Pescados, mariscos y algas han sido consumidos y base de la dieta de pueblos originarios y comunidades costeras de Chile, con más de 4 mil kilómetros de costa. Hoy su ingesta protagoniza en Semana Santa, pero en general es baja pese a su alto valor nutricional y patrimonial.
En un país donde el cristianismo predomina, liderado por la religión católica, están arraigadas tradiciones propias de las creencias que terminan en costumbres, incluso, para quienes no son fervientes devotos o no profesan credo alguno. Un ejemplo es la “Semana Santa” en curso. La “Pascua de Resurrección” que se celebra el domingo está asociada a la entrega de chocolates que plagan las góndolas de los comercios y es muy esperada por los más pequeños, mientras que los días previos se evita el consumo de carnes rojas para privilegiar el de pescado y mariscos, que protagonizan en la mesa de miles de familias chilenas.
La última es una buena noticia momentánea, porque no debería restringirse a una fecha, menos en un país con más de 4 mil kilómetros de costa en línea recta de norte a sur con una diversidad de recursos marinos tan grande como la de los beneficios nutricionales de su consumo, según sostiene la nutricionista Claudia Troncoso, académica de la Facultad de Medicina e investigadora del Centro de en Educación y Desarrollo (Ciede) de la Universidad Católica de la Santísima Concepción (Ucsc).
“Los mariscos y pescados aportan proteínas de alto valor biológico o de ‘buena calidad’, lo que permite identificar de manera clásica el cumplimiento de funciones estructurales o de reparación en el organismo”, sostiene la también integrante del consorcio Elhoc (Epidemiology of Lifestyle and Health Outcomes in Chile). Agrega que pescados grasos, como atún y salmón, “aportan ácidos grasos Omega-3, clave en la neuroprotección y prevención de enfermedades cardiovasculares”. Las algas, como cochayuyo y luche, “presentan alto aporte de fibra y compuestos bioactivos o antioxidantes relevantes para la mantención de la microbiota y prevenir enfermedades neurodegenerativas o crónicas como el cáncer”, resalta.
Esto posiciona a los alimentos marinos como pilar de la alimentación saludable y las Guías Alimentarias Basadas en Alimentos recomiendan que el consumo de pescados sea al menos dos veces a la semana. Pero, la Encuesta Nacional de Salud 2016-2017 reveló que apenas 9,2% de los chilenos lo cumple al tiempo que evidenció la alta incidencia de patologías crónicas no transmisibles como diabetes, hipertensión y sobrepeso u obesidad en la población mayor de 15 años; las mismas cuyo riesgo de desarrollo están vinculadas a los estilos de vida malsanos, mientras que mantener hábitos y alimentación saludables son sinónimo de protección.
Una situación que Claudia Troncoso no puede sino definir como alarmante desde el punto de vista nutricional, pero también patrimonial. Pescados, mariscos y algas “son parte de nuestro patrón alimentario y su consumo se reconoce en la dieta de nuestros pueblos originarios. La forma en que son preparados entregan identidad cultural alimentaria a distintas localidades”, asevera.
Plantea que los motivos del bajo consumo abarcan desde la preferencia social del consumo de alimentos cárneos como fuente proteica hasta la limitada formas de preparación de estos alimentos que los estigmatizan como ‘poco apetecible’ como ocurre con las algas. Sobre ello, cuenta que el Núcleo Científico Tecnológico para el Desarrollo Costero Sustentable de la Ucsc trabajó en levantar “Relatos de comidas tomecinas” en la comuna de Tomé, pensando que en las personas mayores el consumo de mariscos y pescados sería más preferente, pero no porque “se asociaba a épocas de mayor carencia económica en la infancia y juventud debido a que los extraían directamente y suplían la compra de alimentos de mayor valor. Por esto, en la actualidad, se priorizan otros tipos de alimentos pese a residir en una zona costera”, manifiesta.
Atendiendo a la realidad y que es claro que es urgentemente necesario hacer cambios para incorporar a los alimentos del mar en la dieta habitual de manera definitiva y en todas las etapas vitales, una base será siempre visibilizarlos y promoverlos para valorarlos en todo su esplendor: “son un aporte a una adecuada nutrición y alimentación saludable con alimentos que eran consumidos desde los pueblos originarios en todo el territorio, lo que da una revaloración a nuestra cultura alimentaria”, dice Troncoso.
En esta tarea, considera necesario mostrar la multiplicidad de productos disponibles para su consumo y formas de prepararlos para que se incluyan y diversifiquen la cocina y la dieta, ya sea en platos tradicionales como el “charquicán de cochayuyo” o en asados que tengan pescados a la parrilla y también en ensaladas, ceviches o sushi.