El académico Cristian Vargas lideró un análisis de evidencias globales arrojó que muchos trabajos simularon como condiciones extremas futuras unas en las que muchos organismos marinos ya viven naturalmente.
Las repercusiones del aumento de la acidez en los mares estarían siendo minimizadas. Eso concluyó un estudio liderado desde la Universidad de Concepción (UdeC) por el doctor Cristian Vargas, oceanógrafo y académico de la Facultad de Ciencias Ambientales e investigador de los Institutos Milenio de Oceanografía (IMO) y de Socio-Ecología Costera (Secos), cuyos resultados se publicaron hace poco con un artículo en la prestigiosa revista científica Nature Climate Change, de la influyente editorial Nature, en el que destaca que cerca del 50% del universo de estudios sobre acidificación del océano en el mundo “han subestimado sus impactos, porque han expuesto a los organismos a niveles que ya estaban viviendo”.
El doctor Vargas, también codirector de la Red Latinoamericana de Acidificación Oceánica, lleva años investigando este fenómeno que se ha estado evidenciando en décadas recientes y a cuya comprensión se dirigen esfuerzos científicos en todo el mundo, y es por su experiencia que el resultado, aunque le preocupa, no le sorprende pues fue autor de un trabajo que en 2017 advirtió el hecho en base a un análisis de información para el océano costero de Chile, publicado en la revista Nature Ecology & Evolution de la misma editorial.
El nuevo reto científico propuesto fue escalar a un estudio global para comprobar o amplificar la hipótesis postulada cinco años antes, para lo que en los últimos tres trabajó junto a investigadores del Secos adscritos a otras universidades chilenas y de las universidades de Gotemburgo (Suecia) y de Hong Kong, algunos ya colaboradores en el citado trabajo previo u otros.
Indagaron, recopilaron y analizaron evidencias reportadas a partir de investigaciones del océano de distintos continentes, con foco en invertebrados marinos, y también de niveles de pH y dióxido de carbono (CO2) en la zona costera. Así, el grupo detectó que en muchos estudios no se identifican mayores consecuencias en las especie en escenarios de mayor acidez oceánica y demostraron que se debe a que condiciones extremas que se han simulado en los experimentos son unas bajo las cuales viven de forma natural muchos organismos del océano costero.
En este contexto es que el académico UdeC aclara que “el pH es relativamente constante en el océano abierto, varias millas lejos de la costa”. No obstante, afirma que “en la zona costera el pH es muy variable” y que aquello se debe a diversos factores o procesos oceanográficos entre los que menciona “mareas, descarga de ríos o la surgencia costera, que se da mucho en las costas del Biobío y es un fenómeno en que las aguas del fondo suben a la superficie y estas son muy frías, con poco oxígeno, muchos nutrientes (por eso fertilizan y se dan zonas con tanta productividad), con mucho CO2 y bajo pH”.
“Muchos de los niveles futuros que se utilizaban para hacer experimentos eran niveles en que muchas especies ya estaban viviendo producto de dichas condiciones naturales”, asegura Vargas.
En efecto, como hallaron en el trabajo de 2017 para Chile, y comprobaron a nivel mundial ahora, “poblaciones que se ven expuestas naturalmente a bajo pH tienen cierto grado de tolerancia a condiciones futuras o pueden estar adaptadas, lo que no quiere decir que puedan estar adaptadas a condiciones futuras muy extremas”, advierte. Ello porque, explica el investigador, toda especie tiene cierta tolerancia, resiliencia y adaptación a cambios y estrés, si bien varía en sus niveles entre especies o entre poblaciones de la misma especie y hasta entre individuos, pero la capacidad siempre tiene un límite. Es igual que un elástico o una cuerda, que pueden aguantar un tiempo o fuerza de estiramientos y uso, pero ante una presión extrema o muy larga va a terminar cortándose.
Acidificación del océano es el aumento de la acidez de aguas o reducción de pH, mientras más bajo es más ácido, explica el doctor Cristian Vargas.
Y también recalca que no alude a variaciones naturales que se dan por períodos cortos en el océano costero, sino que a una transformación permanente de las condiciones normales y está directamente asociado al cambio global, concepto que engloba al conjunto de alteraciones a la naturaleza y sistema planetario que están ocurriendo por efecto antrópico e incluye al calentamiento global y cambio climático.
