El sistema de recompensa es el área del cerebro que permite que ciertas vivencias se asocien al bienestar y busca que se repitan. Ahí actúan las drogas, lo que promueve su abuso y la dependencia.
Sentirse bien cuando se recibe cariño, se disfruta de un momento cómico o se come el plato favorito. Esas vivencias están mediadas por el sistema de recompensa cerebral, donde ocurren una serie de mecanismos que permiten que ciertas situaciones se asocien al placer, por eso también se conoce como “circuito del placer”, y conlleva un aprendizaje que hace que lo que ha generado dicho sentir vuelva a experimentarse.
Ahí también una explicación a las adicciones, consideradas enfermedad mental crónica, porque en esta región cerebral actúan drogas y ciertas acciones como el juego que por su efecto derivan en abuso y dependencia con potencial de cronificarse. Pero, pese a los avances científicos hay muchos misterios sobre el impacto del consumo de sustancias nocivas en la compleja maquinaria cerebral que determina lo que se piensa, dice, hace y funciones fisiológicas vitales como la respiración, latidos cardiacos y temperatura corporal. Aunque un nuevo secreto fue develado por un equipo de científicos chilenos y uno de sus autores principales es el bioquímico Aníbal Araya, investigador del Doctorado de Farmacología de la Universidad de Chile, quien lo estudió durante su tesis codirigida por el doctor Luis Aguayo, jefe del Laboratorio de Neurofisiología de la Facultad de Ciencias Biológicas y director del programa Neurociencia, Psiquiatría y Salud Mental de la Universidad de Concepción (UdeC), que también aparece como autor del paper que complica los resultados y se publicó recientemente en el British Journal of Pharmacology.
El grupo investiga al receptor de glicina frente al etanol (alcohol de bebidas alcohólicas) y en este trabajo se centró en su presencia en el circuito de la recompensa cerebral, particularmente para identificar qué receptores hay en el área tegmental ventral (VTA) y la corteza prefrontal (PFC) con su sensibilidad al alcohol a través de un estudio experimental (pruebas en ratones) que usó la técnica de la electrofisiología (propiedades eléctricas de células y tejidos biológico).
Aníbal Araya cuenta que los receptores de glicina pueden estar compuestos por subunidades alfa (α) o beta (β) con distintas numeraciones y en distintas conformaciones que pueden ser homoméricas o heteroméricas (por ejemplo, sólo α o α β). “Cada una de estas conformaciones tiene propiedades electrofisiológicas distintas”, precisa. Y si bien se sabía de la presencia de ciertas subunidades en médula espinal y tronco encefálico que son potenciados por el etanol, había vacíos acerca de su presencia, composición y sensibilidad al etanol en regiones superiores del sistema nervioso central como las estudiadas.
Entre los resultados están la detección de niveles similares de subunidades de receptores α y β en ambas regiones del cerebro y que los registros electrofisiológicos mostraron la presencia de corrientes activadas por glicina en ambas áreas. Pero, distinta fue la sensibilidad al alcohol, sobre lo que Araya explica que diferentes subunidades respondían de manera distinta y también variaba según zona cerebral. “Receptores presentes en la PFC no eran sensibles a la potenciación por etanol. Pero, los presentes en la VTA eran muy sensibles”, afirma.
Aníbal Araya explica la glicina es un neurotransmisor (sustancia química encargada de transmitir información entre neuronas) y que el receptor de glicina es del grupo de los inhibitorios. Estos receptores, relata, son canales iónicos que cuando reconocen a la glicina se abren para permitir la entrada de iones cloruro. “Estos tienen carga negativa y eso genera que esa neurona se inactive o hiperpolarice y no responde a potenciales de acción y no logra seguir el impulso nervioso”, detalla. Y, según lo hallado, advierte que cuando el receptor interactúa con alcohol hay mayor apertura del canal iónico, más ingreso de iones cloruro y, por ende, más inhibición.
El gran potencial está en que “estos resultados se asocian a la posibilidad de que en el futuro se pueda desarrollar y contar con mejores terapias farmacológicas contra el alcoholismo o evitar el desarrollo de esta adicción”, resalta el investigador, ya que puede indicar qué moléculas usar o inhibir, por ejemplo. Es que, si bien existen fármacos junto a otras intervenciones, hay brechas en la efectividad de los tratamientos y es una de las razones que hace tan complejo el abordaje del alcoholismo. Contribuir al diseño de un nuevo blanco farmacológico para esta adicción es un reto científico que espera asumir Araya y el doctor Luis Aguayo lo aborda desde la UdeC con distintos estudios, pero mientras más se entiendan los mecanismos cerebrales frente al etanol más chances de superarlo habrá. Por eso, es necesario seguir profundizando los saberes generados y también analizar el rol de otros receptores presentes en la región de recompensa cerebral.