Recientemente se dio a conocer el primer Índice de Salud del Océano para Chile, que refleja brechas y potencial para mejorar.
“Nunca pensamos en el océano como nuestro gran aliado, no lo vemos, pero hace casi todo el trabajo por el planeta. Es un gran ecosistema que nos hace servicios y nos protege día a día… Hace algo bueno, pero finalmente se enferma”.
Con esas palabras es que la doctora Laura Farías, oceanógrafa y académica del Departamento de Oceanografía de la Universidad de Concepción (UdeC), aborda los roles vitales y la vulnerabilidad del océano, que este mes se relevan con mayor énfasis en el contexto del día mundial que instauró la ONU para el 8 de junio en pos de impulsar acciones globales y locales para su protección y conservación.
Es que cubre más del 70% de la Tierra, es principal fuente de vida como hogar de la mayor biodiversidad, regula el clima, secuestra carbono de la atmósfera, produce la mitad del oxígeno que se respira, y sustenta a la humanidad en términos económicos, alimentarios, trasporte, turismo y recreación.
Pero, varios fenómenos de origen antrópico y ambientales afectan su estado y cada vez más, desde contaminación y sobreexplotación de recursos a calentamiento global y cambio climático, interfiriendo con sus roles y amenazando esos beneficios clave para el bienestar de la humanidad y el planeta.
“Si el océano funciona de manera óptima hará mucho mejor ese bien. Si se contamina o calienta no va a regular la temperatura, secuestrar carbono y los ecosistemas de los cuales dependemos, sobre todo Chile con su gran extensión de costa, van a caer en estado de deterioro”, advierte la investigadora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2) e investigadora del Instituto Milenio de Socio-Ecología Costera (Secos).
Chile tiene un maritorio en el Pacífico que triplica la superficie del territorio y más de 6 mil kilómetros en línea costera recta de norte a sur que le hacen el cuarto país con la mayor extensión de costa, que provee servicios a múltiples comunas de la Región del Biobío.
Y para profundizar da un ejemplo local: “Si el río Biobío lleva mucho nitrógeno al océano y aumentan las microalgas hay funciones que pierde, como su biodiversidad porque a los organismos no les gusta esa carga y se van, entonces pierde capacidad de sostener pesca artesanal o turismo y recreación porque las playas no son apetecidas, se pierde provisión de alimento y economías”.
La cadena de perjuicios también ocurre en áreas donde se realiza extracción intensiva e irregular de recursos, o si se contaminan ambientes y aguas como pasa en áreas con concentración de actividad portuaria e industrial como Coronel y Talcahuano.
De hecho, estas comunas estuvieron entre las más asociadas a un mar dañado en la Primera Consulta Ciudadana sobre Salud del Océano para Chile que se realizó en 2022 y en el marco de la elaboración del primer Índice de Salud del Océano (IdSO) que se dio a conocer recientemente y determinó su sanidad acorde a la provisión de beneficios asociados a sus funciones. Y la conclusión es que, aunque falta para tener uno completamente sano, se está en un punto favorable para avanzar y preservar.
El IdSO es indicador reconocido internacionalmente que se adaptó al contexto local y evaluó el estado de ecosistemas marinos y actividades asociadas en 103 comunas costeras de Arica a Punta Arenas, analizando varias fuentes de información científica, y determinó que Chile obtuvo 61 puntos de un máximo de 100 para ubicar a la salud oceánica en estado intermedio-alto, explica la doctora Laura Nahuelhal, coordinadora del trabajo e investigadora de Secos e Ideal. Pero, quedó bajo el promedio mundial de 73 puntos de los 220 países que cuentan con mediciones.
Para llegar a los resultados, explica que el IdSO mide 10 indicadores o metas como biodiversidad secuestro de carbono, aguas limpias, economías y medios de vida, provisión de alimentos, y turismo y recreación.
La ponderación de cada una se resume en la cifra total, pero hay variaciones importantes. “Algunas metas obtuvieron puntajes altos, en otras fueron muy bajos, lo que sugiere un amplio espacio para mejorar la salud del océano si queremos llegar a 100”, sostiene la científica.
La meta biodiversidad logró la mayor puntuación con 73.8 puntos y 68.9% de las comunas con en categoría de valor “Alto” (mayor a 80 puntos). Y las oportunidades de pesca artesanal (27,9) y de productos naturales (30,4) obtuvieron los puntajes más bajos.
