Lo mío no es el activismo de redes sociales. Yo hago algo, dentro de lo que puedo.
Lo mío no es el activismo de redes sociales. Yo hago algo, dentro de lo que puedo.
Todas las mujeres, en algún momento, hemos sido tratadas como objetos. Hemos recibido “piropos” que no pedimos. Muchos de ellos, indecentes y que de verdad rayan en el acoso. Ese acoso que te hace sentir indignada y sucia. Otras cuantas, hemos sufrido abusos. De distintos tipos. Otras menos afortunadas, han sido violadas.
El problema de esto es que, de una u otra forma, lo permitimos. Al callar un abuso, al no denunciar una violación, al no pararle el carro al pobre infeliz que se siente con el derecho de atacarte física o verbalmente.
Yo no me victimizo. Y me rehúso a usar ese término que confirma el que nos llamen el “sexo débil”.
No me victimicé cuando, a los 10 años, un viejo asqueroso me perseguía desde el colegio a mi casa, y cuando íbamos a Pingueral. Llegó un día en que no solo lo acusé, sino que le pegué. Tampoco a los 12 años, mientras volvía del colegio, un enfermo se bajó los pantalones al frente mío y le dije que su cosa daba lástima.
Tampoco lo hice cuando, a los 14, un viejo de unos 60 años pasó al lado mío y me dijo que me haría sexo anal. Lo empujé tan fuerte que se desestabilizó y cayó al suelo. Después le pegué una patada donde merecía. Seguro siguió acosando niñas en la calle, pero al menos a mí no. Mucho menos me victimicé cuando, a los 17, un pololo osó ponerme una mano encima, y mandé a que le pegaran para que me dejara tranquila.
La pega parte por uno. Por aprender a defenderse. Por hacer todo lo necesario para darse cuenta de lo que pasa. Por buscar ayuda si es necesario. Por no demonizar a los hombres porque unos pocos son una mierda de ser humano. En mi caso, fueron justamente mis cuatro primos quienes me enseñaron de chica a defenderme. Que siempre me trataron como un igual. Que jugaban conmigo a la pelota y después a tomar tecito. Nosotros no teníamos juguetes de hombre y de mujer. Nosotros jugábamos.
Y así como ellos se agarraban a patadas, a mí también me llegaban, y yo también las daba.
A mi siempre me trataron como un igual, y es lo mismo que yo hago hoy con el resto. A mi, un tipo no me cae mal por ser hombre, ni una mina es estúpida por ser mina. La cosa no funciona así. Insisto, somos las mismas mujeres las que permitimos este tipo de cosas. Las mamás que le enseñan a sus niñas a ser princesas, y a sus niños a ser brutos pa no parecer “mariconcitos”.
Son las mamás que mandan a sus hijas a la cocina y a hacer las camas de sus hermanos. Son las mujeres que les enseñan a sus hijas que “los hombres son así no más” cuando un hueón se las gorrea. Esas mismas mujeres que le enseñan a sus hijas que el hombre las tiene que mantener, y que les enseñan a sus hijos que parte de ser hombre es proveer para su familia.
Son esas mujeres que admiran a un papá que cría solo a sus hijos, demonizando a esa madre desnaturalizada que los abandonó. Son esas mamás que le justifican a su hijo el haber abandonado a su familia o haberse hecho el tonto con la polola embarazada. La lista es eterna, por cierto.
Yo no me victimizo, y me rehúso a hacerlo. Por lo mismo, no voy a ir a la marcha #niunamenos ni voy a cambiar mi foto de perfil. Lo mío no es el activismo de redes sociales. Yo hago algo, dentro de lo que puedo.
Javiera Lucía Gotelli