La llegada de la viruela del mono y ver noticias sobre brotes de otras emergentes o raras patologías generan temor de volver a vivir otra Covid-19. ¿Se avecina otra gran epidemia global? Hay riesgos reales para la sociedad contemporánea, pero también capacidades para afrontarlos.
El 23 de julio, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la viruela del mono como emergencia mundial de salud pública, mismo estado de la Covid-19, dado el alza de contagios a nivel internacional, con miles de casos en más de 90 países y muchos en los que la enfermedad no se había registrado históricamente, si bien el primer caso humano se confirmó en 1970 en República Democrática del Congo.
Como Chile, que bordeando los 200 casos quedó en el puesto 20 de los países con más contagios (de los que notifican), según el informe Global Health que elaboraron investigadores de varias instituciones. Un dato que alarma ante la posibilidad de que aumenten las infecciones y con el mismo cariz se asumen noticias sobre otras patologías como el raro virus de Marburgo en Ghana, la “gripe del tomate” en India o los rebrotes de Covid-19 en diversos lugares.
Y se entiende tras pensar que había luz al final del túnel que fueron los dos años de crisis sanitaria por la patología que causa el Sars-CoV-2, que surgió en una lejana China y se propagó por el planeta para obligar a aislarse y cumplir restricciones que, aunque más flexibles, siguen presentes. ¿Se avecina otra gran pandemia?, surge como inquietud y sobre el riesgo que se enfrenta habla el doctor Mario Quezada-Aguiluz, microbiólogo y académico del área de infectología del Departamento de Medicina Interna de la Facultad de Medicina y coordinador del eje de Educación del Centro Regional de Telemedicina y Telesalud del Biobío de la Universidad de Concepción (UdeC), proyecto financiado por un FIC del Gobierno Regional que ejecuta en asociación con la Universidad Católica de la Santísima Concepción.
El primer aspecto de la realidad que precisa es que “estamos muy propensos a que ocurran estos brotes”, con potencial de generar epidemias y pandemias. Y hay múltiples razones.
Desde lo biológico, explica que en la naturaleza y ambientes hay gran diversidad de microorganismos como virus y bacterias, algunos nos son inocuos y otros patogénicos. Y hay muchos desconocidos. A estos organismos, poder mutar les da ventaja adaptativa para resistir, infectar a más personas y persistir, y destaca que “virus ARN (Sars-CoV-2), tienen tasa de mutación superior a bacterias y virus ADN (viruela del mono)”. Alta tasa de mutación implica generar nuevas variantes que podrían ser más contagiosas, letales o resistentes. Ello produce gran posibilidad de originar brotes, epidemias y pandemias.
Pero, el mayor riesgo de que ocurra un brote que afecte la salud humana está en la actividad humana, que en sus avances interfiere con miles de años de evolución que ha generado que en los ecosistemas haya diversos seres vivos que interactúan, desde microorganismos a grandes depredadores. Eso nos vuelve más susceptibles a nuevas infecciones y brotes, que suelen ser zoonosis, salto de animal al humano, como las mencionadas, y según las evidencias el 75% de los patógenos infecciosos emergentes son de origen zoonótico.
El doctor Quezada advierte el riesgo de llegar cada vez más lejos en la naturaleza, por actividades que van desde turismo a intervenir para construir viviendas por el crecimiento poblacional. “En muchos ambientes prístinos o salvajes, como la selva, hay familias de virus que atacan e infectan a animales silvestres, como los coronavirus que son más 45 especies. Cuando el humano empieza a invadir estos ecosistemas y tener contacto con los animales es más probable que un virus experimente una mutación que le permita infectar al humano, que dentro del organismo humano se generen adaptaciones del virus y pueda transmitirse entre personas”, detalla.
Sumado al vínculo, el riesgo de nuevas infecciones y brotes se exacerba con la destrucción de hábitats, sobreexplotación de recursos, caza o tala ilegal y consecuente pérdida de biodiversidad que vive el planeta, todo culpa de la acción humana, al haber en la naturaleza menos animales para que los microorganismos infecten. Y está el cambio climático, que puede generar condiciones propicias para la proliferación de patógenos.
Todo un caldo de cultivo para el origen y propagación de patógenos humanos. Pero, falta el mayor impulso: la globalización. Vivir en un mundo hiperconectado genera viajes internacionales cada vez más accesibles, masivos y recurrentes e implica que a diario en un aeropuerto internacional circulen miles de personas viajando de una latitud a otra, yendo o viniendo de un sitio exótico y pudiendo portar un patógeno. “La conectividad que han dado los vuelos internacionales es un factor preponderante a la hora de la aparición de epidemias y pandemias”, enfatiza el microbiólogo.
