De octubre a abril es la temporada de avistamientos de estos cetáceos en la región, donde antaño se albergó el mayor pueblo ballenero del país y hoy se potencian los esfuerzos para conocer, valorar y resguardar la biodiversidad.
Por Anaís Hinayado
Entre octubre y abril, las costas de la Región del Biobío ofrecen la posibilidad de ver a la especie de mamíferos más grande del mundo: las ballenas tienen un comportamiento migratorio, por lo que desde zonas de reproducción en el hemisferio norte emprenden un viaje al sur del mundo en busca de comida que les trae de paso por Chile y la costa local, abriendo una oportunidad invaluable de observar un espectáculo natural propio de las dinámicas de estos cetáceos mientras cumplen su proceso vital.
No es menor el impacto del animal en la región, tampoco el de la región sobre éste. Por décadas ha dado la bienvenida y sido símbolo de una de las facultades más antiguas de la Universidad de Concepción (UdeC) estudios que está en el área que albergó al mayor pueblo ballenero del país y el más austral del planeta por la presencia del cetáceo.
La Facultad de Ciencias Naturales y Oceanográficas incluso es conocida popularmente como “La Ballena”, ya que en su frontis y como una extensión de su icónico Museo de Zoología se exhibe un esqueleto de ballena. No cualquiera, fue el último ejemplar que se cazó en Chile y por chilenos, en una historia de la que da cuenta el académico de la UdeC Armando Cartes en el prefacio del libro “Mocha Dick“, que se imprimió en 2009 por Pehuén Editores.
Así se ha motivado el activismo en su observación y conservación con la ONG “Soplo a la vista”, fundada por un grupo de amigas profesionales de distintas disciplinas unidas en un amor y objetivo. Fernanda Silva, titulada de turismo aventura; Camila Calderón, máster en Oceanografía UdeC; Andrea Cisternas, candidata a doctora en Oceanografía UdeC; y la publicista Daniela Calderón, decidieron llevar adelante esta labor y dar un vuelco a la historia local que protagonizan las ballenas.
El epicentro fue Chome, caleta en la península de Hualpén que hoy tiene pocos habitantes y subsiste gracias al turismo, pero que hace décadas tuvo un apogeo.
Los registros cuentan que su origen se remonta a mediados del siglo pasado, cuando la ballenera de la familia de Juan Macaya se traslada desde Isla Santa María a continente para llegar al sitio que pertenecía a Talcahuano. Así fue como entre los años 1951 y 1983 gran parte de los pobladores de Chome se dedicaba al negocio de la faena y caza de ballenas.
Entonces, comenzó a deshabitarse progresivamente para quedar pocas personas asentadas de forma permanente. Tras el cierre de la empresa por un decreto del SAG que prohibió la caza de ballenas, parte de un proceso global de sucesivas restricciones a la actividad que llevó al borde de la extinción a distintas especies, sus residentes se movieron a lugares más próximos a la ciudad en busca de nuevas oportunidades laborales.
“Ahora que las ballenas están libres podemos tener la fortuna de verlas haciendo turismo, sea estando en botes o en paseos caminando con la gente”, afirmó Fernanda Silva, oriunda de la zona y descendiente de una familia de balleneros que decidió cambiar la relación con el monumental animal del poblado de Chome.
La escuela local llegaba hasta sexto básico, relató, y tuvo que marcharse temprano del lugar donde creció y por el que desarrolló gran añoranza que busca transmitir al describirlo frente a quienes lo desconocían. Algo que motivó su decisión de estudiar Turismo Aventura y crear un espacio para la actividad en su querido Chome apenas egresó en 2014.
“Partí con caminatas y en paralelo haciendo los trámites para poder empezar a realizar los paseos en bote. Después de 6 años nos pudimos capacitar, complementando conocimientos náuticos que poseíamos con mi papá”, contó. Su padre es pescador y capitán del bote que poseen en “Turismo Chome Aventura”.
