Salud y enfermedad mental: ¿cuándo se está mentalmente sano?
17 de Octubre 2022 | Publicado por: Natalia Quiero
Investigadores del programa Nepsam Udec abordan distintas aristas del fenómeno, considerando que las emociones son placenteras y displacenteras, naturales e intrínsecas al ser humano y se necesitan para responder adecuadamente de acuerdo con distintas situaciones. Pero, a veces las asociadas a malestar son tan intensas que se vuelven patológicas.
Salud mental; dos palabras cuyo protagonismo dio partida a esta semana y en la agenda pública aumentó sustancialmente desde que la Covid-19 llegó a la vida de todas las personas, pero cuya trascendencia se releva desde hace dos décadas con el Día Mundial de la Salud Mental cada 10 de octubre, promovido por la Federación Mundial de la Salud Mental y que cuenta con apoyo de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Porque esas dos palabras significan tanto para la calidad de vida personal y en sociedad. Pero, ¿qué es salud mental?, ¿cuándo se está sano mentalmente?, ¿cómo se determina el estado? Tantas preguntas surgen, sobre todo por el amplio uso o llamados en torno al concepto, por lo que diversos aspectos son abordados por los investigadores del Programa de Neurociencia, Psiquiatría y Salud Mental (Nepsam) de la Universidad de Concepción (UdeC) Pablo Vergara, Patricia Rubí y Ximena Macaya, todos doctores en salud mental con distintas especialidades.
La sanidad mental
Para comenzar hay que detenerse en la definición de la OMS hace de la salud mental como “estado de bienestar en el cual cada individuo desarrolla su potencial, puede afrontar las tensiones de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera, y puede aportar algo a su comunidad”.
“Esto implica una mirada que va más allá de entender la salud mental como ausencia de una enfermedad mental e impone a definirla desde una mirada contextual e histórico cultural”, resalta el doctor Vergara, también director de la Sociedad Chilena de Psicología Clínica y Psicoterapia y académico del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina UdeC, donde es director de Vinculación con el Medio y Comunicaciones.
Por ende “estar sano mentalmente es tener un estado que permita realizar normalmente todas actividades y desarrollar al máximo las propias potencialidades dentro del contexto familiar, comunitario, laboral o académico”, manifiesta la doctora Rubí, también académica del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental. Desde allí la doctora Macaya, coordinadora ejecutiva de Nepsam UdeC, explica que un estado de sanidad mental “es sentirse en bienestar emocional, físico y social, es decir, cómo me siento yo y a mi contexto. Eso tiene que ver con tener condiciones de tranquilidad y satisfacción”.
¿Malestar o enfermedad?
Entonces, no se está en condiciones de sanidad mental cuando hay intranquilidad e insatisfacción con la propia vida o el contexto, cuando hay malestar psicológico. Pero, ello no es sinónimo de enfermedad mental por defecto.
El malestar emocional suele vincularse con emociones como ansiedad, estrés o tristeza que causan agobio e incomodan, pero para que se considere estado patológico hay criterios básicos: uno es la “temporalidad, en que el malestar se instala en nuestra realidad psíquica”, aclara el psicólogo Pablo Vergara, también investigador del Observatorio de Parentalidad (OPA) UdeC, pero también que “se suele visibilizar la pérdida de ocupacionalidad”.
Esto quiere decir que la patología mental se diagnostica cuando el estado de malestar se prolonga en el tiempo y cuando las emociones son tan intensas que son imposibles de autoregularse y causan disrupción en el funcionamiento normal en las distintas dimensiones de la vida, como interferir en actividades laborales y/o académicas y en las relaciones familiares y sociales.
Parte de la vida
La psiquiatra Patricia Rubí, especialista en salud mental comunitaria, recalca que es importante saber que, si bien no es grato, “cierto grado de malestar emocional o síntomas son naturales y normales ante algunas situaciones”. Por eso, es la instalación más allá de lo esperable frente a un evento estresante o traumático como una evaluación académica trascendental, una crisis personal o social, una pérdida importante, y la disfunción lo clave.
Es más, Ximena Macaya, especialista en educación emocional y alfabetización en salud mental, aclara que las emociones son intrínsecas al ser humano y estamos configurados para experimentarlas según cada situación, sobre lo que destaca que “las emociones displacenteras, como miedo o enojo, muchas veces preparan para enfrentarte a alguna situación”. En efecto, explica que las emociones, naturalmente, cumplen un rol como activar procesos cerebrales o fisiológicos como secretar hormonas vinculadas con estados de placer o alerta que pueden ser clave en la adaptación y hasta la supervivencia.
Desde aceptar las emociones a los hábitos para promover la salud mental
Reconocer lo natural de las emociones es reconocer que bienestar y malestar son parte de la vida y que por eso su manifestación se vuelve necesaria y hasta vital de acuerdo con diversas circunstancias, plantea la doctora Ximena Macaya, quien también es integrante de la Unidad Desarrollo Socioemocional y Competencias Emocionales de la Facultad de Odontología UdeC.
