En el Mes de la Prevención en Chile, se pone sobre la mesa que el consumo problemático y adicciones son pandemia antes de la Covid-19 y la crisis estaría influyendo en empeorarla.
Durante junio se celebra el Mes de la Prevención del Consumo de Drogas en Chile, en el marco del Día Internacional de la Lucha Contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas que se conmemora el 26 de junio. Ante ello, el Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (Senda) presentó los hallazgos de su segunda encuesta sobre efectos de la Covid-19 en el consumo de alcohol y otras drogas en Chile, que reveló datos sobre el uso de distintas sustancias -lícitas e ilícitas- en población chilena consumidora durante estos pandémicos tiempos.
Entre los principales resultados está que 36,1% dijo haber consumido menos alcohol desde el inicio de la pandemia, 22,2% ha bebido más y 33,9% la misma cantidad. En la marihuana, 22,2% declaró usar menos desde que llegó la Covid-19, 33,4% ha usado más y 39,9% la misma cantidad. Sobre los motivos para consumir menos, el 21,6% reconoció que hay menos oportunidades para consumir, 18,3% por preocupación preocupado de los efectos a la salud y 13,9% por la menor capacidad de conseguir dadas las restricciones de movilidad.
En cuanto a medicamentos sin receta como tramal y clonazepam (ambos actúan a nivel del sistema nervioso central) 10,9% afirmó disminuir el uso desde que comenzó la pandemia y 26,8% usa la misma cantidad, pero 53,8% declaró consumir más. El 32% de los que consumen menos lo hacen por estar preocupados por los efectos en la salud y 87,7% de los que los usan más es por la ansiedad, estrés y/o depresión que le produce la crisis sociosanitaria que lleva casi 16 meses.
Los datos, incluso si reflejan disminución, no dejan de preocupar al esconder y eventualmente agravar la realidad del consumo perjudicial de sustancias y las adicciones, que como muchas problemáticas de salud mental tienen una cifra negra porque no todos quienes están afectados son casos conocidos que puedan incluirse en las cifras oficiales, pero sí “son una pandemia que tenemos desde antes de la Covid-19, que generan una carga de enfermedad importante en todo el mundo, porque deterioran enormemente la calidad de vida y salud de las personas, restándoles años de vida saludables”, advierte la psiquiatra Carmen Gloria Betancur, directora del Centro de Salud Servicio Especializado en Psiquiatría y Adicciones (Sepya) y académica del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la Universidad de Concepción (UdeC).
Es que “la pandemia de la Covid-19 nos ha golpeado fuerte en muchos sentidos”, asevera y la salud mental está entre lo más afectado por la situación sanitaria, sus restricciones con distanciamiento y confinamiento, junto a efectos socioeconómicos, que ha cambiado la vida normal de toda la población y se ha añadido como estresante. La incertidumbre, soledad, agobio y hasta aburrimiento, cree, podrían favorecer el uso regular e indebido de sustancias como alcohol, tabaco o fármacos. Así, muchas personas podrían involucrarse en la peligrosa espiral de iniciar y mantener un consumo problemático que deje a un dramático paso de la adicción.
Y los impactos psicosociales de la pandemia podrían empeorar las adicciones en quienes la padecían, incluso si estaban en tratamiento, resalta la doctora Betancur. “Las adicciones son enfermedades cerebrales crónicas y muy complejas, por lo que no tienen cura y el paciente sólo se puede rehabilitar. Las personas rehabilitadas funcionan muy bien como cualquiera con una enfermedad crónica bien controlada, pero para rehabilitar una adicción se necesitan procesos largos y bien estructurados”, explica. Ello implica extensas intervenciones terapéuticas multidisciplinarias e incorporar actividades grupales; regularidad y formatos que se vieron impedidos por las restricciones y protocolos de seguridad para prevenir la Covid-19: “ha empeorado la evolución de los pacientes que perdieron el acceso”, lamenta la especialista, aun si detuvieron el uso por no conseguir la sustancia, ya que “como la enfermedad no está tratada, cuando se tuvo (o se tenga) más acceso a la droga, en muchas personas vuelve el consumo y en muchos casos con más fuerza”, manifiesta.
Claro está que prevenir y combatir el uso indebido de drogas no deja de ser un reto y parece más latente en la contingencia de la Covid-19, sobre todo porque su presencia e impactos están lejos de desaparecer y más de cara a un futuro en que se recupere la normalidad.
En el desafío de prevenir el consumo de drogas, de luchar contra su uso perjudicial y de abordar las adicciones es uno para el que todo actor de la sociedad puede aportar, pero uno de los obstáculos está en la complejidad en identificar la problemática, partiendo por la amplia gama de drogas que existen hasta la transversalidad de su uso.
De ahí que un primer paso sea saber qué es una droga. La psiquiatra Carmen Gloria Betancur explica que “en psiquiatría y salud mental se define como droga a sustancias que una vez que se introducen en el organismo actúan en el sistema nervioso central y producen cambios en emociones, percepciones, pensamiento y comportamiento, y tienen la potencialidad de provocar en el usuario un consumo repetido o dependiente”.
