Lecciones desde los estudios vinculados al periodo primal, maternidad y crianza demuestran que el bienestar de la madre influye en su propia calidad de vida y de su hijo durante el embarazo, nacimiento, crianza y en quien será como infante, joven o adulto.
Hoy celebramos el “Día de la Madre”, en la misma semana del “Día Mundial de la Salud Mental Materna”, que se lanzó en 2016 para conmemorarse el primer miércoles de mayo y sensibilizar la relevancia del bienestar durante el embarazo, parto y postparto, porque simple y fundamentalmente, como la consigna de la campaña durante este 2022: “la salud mental materna importa”.
Hay tantas razones para argumentar la certeza del lema como para concientizar sobre una temática que interpela a toda la comunidad, porque no hay quien durante su vida no se haya relacionado con la maternidad, partiendo porque toda persona proviene de una mamá y necesita de la figura materna para para crecer y desarrollarse.
Un fenómeno complejo que hay que abordar desde su origen: el inicio de la vida. Es que, al pensar en la maternidad, así como el estado de salud mental influye en la mujer, en su autoestima, ánimo y relaciones, incluyendo la que se establezca con su hijo, de manera indudable, diversas y desde la concepción influirá en la salud y definirá al infante, joven y adulto que será. No será lo mismo haberse criado desde el apego seguro y cuidados suficientes que en ambientes de carencias y negligencias; no es lo mismo gestar y criar bajo soledad, estrés y/o con dificultades para establecer vínculos con el bebé o llevar a cabo la lactancia que acompañada, en contextos sanos o con acceso a ayudas para afrontar las complejidades. La salud mental repercute y se influye por todo ello.
Así lo explica Yolanda Contreras, matrona de profesión con grado de magíster en salud familiar y de doctora en salud mental, académica del Departamento de Obstetricia y Puericultura de la Facultad de Medicina de la Universidad de Concepción (UdeC), donde dirige el Diplomado en Salud Primal. A ese concepto, sabe, hay que prestarle atención, pues estudia los efectos a largo plazo de las experiencias que una persona tuvo en su gestación, nacimiento y primer año de vida, y cada vez más evidencias científicas y en diversas disciplinas avalan lo fundamental del “periodo primal” para la vida futura de una persona, lo que implica cuestiones biológicas, emocionales y sociales.
Centrada en la salud mental materna e impacto en el hijo, la doctora Contreras explica que exponerse a alto estrés en el embarazo activa la liberación de la hormona cortisol en gran cantidad y que “se altera la irrigación a nivel de la unidad fetoplacentaria para que estén las mejores condiciones nutricionales en el útero para que ese bebé se desarrolle”. Eso podría desencadenar riesgos para la gestación y bebé tras nacer, que en casos graves pueden ser afecciones y malformaciones.
Además, cuando la gestación se da bajo situaciones estresantes, de tristeza o dolor “toda esa emocionalidad se traspasa a nivel de neurohormonas a la unidad fetoplacentaria, y el niño o niña siente la misma pena y dolor, incluso más si no se logra explicar por qué. Y será lábil respecto de sus construcciones emocionales en el futuro”, advierte. En el periodo de lactancia y crianza sucede lo mismo y aclara que “ese niño o niña no presentará respuestas emocionales modificadas en el primer periodo, sino que será en etapas clave como interacciones sociales en la adolescencia o cuando se tiene que adaptar emocionalmente a diferentes circunstancias que le van a provocar estrés”.
Por eso, sostiene que “si no hemos tenido buenas experiencias primales no vamos a responder adecuadamente”.
De ahí que el primal sea un periodo crítico en y para la vida de toda persona, donde la responsabilidad de favorecer uno lo más positivo posible está en la madre o figura materna y entornos cercanos que pueden -y deberían- incluir la figura paterna, además de la familia. Y como ha aumentado el conocimiento también los rangos que se manejan: “el periodo primal hoy lo llevamos desde la preconcepción hasta los tres años como un eje muy importante e, inclusive, hasta los 6 años para algunos neurocientíficos y expertos en el ámbito del desarrollo infantil. Entonces, por lo menos, hasta los tres años de vida debería ser una base muy bien cuidada y desde al menos 6 meses antes de la concepción”, recalca Yolanda Contreras.
Al entender la trascendencia de la salud primal se amplía la mirada sobre el impacto de la salud materna para el futuro de su hijo, pero es también de tremenda implicancia para la calidad de vida de la mujer que gesta y transita la maternidad, resalta Yolanda Contreras.
Una fase, un estado, un hito, una forma de vida. Según creencias y vivencias, hay tantas maneras de definir a la maternidad como hay personas y circunstancias de convertirse en madre. Pero, no difiere que genera un cambio de vida y que el proceso desde la gestación se asocia a múltiples factores que normalmente impactan a nivel emocional y mental, pero hay afectaciones que salen de lo normal y adquieren tintes de patologías que afectan al bienestar materno, al vínculo que establezca con su hijo y su cuidado, y así con sus experiencias primales.