En las actividades, entre ecosistemas locales, se generan espacios para enseñar sobre la naturaleza y las ballenas, travesía desde donde con su grupo, con quienes comparte el cariño por la zona y la naturaleza, surgió el interés e idea de ir más allá que hace un poco más de cuatro años se materializó como “Soplo a la vista” para contribuir en el cuidado de las ballenas. La base es la educación ambiental, en sintonía con la posibilidad observar, para maravillar y estrechar vínculos entre la sociedad con el animal y así con su protección.
Fernanda Silva rememoró que todo partió en 2019, durante un viaje en bote al que invitó a sus amigas se concibió la idea de tener un colectivo centrado en la conservación de las ballenas.
Daniela y Camila Calderón también pasaron gran parte de su infancia en la caleta de Chome. La inspiración que les brindó Chome se centró más en el aspecto biológico, y la profundización en el estudio de la biodiversidad adyacente en las costas del Biobío.
Fernanda Silva cuenta que al estar apreciando aquel paisaje que les otorgaba la costa dijeron “hay que hacer algo con esto”. Inmediato pensaron un nombre entre todas y de realizar un festival en la localidad y el evento “Soplo a la vista” logró gestarse en dos semanas. En la ocasión se aprovechó de realizar talleres, ciclos de cine, obras y caminatas.
Con el paso de los años este trabajo conjunto ha seguido manifestándose de manera provechosa gracias a que se ha podido vincular a la comunidad de la caleta con el estudio científico.
“Dentro de nuestros objetivos está poder seguir haciendo el festival, que busca dar la bienvenida cada año a las ballenas que llegan a la caleta. Queremos contar esta nueva historia y poder reivindicar el pasado de la ballenera”, manifestó Silva.
En las costas regionales se han logrado avistar distintas especies de ballena como la Francoaustral, Jorobada, Sei, Fin y y hasta la Azul, que es la especie de mayor tamaño que ha habitado en el planeta.
La integrante del colectivo “Soplo a la Vista” Camila Calderón, quien es licenciada en biología de la propia Facultad de “La Ballena”, explicó que esta relevante presencia se debe a la existencia la surgencia costera, fenómeno que se da principalmente en Chile y en la zona del Biobío, que consiste en la afloración de aguas profundas más frías a la superficie produciendo una riqueza de nutrientes y abundancia de alimento para los peces y animales acuáticos.
En la investigación de Camila ha existido una especial preocupación hacia la presencia y preservación de la ballena Sei.
“Es necesario conocer información básica de la presencia de este animal en relación con la zona. Necesitamos saber si la ballena Sei llega todos los años, cuándo viene o de va, entre otras cosas. Por esto realizamos catálogos de identificación de aletas dorsales de la especie, para poder individualizar a cada ballena de la especie como tal”, expuso.
¿Por qué es importante su estudio? La bióloga e investigadora aclaró que “se sabe muy poco en el Pacífico Sur Oriental, es una especie bastante impredecible”. Algo que tiene impacto directo en su preservación, sobre todo en las estrategias que se puedan implementar: “hay que conocer los lugares donde se mueve dentro de la región para poder mitigar la colisión con embarcaciones, la cual es la principal causa de muerte de ballenas en el mundo, y así poder protegerlas”.
El avistamiento de estos animales suele ser relativo. “Este año la primera ballena la vimos en septiembre, otras temporadas ha ido variando. La temporada pasada por ejemplo vimos en noviembre, otros años las hemos avistado por primera vez ya en enero”, explicó Fernanda Silva.
Y para quienes desean acercarse a sitios para observar estas colosales especies, o propician estas actividades, enfatizó lo fundamental de que sea un turismo amigable con el mar y sus animales.
“Lo primero que se les menciona a las personas es que las ballenas están protegidas por ley, hay que mantener cierta cantidad de distancia al observarlas. Si es que ella decide acercarse ahí el capitán está atento, siempre hay que ir paralelo, nunca apagar el motor, este se deja en neutro. Y, por ejemplo, si es que la ballena fuera al lado derecho del bote, los pasajeros deben mantenerse sentados, y los de la izquierda se podrían parar, y viceversa. Lo ideal es no gritar, así que evitamos hacer ruidos o movimientos bruscos en la embarcación”, aconsejó para cerrar.