74% de la población adulta tiene exceso de peso y Chile es el país Ocde más obeso. Urge cambiar la realidad, tal como busca crear consciencia el Día Mundial de la Obesidad cada 4 de marzo.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) cifra en 1.600 millones las personas con sobrepeso en el mundo, 400 millones sufren obesidad; un problema tan extendido a escala global que le ha llamado “globesidad” y cada 4 de marzo se busca crear consciencia respecto a controlar el exceso de peso para prevenirle a través del “Día Mundial de la Obesidad”.
Es que los números alarman y especialmente en Chile. La última Encuesta Nacional de Salud (ENS) 2016-2017 reveló que 74,2% de los adultos tiene exceso de peso a distintos niveles, 31,2% son obesos y 3,2% con obesidad mórbida. Esos datos, que han ido en clara alza -en la ENS 2010 la incidencia fue 64%-, “nos sitúan, según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (Ocde) como el país con más alta tasa de obesidad y sobrepeso, encima de México y Estados Unidos: es realmente preocupante”, advierte Carola Pantoja, nutricionista de la Clínica Biobío. Actualmente, la gran mayoría de la población adulta presenta condiciones cuyo impacto es mucho más que algo estético, ya que el exceso de peso y particularmente en grado obesidad suele asociarse al riesgo de desarrollar “patologías crónicas como diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, enfermedades osteoarticulares y distintos tipos de cáncer”, menciona como ejemplos. Una comorbilidad que se ha vuelto más crítica ante la actual crisis sanitaria y las personas obesas están entre los pacientes de riesgo de la Covid-19, pues distintas evidencias muestran que tienen de 4 a 6 veces más peligro de morir por esta causa que un paciente normo-peso.
De ahí que saber que las nuevas generaciones son el futuro de Chile transita de la alerta a la esperanza. El último Mapa Nutricional que elaboró la Junaeb en 2019 (estudio evaluó a estudiantes de prekínder, kínder, primero y quinto básico, y primero medio) cifró que 52% de los y las escolares presentan algún grado de exceso de peso, desde sobrepeso a obesidad, y con esto “nos encontramos en sexto lugar mundial y primero a nivel latinoamericano de obesidad infantil”, lamenta, pues la calidad de vida y bienestar de niños, niñas y adolescentes puede verse tan afectado como en adultos por las morbilidades asociadas, además de que un niño obeso tiene más probabilidades de ser un joven y adulto obeso. El lado amable es que en esta etapa vital se pueden y deben generar los cambios: reducir la incidencia del sobrepeso y de obesidad en los niños y niñas los protege hoy y, con muchas posibilidades, a los adultos que serán mañana.
Como un estado patológico caracterizado por el exceso generalizado de grasa en el cuerpo, el sobrepeso y la obesidad, siendo la primera condición el paso a la segunda, surgen a consecuencia de un desbalance energético, es decir, se consumen más calorías de las que se “gastan”, explica la doctora Lorena Meléndez, nutricionista y académica del Departamento de Nutrición y Dietética de la Universidad de Concepción (UdeC). Múltiples factores que influyen en el desarrollo de la condición, pero “dentro de las causas más importantes está la ingesta excesiva de alimentos con alto contenido calórico y ricos en grasas, sobre todo productos ultraprocesados que son muy consumidos en población (malnutrición por exceso); por otro, está el déficit de actividad física (sedentarismo)”. Así, hábitos de alimentación y actividad física son los que define como más determinantes, tanto en el riesgo cuando son inadecuados como proteger si son saludables.
Ahí la clave de trabajar en y con la infancia, pues es cuando se comienzan a formar los hábitos que, si bien pueden fomentarse y cambiarse después, cuando se promueven e instauran tempranamente es grande la certeza de que se mantengan a lo largo del ciclo vital.
La tarea parte en bebés, porque “muchos estudios demuestran que la lactancia materna es el primer factor e indispensable para proteger a largo plazo que no sean futuros adultos con obesidad y enfermedades asociadas”, destaca. En adelante no se para o se comienza lo que no se hizo antes y para Meléndez lo básico es respetar las Guías Alimentarias Basadas en Alimentos que recomiendan consumir cinco porciones de frutas y verduras al día, incorporar pescados y legumbres al menos dos veces a la semana, y beber de 6 a 8 vasos diarios de agua. Respetar las porciones y tiempos de comida y preferir los productos sin o con menos sellos son otros consejos que, releva, siempre deben acompañarse de realizar 30 minutos diarios de actividad física, según instruye la OMS.
Como los hábitos se forman desde edades tan tempranas como la primera infancia, el rol de la escuela, partiendo en los jardines infantiles y sin parar hasta la enseñanza media, es para la nutricionista Lorena Meléndez tan innegable como inexcusable, porque son espacios donde niños, niñas y adolescentes pasan largas horas de su día durante muchos años y tienen un rol crucial en promover y reforzar conductas saludables.
Junto a lo relevante que son las horas de educación física y de actividades extraprogramáticas, ahora muy restringidas por la pandemia, que reciban educación alimentaria y nutricional de calidad que permita aprender las razones tras la importancia de alimentarse de una forma y de llevar una vida activa también es un aspecto que destaca, pues es el conocimiento lo que genera consciencia y esta lleva a mantener lo positivo o cambiar lo necesario. Por ello, cree que una estrategia que debe darse en todos los establecimientos, si bien en algunos ya existe, es que haya un profesional nutricionista, que es el idóneo para llevar los procesos educativos en este ámbito.
