Sembrado mayormente por pequeños agricultores, es uno de los cultivos más relevantes en Chile y puede ser amenazado por una bacteria contra la que aún no hay nada efectivo para contrarrestar. Las pérdidas son de gran impacto social.
Un desarrollo biotecnológico de alto potencial de impacto social es el reto en el que están trabajando investigadores del Centro de Biotecnología de la Universidad de Concepción (CB-UdeC), al alero de un proyecto Fondef dirigido por el doctor Homero Urrutia. El estudio busca una solución biológica para controlar la marchitez bacteriana de la papa causada por Ralstonia solanacearum, la segunda enfermedad que afecta a los cultivos de este vegetal más prevalente en el mundo, considerada cuarentenaria y “no se ha logrado desarrollar algún producto químico ni biológico efectivo para controlar la infección de la bacteria”, advierte la doctora (C) Natalia Padilla, magíster en Microbiología y una de las investigadoras principales del proyecto que busca revertir esa lamentable realidad.
Más allá de lo evidente, para comprender la trascendencia del estudio hay que saber que en Chile la papa es uno de los cultivos agrícolas más relevantes, se da a lo largo de todo el país y la producción comercial es primordialmente entre las regiones de Coquimbo y Los Lagos, resalta. El cultivo de papa tiene al mayor número de agricultores del país (casi 60 mil) según el VII Censo Agropecuario y la mayoría son pequeños agricultores, con una producción destinada casi 100% al mercado nacional. Es que es un alimento relevante en la dieta chilena: el consumo promedio es 50 kilos de papa por habitante cada año.
De ahí que cuando la marchitez bacteriana afecta se generan pérdidas de los cultivos con efecto potente a nivel económico y social en familias y comunidades que dependen de estos para subsistir. Sobre todo desde la provincia de Arauco hacia el sur chileno, pues Natalia Padilla resalta que es una zona declarada como fitosanitariamente libre de la enfermedad cuarentenaria y lo delicadamente cierto es que “en el transcurso de los años se han ido identificando sectores con presencia del patógeno”, afirma, y si se detecta “significa que en ese terreno no se puede continuar el cultivo por al menos cuatro años”, advierte.
Desde 2009 se han identificado 79 focos de la enfermedad en las regiones de La Araucanía y Los Ríos, dejando de manifiesto que el patógeno está en etapa de diseminación hacia el sur y que es crucial mejorar las estrategias de contención disponibles para limitar su propagación y para controlar la infección. Sobre esto, la investigadora sostiene que productos basados en cobre se usan para manejar estas patologías y las bacterias generan resistencia a estos, lo que explica su inefectividad y mayor incidencia de la patología, que también puede vincularse al aumento de temperatura en los territorios asociado al calentamiento global y cambio climático.
Para aportar concretamente a solucionar la problemática, los investigadores han propuesto formulaciones de tipo probiótico de acción preventiva empleando microorganismos que Natalia Padilla define como antagonistas de Ralstonia solanacearum: actinobacterias y que están presentes en papas nativas. Apunta que “es un producto biológico que inhibe la virulencia de la bacteria patógena”, es decir, no la mata, sino que las antagonistas actúan sobre “los mecanismos que utiliza para expresar sus principales factores de virulencia y llevan a desarrollar la enfermedad”, explica. Por ello, una de las ventajas del producto que se debería aplicar de modo profiláctico en semillas y suelo, porque la bacteria podría estar presente en distintos reservorios naturales asociados al cultivo, es que junto con ser biodegradable y no tóxico no genera resistencia bacteriana al no actuar sobre la viabilidad del organismo.
Y los avances a escala de laboratorio son promisorios. “Tenemos el principio activo de lo que podría ser una solución final y a nivel de mecanismos sabemos que está funcionando”, asegura. Lo que viene y como última fase del proyecto es probar la efectividad del producto en una condición más real, que será a nivel de invernadero, pues al ser enfermedad cuarentenaria su estudio debe darse en condiciones bien controladas y la investigadora reconoce que, terminado el proyecto y continuando la senda de positivos resultados, lo ideal sería profundizar probando a escalas superiores en una investigación posterior.
Tiene un plazo de ejecución entre 2020 y 2022. Y junto al doctor Homero Urrutia y la doctora (C) Natalia Padilla, el equipo del CD-UdeC se completa con la investigadora Claudia Torres. El estudio se realiza en colaboración con el Instituto de Investigaciones Agropecuarias de Chile (Inia), con los que desde hace años se trabaja en alianza, por el que participan la doctora Ivett Acuña, directora alterna del proyecto, y el doctor Andrés France. También cuenta con el apoyo de empresas chilenas asociadas.