Aunque las cifras en Chile son más bajas que el promedio global sobre este grupo de afecciones, distintos estudios evidencian la gran cantidad de población y de edades jóvenes en riesgo de desarrollar un TCA.
Cada 30 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Lucha Contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria; no obstante, una de las grandes sensibilizaciones es que se precisa más que una efeméride para combatir a un complejo, multicausal y prevalente grupo de afecciones desde edades tempranas, que puede tener severas consecuencias en el estado de salud integral e, incluso, llevar a la muerte en casos graves.
Anorexia y bulimia están entre los más conocidos trastornos de la conducta alimentaria (TCA), mas no son los únicos integrantes de este tipo de patologías de salud mental que se configuran cuando existe alteración en la conducta alimentaria, explica el médico Sergio Cabrera, especialista en Psiquiatría y académico del Departamento de Salud Mental de la Facultad de Medicina de la Universidad de Concepción (UdeC), sobre lo que precisa que “la conducta alimentaria se define como el comportamiento relacionado con los hábitos de la alimentación, la selección de los alimentos que se ingieren, además de la preparación y cantidad de estos”.
Distintos factores de riesgo aumentan la posibilidad de desarrollar uno de estos trastornos, entre los que el profesional menciona los antecedentes familiares de algún TCA como anorexia o de obesidad, pero a ello se suman los componentes psicológicos y socioculturales, para dar vida a una potentemente peligrosa combinación.
Advierte que promover la cultura de la delgadez (estereotipos que se masifican a través de la moda, medios de comunicación, publicidad y ahora influencers en redes sociales), los prejuicios respecto al sobrepeso y a la obesidad, y los constantes comentarios y burlas sobre imagen o peso corporal se posicionan como condiciones protagonistas del riesgo de desarrollar un TCA. A ello se suman aspectos vinculados a la autoestima e insatisfacción de la imagen corporal y se experimenta como presión el alcanzar el “ideal de cuerpo”, sobre lo que Cabrera añade que “ser perfeccionista, tener un estilo de pensamiento rígido y hacer dietas” también pueden influir en que se declare un trastorno.
En todo este panorama, la evidencia también reporta que “la población de riesgo son principalmente mujeres, ya que se habla de que cada 10 mujeres, 1 hombre sufre de trastorno alimentario”, advierte Carola Pantoja, nutricionista de Clínica Biobío, siendo la edad otra condición a considerar, pues la mayor incidencia es entre la adolescencia y adultos jóvenes, es decir, “desde 14 hasta 35 años”, sostiene.
Pantoja no deja de hacer énfasis en las cifras globales del problema que “se duplicaron entre 2000 y 2018, pasando de un 3,4% de incidencia de TCA a 7,8%”. Según la evidencia nacional que existe, Chile tendría una prevalencia menor, pues apunta que “6% de la población tiene algún TCA”. Pero, no por eso es menos alarmante ni significa que haya que desoír los riesgos latentes de una realidad que es preocupante a nivel local.
“Un estudio realizado en Concepción por la Unidad de Adolescencia de la Facultad de Medicina de la UdeC, en 397 adolescentes hombres y mujeres de entre 10 a 19 años, reportó que 55% de las mujeres y 19,5% de los hombres presentaban insatisfacción corporal, la cual era mayor en estado nutricional de sobrepeso y obesidad para el género femenino”, afirma al respecto la nutricionista Constanza Mosso, directora del Departamento de Nutrición y Dietética de la Facultad de Farmacia de la citada casa de estudios.
Además, advierte que una investigación hecha en 2015 por la académica Dámaris Zapata de Nutrición y Dietética UdeC, en que participaron 1.056 escolares de 13 a 18 años de establecimientos educacionales municipales, particulares subvencionados y particulares de Concepción, halló que 16.1% estaba en riesgo de desarrollar un TCA. Esto fue “mayor en mujeres (21.8%) en relación con los hombres (6,6%)”, precisa Mosso, apuntando que “en otras ciudades en Chile fluctúa entre 7,4 y 12% el riesgo de padecer un TCA”.
Los trastornos de la conducta alimentaria son tan complejos como diversos, pero hay algunos más conocidos y prevalentes.
En estos, la nutricionista Carola Pantoja menciona la anorexia nerviosa, que se caracteriza por no consumir alimentos (inanición), pudiendo la persona llegar a un estado de desnutrición, extrema delgadez y deterioro general que puede afectar función cardiaca, por ejemplo. Por ello, “puede llevar a la muerte por paro cardiorrespiratorio. Además, pacientes con anorexia tienen más tendencia suicida”, advierte.