Por ello, considera crucial cambiar los lenguajes e imaginarios en torno a las emociones que muchas veces se mencionan como positivas o negativas, según el bienestar o malestar; son emociones y lo correcto es categorizarlas en “placenteras o displacenteras”, precisa, pero ninguna es buena o mala ni patológica en su esencia.
Y el reconocimiento de las emociones como naturales lleva a aceptarlas y aceptar es un paso clave en la identificación, procesamiento y manejo emocional, con conciencia de la capacidad personal para enfrentarlas como de la necesidad de pedir ayuda oportuna y adecuada para reducir los síntomas de malestar, manifiesta, que podría ser desde hablar con un ser querido para que contenga hasta requerir atención profesional o tratamiento a una enfermedad mental.
El gran problema es que hay personas poco tolerantes a las emociones displacenteras, que las ocultan y luchan contra estas o las critican en otros. Algo en lo que Macaya cree que tiene enorme peso el estigma sobre el malestar emocional como conflictivo y en que sentirse mal o pedir ayuda para muchos se asume como signo de debilidad. Añade lo nocivo que está resultado el positivismo extremo, naturalmente falso y muy difundido por redes sociales en que se promueve el estar bien y feliz siempre, mientras el malestar se asocia a un estado malo e inapropiado. También, dice en el colectivo perdura la creencia de que ir al psicólogo es “estar loco” y sinfín de prejuicios sobre padecer una enfermedad mental que generen temor de hablar de estas.
Todo se vuelve brecha para aceptar y afrontar las emociones displacenteras, lo que aumenta el riesgo de que el malestar se exacerbe, cronifique y patologice.
Hacerse cargo
Son brechas que urge acortar para hacerse cargo de la salud mental y la clave es la educación emocional y la alfabetización en salud mental, sobre lo que investiga Macaya, que son claves para visibilizar y entender a las enfermedades mentales, erradicar estigmas y solicitar ayuda.
Pero, también importa abordar desde lo promotor y preventivo, es decir, antes de que se genere la patología, donde hay bastante que se puede hacer desde lo individual y colectivo, ya que “existen factores protectores de la salud mental, tanto individuales como externos, y estos se presentan a lo largo de toda nuestra vida y aumentan la resiliencia”, afirma la doctora Patricia Rubí.
“Entre los protectores individuales hay factores intrínsecos como la inteligencia y personalidad. También hay conductas que pueden ayudar a mantener la salud mental como hábitos de higiene del sueño, practicar ejercicio, mantenerse activo mentalmente y seguir una dieta sana”, detalla. Reducir los niveles de estrés de la vida y resguardar los espacios de ocio y disfrute personal también son cruciales.
En definitiva, son comportamiento relacionados con seguir estilos de vida saludable y manifiesta que “son cosas que podemos hacer sin necesitar de otra persona ni requerir mayores recursos y con las que podemos influir en la salud mental”. Un tributo al bienestar integral que, incluso, salva vidas, porque se trata de los mismos hábitos vastamente estudiados y promovidos para prevenir o reducir factores de riesgo de salud física y la carga de enfermedades crónicas no transmisibles como diabetes, hipertensión, obesidad, enfermedades cardiovasculares y muchos tipos de cáncer.
“Entre los factores externos protectores más importantes destacan las interacciones sociales sanas y positivas, la educación de calidad, tener un trabajo decente, un vecindario y comunidad seguros, y la cohesión social, entre otros”, precisa la académica.
Las dietas malsanas, la vida inactiva, dormir poco y mal, son conductas personales que actúan como factor de riesgo para las enfermedades mentales. Lo mismo con conflictos sociales, crisis económicas o sanitarias y las violencias.
Cuidar a la infancia
Un fenómeno en el que la infancia y adolescencia, etapas críticas del desarrollo, merecen atención especial, según explica Pablo Vergara, especialista en salud mental infanto-juvenil y parentalidad.
El académico explica que la salud mental es un constructo en permanente desarrollo desde el inicio de la vida y a lo largo de todo el ciclo de vital de una persona y, dados los factores individuales o externos, que existen una serie de variables que favorecen o desfavorecen y muchas se escapan a las propias decisiones. En ello, los estilos de crianza y las vivencias durante la infancia y adolescencia en relación con la parentalidad y otros eventos pueden ser determinantes para lo que una persona será en el futuro, pensando en lo protector o de riesgo, definiendo la capacidad de adaptación y resiliencia o las relaciones interpersonales.
Sobre esto, sostiene que “tener primeros años confortables no asegura que en etapas posteriores no se puedan tener situaciones complejas que perturben nuestro estado de equilibrio, pero sí se aprecia es que hay una mayor ‘cuenta de ahorro emocional’ que amortigua el impacto de la situación adversa”, según plantean distintos estudios.
Por ello, y avalado por lo que multiplicidad de evidencia dice, sostiene que “los primeros años de vida son fundamentales, por lo que la infancia resalta como una etapa única de proteger y cuidar”.