Ciencia y Sociedad

El reto de tener una cultura oceánica para proteger a nuestro mar

El 8 de junio se celebró el Día Mundial de los Océanos. Fecha para concientizar que dependemos del océano para vivir y este de nuestros cambios para resguardar su rol. Algo aún más crucial en Chile, donde el maritorio supera con creces al territorio.

Por: Natalia Quiero 10 de Junio 2021
Fotografía: Cedida

Que dependemos del océano y el océano de nosotros ha buscado concientizar el Día Mundial de los Océanos 2021 con su tema “El océano: vida y medio de subsistencia”, celebrado el 8 de junio como una fecha promovida por la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Es que el océano, que cubre más de 70% de la Tierra, es vital. “Provee vida y no sólo a los organismos que lo habitan: es responsable de toda la vida. La vida se originó en el océano y poco a poco fue modificando las condiciones de todo el planeta para hacerlo habitable”, empieza relatando el doctor Paul Gómez, coordinador de Divulgación Científica del Centro de Investigación Oceanográfica Copas Sur-Austral, alojado en el Departamento de Oceanografía de la Universidad de Concepción (UdeC). Además, destaca que “regula el clima y entrega gran parte del oxígeno que respiramos”: más del 50%. Es también el principal sumidero natural de dióxido de carbono (CO2), absorbiendo más del 30% de las emisiones de uno de los principales gases de efecto invernadero, responsables del calentamiento global y aceleración del cambio climático, ayudando a combatir el fenómeno. No es menos importante que brinde recursos que sustentan dietas y economías, afirma, pues como alimentos son la principal fuente de proteína para más de 1 millón de personas del mundo y la pesquería es el soporte de comunidades y naciones. Todo gracias al rol ecológico y dinámicas de los componentes de un océano que alberga la mayor cantidad de biodiversidad planetaria.

Y tan vital como su papel es cuidar al océano, pues está en riesgo tras años de acción humana desmedida. “La contaminación por hidrocarburos y plásticos, el calentamiento global y cambio climático con la acidificación oceánica que conlleva (por el CO2) y la sobrepesca son impactos que afectan la resiliencia del ecosistema, es decir, la capacidad del océano y de sus especies de responder a los distintos impactos naturales y antropogénicos”, advierte Gómez. Y, en efecto, de mantener sus funciones.

Cambio cultural

El mayor problema es su suma, pues “son varias amenazas que actúan sinérgicamente”, resalta, y se influyen entre sí con impactos sin fronteras. Ahí el primer principio de la Cultura Oceánica, que Paul Gómez detalla que es que la Tierra tiene un solo gran océano con muchas características. “Aunque es enorme, todo el océano está interconectado y lo que sucede en un punto, eventualmente, afecta o alcanza todos los puntos de este océano a través de las corrientes oceánicas”, explica. “Lo que conocemos como Océano Pacífico o Atlántico son cuencas oceánicas”, aclara.

Una cultura cuya construcción es básica para impulsar los necesarios cambios individuales y colectivos que lleven a tener una sociedad que proteja al océano, porque entiende y valora su papel y cómo aportar a la solución de los problemas. Y se asume como crucial para Chile, un país que es más mar que tierra: “75% de Chile es mar, en su gran mayoría desconocido”, afirma. Lo es para científicos al haber zonas de difícil acceso, submuestreadas y vacíos de información, y más para gran parte de una nación que vive de espaldas a ese mar que baña los cerca de 4.300 kilómetros en línea y que si se recorrieran las múltiples bahías, fiordos, golfos e islas, cada recoveco de nuestra accidentada geografía, multiplica por 20 su extensión al punto dar vuelta dos veces la Tierra por la línea del ecuador, que mide 40 mil kilómetros. La superficie de la zona económica exclusiva equivale a 3 veces de la de Chile continental.

Paul Gómez, como activo organizador y participante de actividades de divulgación científica para distintos públicos, sobre todo escolares, sabe que se ha ido cimentando bases de la cultura, pero que falta por hacer. “Se han empezado a notar los impactos que ha sufrido el océano, pero creo que aún no se reconocen completamente los servicios que nos ofrece y diferentes a la entrega de alimentos”, plantea. Y cree que relevante para avanzar es formar a profesores de escolares para que puedan cimentar la Cultura Oceánica en las nuevas generaciones y no de forma exclusiva a las ciencias, sino con el océano como tema transversal para abordar contenidos en distintas asignaturas, como creaciones literarias, por ejemplo. “Eso permitirá que en el futuro el océano esté presente en toda conversación y decisión”, sostiene; que esté presente en la consciencia y la acción.

 

Erasmo Macaya

Bosques de macroalgas: una desconocida y vulnerable riqueza

Como el océano no tiene límites y sus amenazas hacen nociva sinergia estas son de índole global. No obstante, según la zona, hay unas más latentes y en Chile, dado a lo extenso de su costa, la extracción de recursos marinos es una de las principales actividades económicas y también la sobrepesca la mayor amenaza. Una que, lamentablemente, ha generado que la mayoría de los recursos marinos estén sobreexplotados y los efectos ambientales, ecológicos y sociales podrían aún no estar dimensionados al perderse riquezas submarinas e invisibles a simple vista.