Añade la bulimia, caracterizada por el ciclo atracón-purga, pues “consiste en consumir grandes cantidades de alimentos en poco tiempo y sin control (atracón), seguido de arrepentimiento y mecanismo compensatorio de eliminar lo consumido mediante la purga, usando productos purgantes o auto provocándose vómitos”, detalla. Esto puede derivar en aumento y pérdida constante de peso o deterioro de la dentadura, entre varios otros efectos.
El trastorno por atracón también es frecuente. “En este, la persona consume un exceso calórico en poco tiempo y no lo elimina”, afirma Pantoja. De hecho, cifras indican que 20% de las personas con obesidad padecerían este trastorno. Por su dinámica, la ingesta masiva de calorías puede traducirse en otras condiciones como aumento de peso, colesterol alto, hígado graso o riesgo de diabetes, por mencionar algunas.
También están los trastornos por evitación, en que la persona evita consumir ciertos alimentos o nutrientes, lo que se traduce en una restricción calórica, añade. Esto también puede tener efectos en el estado de salud general por déficit nutricional.
Además, en general, todos los TCA pueden tener como causa y efecto aspectos vinculados a la salud mental, afectando el estado del ánimo, emociones y manifestando síntomas depresivos o ansiosos e, incluso, gatillar trastornos en dicha esfera, mermando mucho el bienestar.
Dada la génesis de los distintos trastornos de la conducta alimentaria y su impacto en la calidad de vida, la doctora Carolina Aruta, nutrióloga de Clínica Biobío, hace énfasis en lo importante de educar para sensibilizar y prevenir, llegando con acciones tempranamente a niños, niñas y adolescentes, dado que la vulnerabilidad se evidencia en dicha etapa, pero abarcar a toda la población. Plantea que clave es enseñar y promover la relación entre la alimentación y la salud general, más que con el aspecto físico o peso corporal.
La nutricionista Constanza Mosso, académica de la UdeC, releva que es importante implantar en la población que “la salud es un estado completo de bienestar físico, mental y social, y el peso no es una medida directa de salud”, aclarando que existe una diversidad de pesos tan grandes como formas corporales y no un único peso ni cuerpo saludable ni mucho menos que haya algunos no aceptables. Así, para prevenir los trastornos y otras afecciones de salud mental vinculadas cree que “el mayor desafío que tenemos como sociedad es tratar cada cuerpo con respeto y fomentar conductas saludables de alimentación, entendiéndose que una alimentación saludable es consumir todos los grupos de alimentos de forma balanceada, no es comer sólo frutas y verduras”.
Según coinciden las profesionales, todo debe ir de la mano de una actitud que evite comentarios negativos o prejuiciosos sobre la apariencia física de otros, más si se trata de infantes y adolescentes, procurando, como padres y adultos responsables, reforzar en hijos e hijas su autoestima. También importa fortalecer la confianza con espacios de diálogo y actividades familiares que permitan expresar sin temor sentimientos, preocupaciones y orientar e identificar conductas que alerten. En ese sentido, el llamado es si ve una señal de alerta, que pueden ser variadas, consultar con especialista para iniciar tratamiento.
-Control extremo y preocupación de porciones, calorías y tipo de comidas.
-Elección exclusiva de alimentos bajos en grasas, azúcar y carbohidratos.
-Temor al consumo de hidratos de carbono.
-Pesaje constante y pérdida del control del peso corporal.
-Bajas excesivas de peso y delgadez (muchas veces extrema) o constantes fluctuaciones entre alzas y pérdidas de peso.
-Evidente disconformidad con la apariencia física.
-Conductas purgativas (vómitos) o uso de productos diuréticos y/o laxantes.
-Descontrol en la ingesta de alimentos y posesión o hallazgo de comida y/o envoltorios escondidos en dormitorios u otros sitios.
-Ejercicio físico compulsivo.
Sergio Cabrera, especialista en Psiquiatría y académico UdeC, explica que el tratamiento de un trastorno de la conducta alimentaria debe ser multidisciplinario. “Hay tres pilares fundamentales. Uno es el tratamiento nutricional que debe ser realizado por nutricionista o nutriólogo. El segundo es la psicoterapia (con psicólogo) para cambiar las alteraciones de la conducta alimentaria. Además, debe haber tratamiento psiquiátrico (podrían precisarse fármacos)”, detalla.
No pasa por alto la evaluación del estado de salud general, ante los potenciales efectos de los distintos TCA, por lo que puede ser necesario también el control frecuente con otros especialistas médicos.
De ahí que define a estos tratamientos como complejos y de largo tiempo, sobre lo que advierte que “muchos cuadros tienden a la cronicidad, sobre todo cuando no se hacen los tratamientos adecuadamente”.