Las enormes emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera por la actividad humana desde la era industrial son grandes responsables de estos cambios y en sus últimos informes (2021-2022) el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (Ipcc) de Naciones Unidas ha advertido que se ha calentado el planeta a ritmo sin precedentes en al menos dos mil años, que es 1°C más caliente que la era preindustrial y ello está teniendo repercusiones en el clima y medioambiente.
Y si no fuera por la naturaleza sería peor, pues tanto bosques como océano tienen rol en mitigar el calentamiento global al absorber emisiones de carbono gracias a la fotosíntesis de organismos y acción de suelos y sedimentos marinos, destaca el investigador. De hecho, estudios indican que a la fecha el océano ha sido sumidero de más del 30% del CO2 generado desde la primera revolución industrial hace dos siglos. “Por mucho tiempo el océano nos mantenía el CO2 a raya”, afirma. Pero, las emisiones han sido tan excesivas que han sobreexigido hasta poner en jaque las capacidades naturales, ya que sostiene que “esa absorción de CO2 tiene un costo: cambia la química del océano y ese cambio es la acidificación”. Para cuantificar ese costo, estudios han estimado que el pH normal del océano abierto ha bajado desde 8.3 a uno cercano a 8.1, lo que representa cerca de 30% de mayor acidez.
Y Vargas resalta que debido a que es un cambio drástico permanente en las condiciones en las que han habitado las especies, un potente factor estresante, el conocimiento permite prever que la disminución del pH puede traer una serie de consecuencias para la vida marina, afectando procesos biológicos como construcción de estructuras de carbonado de calcio de especies como corales o conchas de molusco, que podrían disolverse si la reducción es extrema, entre otros efectos que mermen bienestar, desarrollo y subsistencia de organismos.
El problema es que si los estudios experimentan y modelan en base a condiciones que para organismos son naturales, impide reconocer efectos negativos significativos y proyectar y dimensionar cambios del océano e impactos a biodiversidad. Y, cree el investigador, la subestimación podría no ser exclusiva la acidificación y también darse en estudios sobre calentamiento global y cambio climático.
La conclusión obtenida por Cristian Vargas junto a su grupo e inferencias plantean varios retos científicos y sociales para Chile y el mundo, sobre todo si se considera que informes como el del Ipcc se basan en las evidencias publicadas y así interpelan a las naciones a tomar decisiones concretas para afrontar los problemas ambientales y climáticos de los que podría tenerse una mirada más sesgada de lo que se piensa.
Primero, pone el acento en la necesidad de aumentar los conocimientos sobre la variabilidad natural del océano, parámetros máximos o mínimos y capacidades y vulnerabilidad de la biodiversidad. Para ello se precisa de más estudios, lo que implica instalar instrumentos para hacer monitoreo y muestreos continuos por largas series de tiempo, porque explica que “no bastan datos de 5 años, porque los cambios en el océano suelen darse a escalas largas de tiempo”. La misma premisa debe aplicarse para la naturaleza en general para estudiar el cambio climático y global.
En esa línea, resalta lo importante de incrementar las iniciativas de ciencia abierta para que los científicos accedan a los datos, puedan reanalizarlos, comparar y establecer patrones o algún margen de error que origine otros trabajos.
Esto, asegura, permitirá llenar vacíos de información y aumentar la comprensión sobre el océano, la naturaleza y fenómenos e impactos. Para ello también considera crucial a la ciencia interdisciplinaria, pues analizar los fenómenos desde distintas disciplinas que converjan llevará a tener una mirada holística e integral de los problemas y así orientar hacia mejores soluciones, integrando a las distintas ciencias naturales y sin dejar de lado a las sociales. Es que toda la vida está interconectada en su sanidad y depende de la naturaleza y de su funcionamiento en general, donde cada especie cumple un rol en el ecosistema que habita y el conjunto de estos forma el gran ecosistema que es la Tierra. Las personas no son excepción y, así como hay responsabilidad en la presión, cualquier alteración o amenaza al bienestar en los ecosistemas y sus dinámicas puede impactar el bienestar humano.
Puede no haber una estimación suficiente, pero no hay dudas de que el cambio global llegará a tener efectos para toda la vida en el planeta y que un reto social tan urgente como permanente es cambiar la consciencia y generar acción individual y colectiva para reducir emisiones humanas de carbono e impactos a un medio natural cada vez más presionado, vulnerado y colapsado.