Es el caso de los bosques o praderas de macroalgas o kelp. Son como los bosques terrestres en el mar y se hallan a lo largo de casi toda la costa de Chile, en zonas con profundidad de 40 metros en sustratos rocosos, afirma el doctor Erasmo Macaya, docente e investigador del Laboratorio de Estudios Algales-AlgaLab del Departamento de Oceanografía UdeC y autor de la Guía Fotográfica de las Algas Marinas de Chile. “Cubren cerca del 25% de la costa global”, dice el también investigador del Centro Ideal y Núcleo Milenio Esmoi.

Estos ecosistemas, detalla, están compuestos por especies diversas de algas de gran tamaño como el huiro palo, huiro negro o huiro flotador; algas pardas. Sus praderas “ofrecen un ambiente propicio para el desarrollo y co-existencia de una serie de organismos (otras algas, invertebrados y vertebrados)”, afirma, por lo que albergan y promueven una gran biodiversidad. Allí muchas especies hallan refugio, protección y alimento; algunas depositan sus huevos y otras tienen zonas de reproducción o crianza, añade. Y destaca que “al ser fotosintetizadoras las algas producen oxígeno y capturan CO2. Y son barreras naturales que protegen las zonas costeras del embate de las olas”.

Lo grave para la ecología y ambiente es que las algas pardas son muy apetecidas. “En Chile se extraen para exportar la biomasa seca para obtener alginato: compuesto de amplio uso en industria de alimentos, farmacéutica, textil y cosmética”, advierte. Tienen un alto precio comercial internacional -para exportadores- y ha derivado que “las algas pardas están siendo cosechadas a niveles impresionantes”, lamenta, generando sobreexplotación de la mano de extracción ilegal y prácticas inadecuadas como el barreteo (arrancarlas del sustrato). Y se están devastando a las praderas de algas, perdiendo si riqueza y funciones.

 

Erasmo Macaya

Alta sensibilidad

La doctora María Isidora Ávila, profesora de la Facultad de Ciencias de la Universidad Católica de la Santísima Concepción (Ucsc) y postdoctorante en el Advance Conservation Strategies Center, para su tesis doctoral en Ecología en la Universidad Católica (2020) realizó el estudio “Importancia relativa de la pesca artesanal y la productividad primaria en los ecosistemas bentónicos de Chile Central”, por el que fue reconocida este 2021 en “25 Mujeres en la Ciencia Latinoamérica”, concurso de 3M.

Analizó efectos de extraer recursos de interés comercial animales y algales, y su principal conclusión es que “las macroalgas son extremadamente sensibles con las mismas tasas de explotación respecto a los animales y frente a tasas muy pequeñas colapsan”. Sensibilidad influyente en la reducción de praderas y dada por distintos fenómenos.

Entre estos, el básico es que la tasa de explotación es muy mayor a la de recuperación. “Los bosques de kelp son de crecimiento lento”, asevera. Además, explica que las algas son sésiles, no tienen un órgano de soporte para fijarse al sustrato a diferencia de los árboles que tienen raíces, y compiten por espacio con otros de su tipo, advirtiendo que “cuando llegan fenómenos de pesca de barreteo hace que otros organismos sésiles empiecen a rellenar esos espacios vacíos y eso genera, a largo plazo, que no puedan llegar nuevos propágulos (esporas) de estas algas a asentarse. Eso enlentece más el proceso de recuperación”.

 

Erasmo Macaya

Fiscalizar y educar

Una gran complicación que menciona es que “en Chile cada vez se hace más intenso el barreteo”, a veces permitido por ciertas normas, pero sobre todo ilegal,  incumpliendo cuotas y formas adecuadas de cosechar, que afirma debería ser cuando se desprenden de manera natural y llegan a la costa, pero muchas veces se simula el proceso. La causa de la extensión a niveles alarmantes de ello -y difícil de cuantificar- es que las macroalgas están en zonas de fácil acceso para pescadores artesanales y recolectores, pero difícil para la fiscalización.

De ahí que María Isidora Ávila y Erasmo Macaya creen que mejorar las regulaciones y fiscalización es clave. Y también saben que preservar los bosques submarinos se debe impulsar sin obviar la arista socioeconómica de la recolección de algas como actividad que sustenta a comunidades. “Hay que buscar formas para desincentivar la pesca ilegal y trabajar directamente con pescadores y recolectores es la vía”, afirma Ávila, y “la mayor educación en torno al rol vital que cumplen estos ecosistemas en zonas costeras y políticas públicas que permitan la subsistencia de recolectores, incrementando el valor agregado del producto para evitar centrarse en el extractivismo”, menciona Macaya como fundamental en la solución.

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