Pero la educación debe estar presente en todos los espacios en los que una persona desenvuelve a lo largo de su vida, incluyendo los laborales, y con estrategias orientadas a todas las edades para tener una población más sana. “Las conductas y hábitos alimentarios parten de la voluntad de una persona, pero para llegar a esta intención es necesario informarse para el logro de una adecuada toma de decisiones alimentarias saludables”, sostiene Claudia Troncoso, académica de la Facultad de Medicina e investigadora del Centro de Investigación en Educación y Desarrollo (Ciede) de la Universidad Católica de la Santísima Concepción (Ucsc), por lo que, reconociendo lo trascendente de llegar a escolares con la educación también, hace hincapié en alcanzar a las familias y adultos para asegurar que se mantenga una alimentación y hábitos saludables en los hogares. “La alimentación saludable no se puede comprender sólo de manera individual, sino como familia y comunidades en general”, manifiesta la también investigadora del grupo Elhoc (Epidemiology of Lifestyle and Health Outcomes in Chile).
Llegar a todos, en cualquier edad y contexto es crucial, sin dejar de lado el familiar, pues “en los hogares se tiende a favorecer un ambiente obesogénico (entorno en que existe limitado o poco variado consumo de alimentos naturales y una elevada ingesta de alimentos industrializados, los que aportan una alta densidad energética). Esta realidad es uno de los aspectos que potencian la malnutrición por exceso desde los hogares y que, si bien afecta a todo el grupo familiar, es uno de los condicionantes de las altas tasas de sobrepeso y obesidad en niños, niñas y adolescentes”. Claro está, evitar lo planteado es la llave maestra.
Incluso al saber que la obesidad es multicausal y que el riesgo también se vincula a factores no modificables como edad (a mayor el metabolismo se enlentece y es más la acumulación de grasa), género (habría más incidencia en mujeres que en hombres) y genética. El doctor Marcelo Villagrán, especialista en Nutrigenética y Nutrigenómica, jefe del Magíster en Ciencias Biomédicas y académico de la Facultad de Medicina Ucsc e investigador de Elhoc, cuenta que genes y obesidad han sido tema de estudio hace años al que también se ha dedicado y “están bien registradas una serie de variantes genéticas que predisponen y los últimos estudios hablan de 500 a 600 variantes”, precisa.
Pero, evidencia que cuantifique “el peso” que la genética tiene en la obesidad es tan discrepante como un artículo reporta 20% de influencia a otro que habla de 70%, por lo que no se puede aseverar qué tan determinante es, pero sí que no es lo primordial aun si es inmodificable, lo más relevante es lo vinculado a lo social y ambiental que se puede modificar. De hecho, a inicios de año, en la Revista Médica de Chile se publicó una carta al editor de la que Villagrán fue uno de los autores sobre un artículo que estudió a una población por largo periodo (de 1960 a 2010), identificando desde su perfil genético hasta alimentación, para hallar que la obesidad en personas con predisposición fue menor en los ‘60 cuando el ambiente era menos obesogénico que en los ’90 o 2000 cuando empezó a predominar y “quienes se vieron más afectados fueron los que tenían un perfil genético que predispone a la obesidad: no es determinante el perfil, interactúa con el ambiente”, resalta.
En efecto, tener genes que predispongan no significa que la obesidad es un destino inexorable, que nada se puede hacer, sino que es posible tener otro y una vez más la evidencia demuestra que un ambiente donde predomine la alimentación saludable y la actividad física son el boleto que llevará al paraíso de prevenir la malnutrición por exceso para mantener una salud óptima. Eso sí, con el paso del tiempo y avances podría existir la posibilidad real de tener exámenes de acceso masivo para identificar tempranamente la predisposición genética y saber las mejores formas de moderar las interacciones con al ambiente, sabiendo que los hábitos son los determinantes.
Uno de los puntos de alerta es que la posibilidad de sobrepeso y obesidad incrementen su incidencia en todo grupo a consecuencia de la crisis sanitaria, porque las cuarentenas voluntarias y obligatorias han llevado a disminuir sustancialmente la actividad física y aumentado las horas de actividades sedentarias como pasar largas horas frente al computador trabajando o en clases. Además, muchos están teniendo un “comer emocional” producto del aburrimiento o ansiedad, incrementando la ingesta de productos ultraprocesados o comida chatarra y golosinas. Y Lorena Meléndez cuenta que hay estudios publicados sobre las consecuencias y uno que menciona es “una encuesta sobre consumo de alimentos y ansiedad que se hizo en Iberoamérica, donde 44% de los chilenos encuestados refiere haber subido de peso durante el confinamiento”. Sobre esto, precisa que “las personas también dicen haber cambiado la dieta que llevaban y aumentado el tamaño de las porciones”.
Aunque no todo estaría perdido, porque la “obligación” de quedarse en casa también ha generado otro tipo de cambios como tener más tiempo o ganas de cocinar prefiriendo alimentos naturales y almorzar en familia, lo que es una oportunidad esperanzadora. “Es lo que hace que un ambiente alimentario doméstico sea saludable. Por lo mismo, es necesario mantener las preparaciones culinarias hechas en casa, preferir alimentos naturales y potenciar los saberes alimentarios: esto es el comer, cocinar y la comensalidad (el comer acompañado) en los hogares”, cierra Claudia Troncoso.
*30 de IMC es el parámetro desde el que comienza la obesidad, según la OMS. Desde 25 de IMC es sobrepeso.