Ciencia y Sociedad

Viejito Pascuero: “hay que dejar que niños hagan sus propias reflexiones”

Nieves Schade, especialista en Psicología Infantil, resalta que la creencia en esta figura se disipa al avanzar el desarrollo cognitivo y que no se trata de que hay una edad única para develar este masivo secreto.

Por: Natalia Quiero 24 de Diciembre 2020
Fotografía: Andrés Oreña

La entrega de obsequios es una de las materializaciones más comunes, críticas al gran consumismo mediante, de celebrar la Navidad, logrando trascender a las creencias religiosas de las personas, pese a su raíz cristiana. Y son los niños y niñas protagonistas indiscutibles de dicha tradición que, por muchas décadas, ha estado marcada por el Viejito Pascuero.

El origen de la figura y su acción se remonta a un hecho ocurrido varios siglos atrás, pero la imagen que conocemos de alegre y amable anciano panzón, vestido de rojo, de pelo y barbas blancas como el Polo Norte de donde proviene, que cada Nochebuena da la vuelta al mundo en su trineo guiado por renos para dejar los presentes más anhelados por los pequeños en cada casa, fue creada y masificada por una famosa marca bebida, alimentando mágicas historias navideñas y las más grandes fantasías de los infantes durante varias generaciones.

Claro está que incentivar esta creencia se basa en los intereses y costumbres de cada familia como una cultura particular, pero es innegable que la infancia de parte importante de la población adulta y de las nuevas generaciones se vincula a esperar con ansias la Navidad y las sorpresas que deje este personaje a los pies del árbol navideño. Así, descubrir que no es real cierra una etapa y para muchos se experimenta como uno de los momentos más tristes de la niñez, cree con convicción Nieves Schade, especialista en Psicología Clínica Infantil y docente del Departamento de Psicología y mediadora universitaria de la Universidad de Concepción.

De ahí que la doctora en Psicología también piensa que “es triste cuando los padres creen que hacer madurar a su hijo o hija es decirle que el Viejito Pascuero no existe”, sin desconocer que la decisión es una tan familiar como la forma de criar, comprendiendo las dudas sobre si es favorable que los infantes crean en esta figura de fantasía o si el secreto debe develarse a una edad particular.

Pensamiento mágico

Asevera que creer en el Viejito Pascuero, “conejo de Pascuas”, “ratón de los dientes” o en el “cuco”, es normal y se explica en el desarrollo cognitivo de niños y niñas.

“Hay una teoría que dice que los niños menores de 6 años son prelógicos y de pensamiento transductivo, que va de lo particular a lo particular, a diferencia del pensamiento lógico que establecemos en etapas mayores que va de lo general a lo particular y de lo particular a lo general”, detalla Schade por un lado. Por otro, menciona la predominancia del pensamiento mágico, marcado por las ideas fantasiosas y razonamientos que no le cuestionan como realidad.

En esta teoría, relata, los niños a los 7 años alcanzan una madurez cerebral que los lleva a instalar conceptos más elaborados y, en adelante, si bien van existiendo diferencias en el desarrollo, entre los 10 o 12 años, prepubertad, se va estableciendo el pensamiento lógico concreto para ir avanzando al más hipotético, elaborado y complejo que acompaña en la adultez.

Así, creer en seres que los más grandes sabemos que son irreales, se iría disipando en tanto los niños van desarrollándose, cuestionándose e instalando nuevas formas de razonar, plantea la doctora en Psicología, por lo que no cree que haya una edad única en que la creencia deje de considerarse normal o defina un momento para decir la verdad fríamente, mas, tampoco se trata de mentir a los niños si hacen preguntas y encerrarlos en una burbuja de fantasía.

De la inquietud a la respuesta

Para Nieves Schade la clave está en entender las situaciones particulares y lo óptimo es abordar el tema a medida que vayan preguntando los niños, que se daría como un proceso natural y su consejo es ir identificando cómo surgen sus inquietudes y qué saben para orientarlos y “dejar que hagan sus propias reflexiones y obtengan sus respuestas”, dice. También es relevante atender los momentos y contextos, por ejemplo, si en el grupo de pares el hijo o hija es el único que cree y ello puede conllevar situaciones incómodas, para ir cimentando el camino para que se abran los diálogos.

Conociendo y comprendiendo a los hijos se sabrá cuándo y cómo develar este global secreto. Sostiene que ante las preguntas de niños y niñas, si son menores de 7 o 6 años, las respuestas que necesitan son cortas y siempre con afecto, respetando sus emociones e ilusión para no desencadenar situaciones que para algunos podrían recordarse como traumáticas. Los mayores, afirma, precisan de respuestas más concretas y lógicas, pero con el mismo cuidado que en los más pequeños. Eso sí, plantea que hacia la adolescencia, por características de esta etapa, ya no sería normal que crean en esta fantasía.

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