Se hacen claros los aspectos a potenciar y desafíos para la protección y preservación del océano con su biodiversidad y funciones, y es en la toma de decisiones y políticas sobre gestión y conservación donde pueden y deben influir los resultados de este índice en particular y la evidencia científica en general.
La diferencia de los resultados del IdSO entre metas y a nivel comunal se pueden relacionar con lo muy diferente que es Chile de norte a sur en características biogeográficas y así también su larga costa, habiendo diversidad de características, actividades y estado de salud.
“Chile tiene una línea de costa muy heterogénea, incluso a escalas pequeñas”, afirma el doctor Cristian Vargas, oceanógrafo y académico de la Facultad de Ciencias Ambientales de la UdeC e investigador de los institutos milenio Secos y de Oceanografía (IMO). “Y dentro de toda la heterogeneidad que tiene la costa de Chile en Biobío encontramos una aún mayor”, sostiene el director del Laboratorio de Ecosistemas Costeros y Cambio Ambiental Global (Ecca LAB) en la UdeC.
Al respecto, expone que “si en la Región del Biobío uno va a mirar condiciones fisicoquímicas en Caleta Chome (Hualpén) o Punta Lavapié (Arauco) son ambientes súper distintos”.
Al respecto, explica que en distintas zonas del país varían las características del agua, los fenómenos que ocurren y la biodiversidad marina. Así hay organismos expuestos normalmente a distintas condiciones, algunas más o menos variables y otras más extremas como los eventos como la surgencia costera, que es el afloramiento a la superficie de aguas profundas con menos oxígeno y más ácidas, que se dan en puntos específicos y tiene frente al Biobío un centro de ocurrencia.
Añade el factor humano: “Hay sitios que son santuarios naturales como en la Península de Hualpén y a unos kilómetros encuentras a la Bahía de San Vicente casi como zona de sacrificio con mucha actividad portuaria y alta cantidad de contaminantes. Al sur de Desembocadura del río Biobío pasa lo mismo, con zonas con menor intervención y hacia la parte portuaria de Coronel hay evidencias de contaminación por metales pesados”.
Por ello Vargas define a la heterogénea costa de Chile y del Biobío como laboratorio natural para estudiar potenciales impactos del cambio ambiental global y transformaciones que están ocurriendo a escala planetaria como pérdida de oxígeno y acidificación del océano.
Son materias que abordan en su laboratorio y guían su línea de investigación, y aclara que son fenómenos que se están dando con mayor o menor intensidad en distintas zonas producto de situaciones como el ingreso de carbono a las aguas que las vuelve más ácidas a lo que son natural y normalmente, por lo que cambia radicalmente las condiciones en la que viven los organismos o se generan ciertas actividades en esas áreas.
No obstante, en el contexto local son condiciones extremas que se dan de la mano de la ocurrencia regular de ciertos eventos como la surgencia costera y a la que están habituadas ciertas poblaciones de especies marinas.
Aunque todo es una cierta intensidad y frecuencia que también puede ser y está siendo modificada por el cambio ambiental global.
Así que estos estudios científicos locales y en torno al océano pueden permitir responder cómo o cuánto afectará el cambio global, proyectando zonas y especies más susceptibles o más fuertes para afrontar y así encauzando o priorizando áreas de protección o para planificar actividades pesqueras o acuícolas, plantea el doctor Vargas.
Ante dichas materias y para abordarlas de la mejor forma en base a la evidencia, como todas las distintas amenazas globales y locales que acechan al océano, la clave está en que las acciones del presente miren al futuro y no se trate de hacer esfuerzos científicos acotados a un par de años que terminan por perder su potencial, considerándose las evidencias para la toma de las mejores decisiones y diseño de políticas e implementar estrategias de gestión y conservación de largo plazo y alto impacto.
La razón, según explica el investigador de la UdeC, es que “los cambios de pequeña escala como alteraciones que genera el hombre se pueden detectar rápido, pero para observar tendencias de cambios en patrones climáticos y de precipitaciones y de caudal del río o la intensificación de la surgencia necesitamos registros decadales para observar tendencias”.
Así que se requieren investigaciones con datos de largas series de tiempo. Y, afirma “en eso estamos al debe”. “Un gran desafío en la Región del Biobío es tener un observatorio ambiental y climático. Llama la atención que para esta región, con un río tan importante y una zona costera importante y gran actividad pesquera no tengamos este tipo de observatorio y se hace prioritario”, cierra.