó de sus pequeñas sobrinas. “Esto fue discriminación. No me lo dijeron derechamente, pero sí dijeron que podría tener una familia estable, con mamá y papá”.
Para Ignacio, el buen pasar económico de Cinthya fue clave en la decisión del Tribunal: “Casa grande de dos pisos, negocio, auto”, dice el joven. Espinoza era conocido en la zona, pues había sido candidato a concejal apoyado por la UDI. Indignado por la decisión de la jueza, abandonó el tribunal antes de que la audiencia terminara, porque advirtió de lo violento que era el hombre que se quedaría con Ámbar, pero nadie lo escuchó. “Él era frío y distante con sus hijos, y si tenía la oportunidad de maltratar y humillar a su pareja, lo hacía”.
Ignacio nació en el norte, pero buscando trabajo se vino a Hualpén con su pareja, hace dos años, y hoy se desempeña como auxiliar. Pero siguió en contacto con sus sobrinas e incluso en junio de 2017 su mamá viajó con ellas a Concepción. Un mes estuvieron con Ignacio, y él, en su casa, hoy comparte emocionado las fotos que tomó de las niñas jugando en su casa.
“Mi relación con mis sobrinas era tan hermosa, con un vínculo profundo, con L. era como si yo fuera su papá, y con Ámbar fue la relación más pura que pude tener con un sobrino”, dijo Ignacio, en voz más baja y tratando de no quebrarse, lo que le es difícil, porque en una esquina de la salita hay un altar con las fotos de Ámbar, y un peluche que recuerda su canción favorita: “el pollito amarillito”.
Aunque era niño cuando nació L., Ignacio ayudó a cuidarla: le daba comida, la bañaba y estaba con ella en sus actos de jardín. Cuando su hermana se embarazó de Ámbar, era él quien la acompañaba a los controles médicos, porque fue un embarazo de alto riesgo. “Yo iba y me preocupaba de que a mi sobrina no le pasara nada. No sabíamos el sexo, y yo siempre dije que era mujer”.
Alcanzó a estar con las dos niñas hasta que Ámbar cumplió 8 meses, cuando él se vino a Concepción.
Fue su madre quien alertó a Ignacio que, en julio de 2017, el colegio de L. había interpuesto una denuncia por maltrato contra su madre, ya que la niña había llegado con moretones a clases.
“Mi mamá me avisó y me dijo que le habían quitado a las niñas porque no estaba apta, entonces yo viajé y desde el principio dije que me quería hacer cargo de ellas, pero nadie me escuchó. El consejero técnico me dijo que viajara a verlas todos los fines de semana, y yo le dije que a mí no me regalan la plata, tengo que trabajar. Fue una respuesta absurda”.
Así, Ignacio volvió a su trabajo en Concepción y no volvió a Los Andes hasta la muerte de Ámbar, el 28 de abril de este año.
En shock por lo ocurrido, viajó de inmediato. “A Ámbar no pude verla, porque su cajón estaba cerrado y a L. no la veo desde que se la llevaron al hogar, porque la directora no me deja visitarla”.
En el norte participó del funeral, y de todas las velatones y marchas que se hicieron pidiendo justicia para Ámbar y para todos los niños que han muerto en forma violenta. Se le ve cansado y ronco, pero aseguró que esta vez no va a parar hasta quedarse con el cuidado personal de la pequeña L.
Pero tiene otra dificultad: mientras la madre de las niñas trabajaba para una empresa de servicios de aseo, le confió el cuidado de Ámbar y L. a Jimena Báez, una conocida de la mujer, lo que se extendió por seis meses. En diversas entrevistas, ella ha dicho que quiere pelear la custodia de L., a lo que obviamente Ignacio se opone.
“A ella le pagaban por el cuidado de las niñas, y cuando mis sobrinas estuvieron acá tuvieron un problema. Esta mujer la llamó y le hizo el tremendo escándalo porque le debían 20 lucas y le dijo que si no le pagaban no le iba a cuidar más a las cabras chicas, así las trató. Cuando le pagaron recién le devolvió el carné del niño sano de Ámbar que le tenía retenido”.
Por eso, Ignacio no entiende por qué ella quiere quedarse con el cuidado personal de L. Sobre todo porque la mujer no estuvo presente en la audiencia donde se decidió el destino de ambas niñas cuando el colegio denunció a su madre.
“Ahora viene a aparecer, ¿por qué no lo hizo el año pasado, no averiguó lo que pasaba, no fue desde el principio? Yo, en cambio, aparezco en las actas desde la primera hasta la última audiencia, pidiendo quedarme con mis sobrinas”.
Por eso, ya inició los trámites necesarios: recordó que antes de la audiencia, cuando la madre de las niñas estaba de acuerdo con cederle el cuidado, acondicionaron la casa para las hermanitas: pusieron apoyo en las escaleras, protegieron enchufes y cerraron la cocina.
“Ellas iban a tener su pieza, si tele, su espacio, sus cosas, y ahora me van a tener que escuchar, esta vez no me van a hacer callar ni me van a hacer a un lado. Yo soy la familia que le queda y no quiero que sigan pasando los meses y me llamen para decirme que a L., le pasó algo malo. No entiendo que me discriminen por ser homosexual, cuando son heterosexuales los que en su mayoría agreden a los niños. Y yo a mi sobrina quiero darle tranquilidad, amor, paz, alegría, protección y seguridad”.