Estrés, angustia y aburrimiento son parte de las sensaciones que más influyen en la forma de alimentarse en función de las llamadas emociones negativas y así afrontarlas. Justamente, estas han marcado la salud mental en la crisis sanitaria.
Estrés, ansiedad, angustia, rabia o miedo son parte de las emociones que muchos conocen como negativas y también las que influyen en el “comer emocional”, según indican los estudios que existen al respecto.
Así lo explica la nutricionista Julieta Sánchez, académica del Departamento de Nutrición y Dietética de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Concepción (UdeC), razón por lo que no parece extraño que en el contexto de pandemia que se vive el fenómeno vaya en alza.
En un escenario de incertidumbre, preocupación, tensión, tristeza, agobio y sensación de soledad, por el confinamiento, por la pérdida de seres queridos, por el incremento de la cesantía y/o la reducción de ingresos, por el riesgo de contagiarse de Covid-19, por la situación presente y futura, son dichas sensaciones las que han marcado el estado de ánimo y la salud mental de parte importante de la población en más de 9 meses de crisis sanitaria en el país, gatillándose síntomas y hasta cuadros de ansiedad, estrés y/o depresión, por ejemplo.
En efecto, “hemos visto que han aumentado las consultas por este motivo y también se puede ver a través de las conversaciones informales con amigos y familiares”, manifiesta la profesional, que menciona también el aburrimiento, que en investigaciones recientes ha sido relacionado con esta forma de alimentarse, que “sobre todo, en niñas, niños y adolescentes genera comer emocional. Muchas veces las familias piensan que lo más entretenido que se puede hacer en casa es comer algo rico y distinto”, plantea la nutricionista al respecto.
¿Qué es el comer emocional? Lo que también se conoce como hambre o alimentación emocional “es un estilo de ingesta de alimentos desadaptativo, caracterizado por el aumento del consumo de alimentos azucarados y dulces en función de las emociones negativas”, precisa.
Afirma que se considera un trastorno, pero, sobre todo un rasgo, ya que, en lo concreto, es una forma de afrontar dichas emociones y que se instala en un momento determinado ante una situación, pero que se repite en el tiempo en tanto se experimentan dichas sensaciones ante diversas circunstancias a lo largo del ciclo vital.
Un estilo, un trastorno, un rasgo, un “comer emocional que es más frecuente en mujeres que en hombres por motivos como cuestiones de género (por estereotipos, influencia de redes sociales, etcétera) y también a situaciones biológicas y hormonales”, aclara la nutricionista.
El punto es que la mayoría de la información la proveen estudios internacionales, porque en Chile son escasos, reconoce Julieta Sánchez. No obstante, también cuenta que desde la UdeC han ido desarrollando investigaciones, principalmente de tipo diagnósticas para identificar la situación a nivel local y tener una línea base que permita comparar las prevalencias con las de otras naciones y desde allí avanzar en comprender y abordar el fenómeno.
En este sentido, comenta que “el 2019 hicimos un trabajo en la UdeC que relacionaba estrés con comer emocional en universitarios y se evidenció una relación muy fuerte en ambos sexos” y añade que “este año publicamos una investigación en universitarios de distintas ciudades que demostró que comen en función de lo que tienen a su alcance o a su alrededor más que de sus emociones. Sin embargo, las mujeres tuvieron más puntaje que los hombres en escalas de comer restrictivo, emocional y externo”. Con dichos resultados, entonces, es posible afirmar que “el hecho de ser mujer aumenta la probabilidad de tener una relación difícil con la comida”.
Más allá del género como factor de riesgo en las posibilidades de tener un comer emocional, condiciones psicológicas son directas influyentes en este trastorno, pues la nutricionista Julieta Sánchez menciona que las estrategias de afrontamiento al estrés y otras emociones, la capacidad de autorregulación y la magnitud del refuerzo que genere la ingesta de productos calóricos marcan la diferencia. De ahí, también comenta que “inciden factores como la capacidad de compra de las personas y antiguamente el acceso a establecimientos donde vendieran alimentos calóricos, aunque este factor ha ido desapareciendo con los sistemas y aplicaciones para pedir comida a domicilio (delivery)”.
Y aunque se vincule a una actitud en relación a emociones determinadas, como se instala y se repite también repercute en el estado de salud integral, con efectos variados y que no se deben ignorar.
“En el ámbito de la salud física se pueden producir fluctuaciones y alzas de peso e, incluso, obesidad a corto y mediano plazo”, advierte la académica. “También se ha visto que se pueden generar problemas de insulina, dado que aumenta el consumo de alimentos y preparaciones ricas en azúcar específicamente”, apunta.
Las dimensiones de salud mental y bienestar no quedan exentas de impactos, donde los estudios indican que uno de los efectos es sentir culpa después de comer, “lo que genera ansiedad, tristeza y angustia, volviendo a generar el ciclo del comer emocional”, manifiesta. Y como hay un vínculo con la incapacidad de autorregularse emocionalmente, este estilo de alimentación gatilla sensación de pérdida de control, inseguridad, baja percepción de autoeficacia y también puede llevar a insatisfacción corporal, detalla la nutricionista. “Finalmente, en los casos más graves, el comer emocional puede llevar a trastornos por atracones o bulimia”, resalta.
Por ello, hace hincapié en lo importante de identificar cuando existe hambre emocional, ya sea como persona afectada o como quien observa a un ser querido con este rasgo, para poder abordarlo de manera oportuna y efectiva.
Cono se trata de un trastorno permeado por la influencia de diversos factores, desde los ambientales y psicológicos hasta nutricionales, controlar el comer emocional no es una tarea sencilla, pero no es imposible.
La nutricionista afirma que una forma de modificarlo es mediante la conducta, con acciones como controlar que no haya golosinas disponibles en casa, mantener rutinas de comidas, evitar las dietas restrictivas para bajar de peso y el ayuno prolongado, tener colaciones saludables a mano y realizar actividades que no den pie al aburrimiento. “Por otra parte y más efectiva, se ha visto en múltiples estudios que las prácticas de yoga, ejercicio y mindfulness se relacionan con disminución del comer emocional, ya que bajan los niveles de estrés, ansiedad y síntomas depresivos, entre otros”, asegura.
Tener redes de apoyo y contención, personas con quienes conversar y compartir preocupaciones, temores y tristezas, también contribuye, dice, en tanto disminuye la sensación de soledad, angustia y ansiedad, ayudando a manejar las emociones de mejor forma.
“Con estas últimas estrategias se atacaría el origen del problema y no solamente el síntoma”, resalta la profesional. Eso sí, al identificar dificultades para afrontar y regular las propias emociones y el rasgo de comer emocional, es importante acudir a la consulta de un especialista que oriente, tanto en lo nutricional como en lo psicológico.
Observar qué sucede antes, durante y después de la ingesta de alimentos es la clave. Julieta Sánchez llama a notar si se empieza a comer tras conectarse con una emoción como estrés y tristeza o aburrimiento; y si se come sin hambre, como hacerlo justo tras almorzar. También menciona la ingesta de productos altos en calorías, grasas y azúcares, como chocolates, pasteles o golosinas. Por último, resalta la sensación de culpa y descontrol tras comer.
Ante ello “estaríamos en presencia de alimentación emocional”, asevera la nutricionista.