La barrera idiomática dejó de ser el principal problema, los insultos, malos tratos y ataques son el pan de cada día. En medio de ese escenario en contra, hay organizaciones que prestan asesorías para evitar que sean explotados.
La Región ha experimentado un aumento significativo de la comunidad haitiana. En lo que va del año se han otorgado 46 visas de residencia, situación completamente opuesta a lo que ocurrió en 2016 donde sólo fueron concebidas tres, según datos de Extranjería.
La búsqueda de nuevas oportunidades y de un futuro mejor para ellos y sus familias, ha llevado a medio centenar de haitianos a aterrizar en tierras penquistas.
Su llegada no ha sido fácil. En su mayoría, la barrera idiomática ha sido el talón de aquiles al momento de encontrar trabajo, pero a pesar de esta realidad en contra, se mantienen firme con la idea de juntar dinero para ayudar a la distancia a sus seres queridos.
Johnny Isidore Alevre, de 33 años, llegó a Concepción hace poco más de tres meses, portando en un bolsillo 1.500 dólares y en el otro las ganas de forjar un nuevo camino. Atrás dejaba a su familia y amigos para aventurarse en un país con un idioma, clima e idiosincracia diferente.
No pasaron muchos días desde su llegada hasta que comenzó a trabajar. La rutina de Isidore parte temprano a las 7.00 horas y termina cerca de las 18.00. Su labor es ardua, debe llevar y traer cajas para reponer un puesto de frutas y verduras. Actualmente cuenta con contrato y dice con orgullo “tengo Fonasa, pero no la he usado porque primero tengo el resguardo de Dios”.
Es un hombre tranquilo y de pocos amigos. Es más, en su acotada lista sólo define como tal a su primo y a un colega de labores colombiano.
A diferencia de muchos haitianos que llegan a la Región y al país, su manejo del español es impecable. Él no debió sufrir por la barrera idiomática sino por una aún peor, la discriminación.
El maltrato, las malas palabras y los insultos son su pan de cada día, por eso en ningún caso sus proyectos a futuro son quedarse en tierras penquistas. “No me gusta estar aquí, no sé si es por el color de mi piel o porque son racistas, pero no me han tratado bien”, señaló acongojado.
Louis-Juste Jean Josue Givenson (40) lleva un años y siete meses en Concepción. De acuerdo a su experiencia, él prefiere ser cauto y aclarar que “no todas las personas son iguales. Aquí hay de todo”.
En su trabajo en Full Goma está muy bien catalogado. De hecho, el administrador del local, Oscar Dosque, afirmó que “ha sido una experiencia muy buena contar con él, es muy trabajador”.
Louis es autosuficiente, vive solo en Concepción y llegó por el consejo de un amigo. Si bien su experiencia ha sido buena, reconoció con certeza y sin ahondar en detalles que “no traería a su familia a vivir acá”.
Hace cinco años la casa de acogida que nació gracias al convenio con el obispo Pedro Ossandón, presta servicios gratuitos a los inmigrantes. Entre ellos está contar con un hogar que los reciba, ayudarlos a encontrar trabajo, prestar asistencia jurídica, realizar charlas con la PDI y cursos de Español.
“Los primeros años no venía nadie, luego comenzaron a llegar en primer momento los ecuatorianos, luego se les sumaron los peruanos, venezolanos y ahora último los haitianos”, detalló la madre Maritza Zamora Infante.
La mayoría de los inmigrantes que llegan al país son profesionales o técnicos dispuestos a empezar desde abajo para luego irse abriendo camino.
Así es el caso de las mujeres que recibe la Casa de Acogida de Inmigrantes, ubicada en Salas 193. El hogar cuenta con una bolsa de trabajo y es el lugar físico donde se generan las entrevistas, para de esa forma evitar que se produzcan abusos laborales.