Muchos factores están incrementando el riesgo real de que se aparezcan nuevos patógenos humanos, enfermedades, brotes, epidemias y pandemias. Y, de hecho, hay organismos como la ONU o la OMS y reportes internacionales demuestran que las epidemias locales e internacionales han aumentado con el paso de los años e impacto humano y proyectan que estas sigan incrementándose cada vez más. Ese es un fenómeno del que hay que estar conscientes y preparados e, idealmente, tratando de limitar al máximo las perturbaciones y peligros. Ante este contexto, a fines del año 2021 y por el Día Internacional de la Preparación ante las Pandemias, el secretario general de la ONU, Antonio Gueterres, manifestó que “Covid-19 no será la última pandemia a la que deba enfrentarse la humanidad. Las enfermedades infecciosas siguen siendo un peligro que acecha a todos los países” y también advirtió que “todo brote, dondequiera que surja, puede convertirse en una pandemia”.
En este sentido, el académico de la UdeC Mario Quezada hace hincapié en que “debemos estar preparados para virus mucho más peligrosos que el Sars-CoV-2. Hay virus respiratorios que podrían ser más virulentos y mortales que el coronavirus”, aclarando que la realidad es que “los últimos virus (epidémicos) son bastante contenibles y por general no provocan los brotes y efectos del coronavirus: el brote más grande del de Marburgo fue en Ghana hace mucho tiempo y no fueron más de 300 personas”. Dato que cuantifica el potencial de alcance e impacto epidemiológico.
Y ante el riesgo de que surjan nuevos brotes y epidemias, sea una enfermedad emergente en todo el mundo o en un sitio en particular, el investigador aclara que el impacto tiene que ver con la vulnerabilidad o resiliencia del organismo para resistir una infección. Algo en lo que puede haber factores biológicos, genéticos, de raza y estado de salud general, respecto a lo que afirma que existen poblaciones más preparadas y otras más susceptibles al efecto de un patógeno y la enfermedad que provoque.
Esto tiene que ver con la misma dinámica evolutiva en la naturaleza, interacciones y adaptación de las especies. Si se trata de algún patógeno al que la población ya se ha enfrentado, que ha enfermado o recibido una vacuna, existirá una mejor respuesta inmunológica, mientras que el sistema inmune es mucho más lábil si es un agente desconocido, explica el doctor Quezada. De ahí que una población como la chilena también será mucho más vulnerable a los impactos de un patógeno que ha sido propio de otras latitudes.
Y, lo cierto es que las grandes últimas amenazas de agentes infecciosos han surgido desde África o Asia, “donde este tipo de patógenos son endémicos”, reconoce. Por ello, aclara, habitantes de países de esas naciones tendrían mejores condiciones adaptativas para responderles. “Cuando aparecen en países donde no son conocidos es distinto por la presión de selección, porque no hemos sido expuestos, no estamos adaptados y nuestro sistema inmune trabaja de forma distinta”, afirma. Es decir, a nivel inmunológico no ha habido contacto con el agente, no se han desarrollado mecanismos para combatirlo y eso vuelve más susceptible a generar la enfermedad, que se exprese de manera más violenta y se propague.
Por eso, ante el riesgo o concreta propagación internacional a muy lejanas latitudes como Chile de infecciones como la viruela del mono siempre habrá preocupación.
Y lo más preocupante para el especialista de cara a este tipo de situaciones es que el perfil epidemiológico de la población de alta prevalencia de enfermedades metabólicas o crónicas no transmisibles como diabetes, hipertensión, y sobrepeso y obesidad (con 12%, 27% y 74%, respectivamente, según la última Encuesta Nacional de Salud), que afectan el funcionamiento y salud integral del organismo y generan mayor labilidad inmune. “Estas enfermedades nos dejan muy mal parados para enfrentar patógenos, sobre todo si son emergentes”, advierte.
Un escenario que se ve poco auspicioso, pero para el microbiólogo lo más relevante está en las ventajas o fortalezas que la sociedad contemporánea y Chile tienen para afrontar la llegada de un nuevo patógeno, una epidemia o pandemia.
Primero, pese a que hay falencias y brechas, destaca un sistema sanitario con infraestructura y capacidades técnicas y humanas de alta calidad en relación con países Ocde y en mejor pie que otros países como los africanos. En el mismo sentido, están las capacidades científicas, tecnológicas y conocimientos actuales, que permite generar rápido soluciones, como la vacuna contra la Covid-19 que se diseñó en tiempo récord, y en Chile hay capital humano avanzado para investigar y buscar soluciones. Además, evidentemente, resalta la experiencia y aprendizajes que la crítica y repentina pandemia de Covid-19 brindó al país y toda su sociedad.
Desde el presente y para las proyecciones futuras que podrían alarmar, Quezada enfatiza “el llamado es preocuparse y ocuparse, no a asustarse”. Esto quiere decir que no hay que desesperanzarse, desesperarse o paralizarse ante un oscuro e inexorable destino, sino conocer y valorar las herramientas disponibles, mantenerse informados por canales oficiales y confiables para evitar fake news, ser responsables en seguir protocolos y recomendaciones que especialistas y la autoridad sanitaria brinde junto con no olvidar el autocuidado y medidas básicas que pueden contribuir a la protección personal, contener contagios y salvar vidas como es lavado de manos frecuente, desinfección de artículos o espacios y la vacunación, además de mantener estilos de vida saludables en cuanto a hábitos alimentarios y de actividad física que fortalecen al sistema inmune y la salud integral y que previenen o controlan los factores de riesgo.