¿Cómo asegurar la producción acuícola necesaria y su sustentabilidad?, es la gran pregunta y desde el Centro Incar Udec buscan dar respuestas en un contexto en que la población global crece, necesita alimentos que sean sanos como los azules, y la pesca ha sobreexplotado y llevado al límite a muchas especies de interés comercial.
“Desde 2018 se produjo un quiebre y, por primera vez, la humanidad consume más proteína marina desde la acuicultura que desde la pesca”, asegura el doctor Renato Quiñones. Ese dato evidencia lo vital del presente y para el futuro del rubro que produce recursos acuáticos por intervención humana, sean de mar o agua dulce, a cuyo mejor desarrollo busca contribuir el quehacer del Centro Interdisciplinario para la Investigación Acuícola (Incar) que dirige.
Centro de excelencia financiado por el Fondap/Anid que esta semana y con más de 90 de sus integrantes tuvo su Reunión Plenaria Anual en la Universidad de Concepción (UdeC), institución que lo lidera, cuando celebró logros de sus 10 años de existencia.
Hitos coincidentes con el Día de la Acuicultura el 30 de noviembre, en un 2022 que es Año Internacional de la Pesca y la Acuicultura Artesanales, y en pleno Decenio de las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible (2021-2030) que instauró Naciones Unidas para impulsar el alcance de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de su Agenda 2030 con la que busca asegurar la prosperidad de toda la humanidad y del planeta.
Ante ello, la cita del Incar cerró con un panel de investigadores que abordaron el presente y futuro de la acuicultura en Chile, con reflexiones sobre diversificación, percepción social y retos de la actividad en el país, que se contextualizan en una desafiante situación planetaria desde la que se desprenden problemas locales.
Nada de ello se puede ignorar y todo tiene a la base un papel cada vez más potente de la acuicultura como medio de subsistencia humana en un planeta en crisis, en lo socioeconómico y alimentario, según explica el doctor Quiñones, también académico del Departamento de Oceanografía de la UdeC.
Porque el investigador resalta que “se espera que en los próximos años se necesite cada vez más un alimento que venga del océano y del agua dulce”. Ello, inexorablemente, implica que la acuicultura siga con rol protagonista como fuente alimentaria y esa tendencia al alza que se ha visto, mientras la pesca se mantiene o decrece para ciertas especies, sostuvo.
Es que la sobreexplotación de recursos naturales, entre los que están los marinos/pesqueros, en pos de mantener economías y alimentar, ha llevado al colapso pesquerías que, en realidad, ha sido llevar a un límite crítico a la conservación de poblaciones de diversas especies de interés comercial y acelerar una grave pérdida de biodiversidad.
Eso impacta en otras con las que se relacionan en la trama trófica, por ende, perjudica a los ecosistemas donde habitan organismos con diversos roles y que establecen dinámicas que también proveen servicios ecosistémicos o beneficios para el ser humano, desde alimento a aire para respirar.
Algo que se da en un contexto de problemas ambientales como contaminación del océano y cambio climático que perturban las condiciones naturales y añaden estrés a las especies.
Mientras, advierte Renato Quiñones, sigue creciendo la población en un mundo sobrepoblado, que a mediados de noviembre superó los 8 mil millones de habitantes y suma miles de personas nacidas a diario que necesitan alimentarse y saludablemente para combatir a patologías que se relacionan como dietas malsanas como diabetes, obesidad y enfermedades cardiovasculares.
Para eso los alimentos azules, los que proveen ecosistemas de agua salada o dulce, tienen claro liderazgo como fuente de alto valor nutricional y esenciales en una alimentación saludable, enfatiza el académico, y por eso se posicionan como alimentos clave de la dieta para un futuro sostenible.
Además, son miles de millones de personas que necesitan trabajos e ingresos económicos para trabajar; la actividad acuícola también les provee.
Contexto humano y planetario que destacan a la acuicultura para satisfacer necesidades. Pero, reconoce Quiñones, plantea una crucial pregunta y gran desafío, para Chile y el mundo: “¿cómo lograr la producción acuícola necesaria y asegurar su sustentabilidad ambiental, económica y social?”, interpeló.
Interpelación que atienden y buscan resolver desde hace una década en el Centro Incar, contribuyendo con ciencia, investigación y desarrollo a distintos niveles.
Hay más de un reto para el desarrollo sustentable de la acuicultura. Uno básico para Renato Quiñones es mejorar la comprensión social.