La doctora García resalta que, como evento que cambia, la maternidad requiere adaptación y desde que se sabe el embarazo naturalmente se asocia a miedos e inseguridades, a ansiedad y estrés. Hay cambios hormonales, en el cuerpo, alimentación, sueño y prioridades; hay nuevas sensaciones, preocupaciones, necesidades y gastos. También expectativas y cuestionamientos tanto personales como de entornos y sociedad con sus constructos respecto a cómo debe ser el embarazo, maternidad y crianza, a cómo debe actuar y lucir la gestante y madre perfecta. Se añaden responsabilidades como domésticas, académicas, laborales, familiares y sociales.
Al ir combinando estos factores, reflexiona, los parámetros esperados se pueden sobrepasar para tener manifestaciones emocionales exacerbadas y podrían conducir a un trastorno mental que requiere atención especializada. Por eso es importante identificar las dificultades a tiempo para abordar oportunamente. Una condición común es la “melancolía puerperal”, alteración anímica leve y breve que vivirían del 30 al 75% de madres tras dar a luz, sobre todo primerizas, y no requeriría terapia, a no ser que persista más de 15 días o síntomas sean muy severos, porque es alto el riesgo de depresión postparto, cuya prevalencia es de 10 a 15% de las madres y es una de las patologías mentales más comunes y estudiadas asociadas a la maternidad. Aunque durante el embarazo también se da y en este periodo como posteriormente son también comunes los trastornos de ansiedad y estrés.
Y Yolanda Contreras plantea que suma ansiedad y estrés, el cómo se conciben embarazo, nacimiento y salud mental desde el sistema sanitario y su modelo biomédico, pues sostiene que “se vincula con la maternidad bajo el concepto de riesgo”: suele iniciar con el “diagnóstico” del embarazo y su desarrollo se evalúa en el control y pesquisa de peligro o presencia de patología. Desde allí, lamenta que “nos ocupamos poco del bienestar y mucho del malestar, de la enfermedad. Entonces, cuando hablamos de salud mental parece que estamos hablando de patología mental”, donde el foco está en diagnosticar o prevenir una enfermedad cuando lo urgentemente necesario es promover la salud mental y esta significa bienestar. Y para ello, afirma, hay que asegurar que la maternidad se dé en las más mejores condiciones posibles.
“Es distinto planificar un embarazo que no, porque un evento inesperado provoca estrés adicional y si es esperado se puede mejor”, afirma. Bajo la comprensión de la salud primal, para que la gestación se dé en el mejor ambiente y la maternidad en bienestar, las parejas deben prepararse al menos medio año antes de concretar tanto físico como emocionalmente. En el proceso dice que “es importante reconocer el sentido personal de la maternidad y la vinculación afectiva con la pareja con la que se quiere procrear”.
Desde allí, está el papel del apoyo socioemocional de personas significativas y resalta que según estudios, incluyendo trabajos realizados junto a su equipo en la UdeC, “cuando la mujer se siente acompañada con un padre presente en la gestación se siente muy fortalecida y segura respecto de cómo va a enfrentar la maternidad. Otra siguiente figura significativa de apoyo para las mujeres es su madre”. Compañía que debe mantenerse tras el nacimiento y en la crianza que debería darse desde la corresponsabilidad parental, o bien con la ayuda de otras personas significativas.
La forma en que la madre concibe embarazo y maternidad también impacta en el bienestar, donde pueden interferir idealizaciones, estereotipos y creencias, que se van significando durante la adaptación.
Por lo expuesto y para que la sociedad dé las mejores condiciones para gestar y maternar, promoviendo el bienestar, Yolanda Contreras resalta que lo vital es cambiar la manera en se concibe la maternidad y el secreto está “en el concepto de matrescencia, que habla de cómo se transita desde la identidad previa de mujer a la de madre”. Es similar a la adolescencia, ahí el término, como periodo de ajustes biológicos, emocionales y sociales que se experimentan en la búsqueda, transición y consolidación de la identidad personal y que provocan periodos de labilidad emocional o malestar, sin que sea afección.
De ahí que cree que “hay muchas mujeres sobrediagnosticadas de depresión y ansiedad, pero tiene que ver con este periodo revolucionario que es hacerte madre, una transición muy importante que definitivamente transforma, en la derribas mitos y sales de las expectativas luminosas, cuidadas y armónicas a la realidad como es”. Y es que con este concepto comprendido e integrado cambia la manera de pensar en la salud mental materna, quebrando el paradigma tradicional, al entenderse como etapa normal, que requiere de tiempo y empatía, sin que se patologicen sus manifestaciones y promoviendo el bienestar de esas mamás que hoy están de día junto a sus hijos.