También se conocen como drogas de abuso y es un grupo donde hay lícitas e ilícitas, de origen natural o sintético, como la cocaína, pasta base, éxtasis, marihuana, fármacos como opioides o benzodiacepinas, alcohol y tabaco. Muchos han consumido esporádicamente las sustancias, pero otros tienen un uso perjudicial, que es uno recurrente que provoca problemas para el usuario (como daños físicos o signos de dependencia) o su entorno y puede ser el puente a la adicción.
Una enfermedad crónica de salud mental que caracteriza en tres “C” de control, continuidad y conducta. “Control ausente o debilitado es lo esencial, porque una adicción es cuando una persona ha perdido el control del consumo y eso puede ser porque no es capaz de abstenerse o de detenerse y lo último se ve más. Por ejemplo, muchos no beben alcohol a diario, pero cada vez que lo hacen se embriagan”, comenta. Un adicto “continúa el consumo pese a las consecuencias adversas: ha chocado, perdido trabajo, separado de su pareja, por ejemplo, y lo sigue haciendo”, detalla. Además, dice que “la conducta está motivada por emociones ligadas al consumo e intención recurrente de estar cerca de la droga a la que es dependiente, como juntarse con el grupo donde se le ofrecerá o pasar por lugares donde puede comprarla”.
Todo “lleva a un deterioro importante en la vida de la persona y se produce una afección en la funcionalidad”, advierte Betancur, con efectos en la salud física por el daño orgánico del uso de la sustancia, psíquica y social. Por ello resalta que “no hay adictos funcionales, como muchos se creen porque no han perdido su trabajo y cumplen en este. La funcionalidad no sólo es en lo laboral, sino con distintas dimensiones de la vida cotidiana: podría ser que las relaciones interpersonales o aspectos psicológicos estén rotos a causa del consumo”.
Otra arista en que se detiene es que los consumos problemáticos y adicciones son la punta del iceberg de otras problemáticas que están a la base que hay que descubrir y solucionar, como problemas familiares o personales, para lograr el control del uso de la sustancia o la rehabilitación.
Otra de las grandes alertas de una situación de por sí alarmante es que la diversidad de sustancias disponibles hace que no haya un tipo único de usuario ni sólo un grupo del que preocuparse. “El consumo de drogas y las adicciones han permeado todos los estratos socioeconómicos, educativos, culturales, etarios y de género”, afirma Carmen Gloria Betancur. Es dependiendo de esos factores que hay distintos perfiles de consumidores y drogas que eligen o a las que es más fácil acceder. Drogas lícitas como tabaco y alcohol son las más transversales en su presencia en cualquier grupo, apunta. Y lo mismo pasa con la marihuana. Estas tres, además, están entre las más usadas entre adolescentes y adultos jóvenes, sobre lo que la psiquiatra aclara que “en adolescentes, más que ver adicciones, lo más frecuente es el consumo perjudicial”.
Y en las juventudes está la especial preocupación. Según el Informe sobre el Consumo de Drogas en las Américas 2019 de la Organización de Estados Americanos, Chile lidera el consumo de estupefacientes en estudiantes secundarios. En la marihuana la prevalencia del uso es 30%, 2,5% en cocaína, pasta base 2,7% y medicamentos tranquilizantes sin prescripción más de 6%. Además, la mitad afirma haber iniciado el contacto con la droga antes de los 15 años. Además, la última Encuesta Nacional de Salud 2016-2017, reveló que una de 10 personas tiene consumo de riesgo de alcohol y el rango entre 15 y 24 años es el que más bebe, con consumos que inician a los 12 años.
Una realidad que hace que la psiquiatra enfatice en que la tarea de educar, prevenir el consumo de drogas y promover hábitos de vida saludable debe partir tempranamente en la infancia, dado el inicio precoz en el uso de sustancias, y que esto no se debe discontinuar en ninguna etapa de la vida, así como también estar atento para saber cuándo alguien necesita ayuda especializada.
Ante ello, releva el rol que cada actor social tiene en el reto de educar y atender los problemas, aconsejar e instar a buscar ayudas, desde los padres y familias con sus hijos, siendo el hogar donde está la primera responsabilidad de formar, pero no siempre son esos los entornos más seguros y de ahí que la escuela y los profesores, los docentes universitarios y la propia comunidad debe actuar. Y hay que hacerlo ya. “Como sociedad estamos haciendo nada”, manifiesta, “no podemos esperar a que lleguen leyes o nuevos estudios mientras dejamos que nuestros jóvenes se intoxiquen todos los días”, concluye.
*38 mil hombres y mujeres mayores de 18 años respondieron la segunda encuesta de Senda sobre consumo de drogas en pandemia en Chile, que se reveló el 9 de junio. La primera se realizó en 2020.