Porque sabe que suele asociarse directamente con la salmonicultura o cultivo de salmones, que también sabe que es la principal fuente de cuestionamientos sobre el rol e importancia de la actividad, por impactos que se saben o sospechan de la industria salmonera.
Por ejemplo, los salmónidos no son nativos, la industria salmonera se emplaza primordialmente con centros de cultivo entre fiordos y aguas de la Patagonia chilena que tiene riqueza natural invaluable, diversos productos químicos se usan para combatir enfermedades en salmones y pueden llegar al ambiente e impactar a otras especies o existe posibilidad de escape de peces desde sus jaulas para incorporarse a ambientes en que pueden invadir y depredar a especies nativas.
Pero, el investigador enfatiza que “la acuicultura es más amplia: hay cultivo de salmones, pero también de algas y moluscos”. De hecho, “en Chile hay dos rubros principales: la salmonicultura y somos segundo productor de salmones del mundo; y la mitilicultura, cultivo de mejillones o choritos, y Chile es principal exportador mundial”, asevera.
Cultivos con realidades muy diferentes, lo que podría explicar porque una es más visible e interpelada y haya carga negativa sobre la acuicultura, si bien genera muchos empleos e ingresos y permite que muchas comunidades subsistan y se desarrollen.
Quiñones resalta que la del salmón es una gran industria, mueve miles de millones de dólares al año de la mano de grandes compañías internacionales que operan desde Chile. “En los choritos, 70% de sus productores son de pequeña y mediana industria”, afirma. “También hay acuicultura de pequeña escala que hacen emprendedores y PyMes, sindicatos de pescadores artesanales o personas de pueblos originarios”, añade.
Para Quiñones es la visibilización de las distintas actividades acuícolas lo que puede dar pie a erradicar prejuicios, y valoración y aceptación de la sociedad, como también impulsar que las comunidades costeras puedan considerar la acuicultura como medio de subsistencia.
También releva como crucial avanzar en políticas públicas, normativas y fiscalización, y en mejorar los métodos de producción.
Y advierte que “la acuicultura es una actividad en la que en Chile existen muchas brechas jurídicas, de capacidades institucionales para fiscalizar y de conocimientos”. Y también plantea que “estamos en proceso de aprendizaje nacional que nos hace avanzar lentamente hacia una acuicultura sustentable”.
En este contexto destaca que “es clave la generación de investigación, conocimientos, desarrollos e innovaciones que permitan acortar las brechas, mejorar los procesos y las políticas públicas”, tal como lo hace el Incar UdeC.
Por ejemplo, investigadores del centro de excelencia han “hecho aportes muy importantes en el combate de algunos patógenos tradicionales o emergentes en salmonicultura como el piojo de mar o bacterias”, asegura el director, y el propósito de estas contribuciones es generar vacunas o métodos alternativos a antibióticos, pesticidas y otros químicos que se usan en la industria del salmón y se relacionan con impacto ambiental.
Y regularmente presentan informes en que compilan las evidencias científicas generadas y que sean de impacto para mejorar o crear políticas públicas para la acuicultura sustentable en Chile.
Y uno de los primordiales retos científicos-públicos del sector acuícola, con énfasis en el salmonero, es cambiar los paradigmas que predominan e incorporar el enfoque ecosistémico en la toma de decisiones y regulaciones, enfatiza la doctora Doris Soto, ecóloga, líder del Programa Integrativo e investigadora principal del Incar.
Con este trabajan en el centro y promueven para diseñar mejores políticas públicas, pues explica que “es una estrategia para equilibrar los objetivos económicos, sociales, ambientales y de gobernanza, para lograr que la acuicultura sea realmente sustentable en lo ambiental, económico y social”.
Materializar este enfoque implica evaluar los diversos beneficios e impactos de la actividad en un sitio, más allá del rédito de cierto nivel productivo posible, y determinar cuál es la capacidad de carga productiva del ecosistema en que se puede emplazar un centro de cultivo, para no superar ese límite que puede alterar sus condiciones y servicios ecosistémicos.
En esta materia, la doctora Soto afirma que “en Chile hemos avanzado y en otras partes del mundo también, aunque no lo suficiente” y entre los principales obstáculos que vislumbra para acelerar este avance son las brechas en comprender que se necesita mirar el crecimiento del sector en el mediano y en el largo plazo, además de no maximizar los objetivos económicos y minimizar los ambientales, que es la lógica que prima y genera consecuencias más dañinas.
Cambiar esa realidad urge a avanzar, en pos de una acuicultura tan suficiente como sustentable.