Productos con compuestos como amonios cuaternarios, si bien son efectivos para eliminar patógenos, también pueden contribuir a la resistencia a antibióticos.
La necesidad de contar productos como alcohol gel para aplicar en las manos y de otros para usarse en la desinfección de espacios o artículos, subió de nivel desde que explotó la crisis sanitaria de la Covid-19. Con justa razón, ya que su empleo puede contribuir a combatir, desde el cuidado y precaución, esta letal enfermedad emergente.
Eso sí, uno de los principales llamados es saber utilizarlos para hacerlo “de forma racional, adecuada y cuando corresponda”, sostiene el doctor Gerardo González, director del Laboratorio de Investigación en Agentes Antibacterianos (Liaa) y profesor titular del Departamento de Microbiología de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de Concepción, donde también es director del Programa de Magíster en Ciencias mención Microbiología.
González, también investigador asociado al Núcleo Milenio para la Investigación Colaborativa en Resistencia Antimicrobiana (Microb-R), aclara que el uso de productos en base a alcohol, como los de tipo gel, que pueden tener etanol, propanol e isopropanol, por ejemplo, son recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para desinfectar las manos. “Los productos en base a alcohol, especialmente etanol, son seguros y efectivos para reducir la carga bacteriana. El porcentaje de 70% es el que tiene mejor actividad antimicrobiana y, salvo que la persona tenga alguna condición especial de salud, no deberían causar irritación en la piel”.
Pero, recalca que usarlos debe ser sólo si no hay acceso a agua y jabón. Es que el lavado de manos es una medida básica de protección de salud, de ahí el énfasis en el llamado de hacerlo de manera frecuente, cada vez que sea necesario. “Si uno está en casa o en lugar donde sí se puede acceder a agua y jabón, la recomendación es lavarse las manos, durante 30 segundos, cubriendo toda la superficie de la mano y llegando a cada pliegue”, precisa el microbiólogo.
Sanitizantes y desinfectantes en base a cloro, amonios cuaternarios y otros compuestos, apunta, también tienen una positiva actividad antimicrobiana, pero no están diseñados para uso sobre el cuerpo, por ejemplo; algo que muchos han hecho en estos tiempos pandémicos. “A nivel doméstico, su empleo es para limpiar y desinfectar superficies o artículos”, afirma. Aclara que previamente siempre se debe hacer un aseo con agua y jabón para sacar la suciedad y asegurarse de que el producto tenga la acción apropiada sobre el material orgánico que pudiera ser patógeno. Y si se limpia un utensilio o superficie que posteriormente estará en contacto con alimentos, deben ser enjuagadas para su nuevo uso.
Al respecto, el científico advierte que, dichos productos, en contacto con la piel podrían ser irritantes y hasta tener cierto grado de toxicidad al ser inhalados y más aún ingeridos, con distintos y hasta severos riesgos para la salud. Por ello, pone especial acento en no adquirirlos en comercios informales y/o elaborados artesanalmente, porque podrían incorporar concentraciones equívocas de los ingredientes, transformando su empleo en lo contrario a protección.
Pero, si hay algo que Gerardo González resalta es que en productos con amonios cuaternarios y otros desinfectantes (no en base a alcohol), “se ha registrado que producen una presión de selección y pueden seleccionar bacterias resistentes a los antibióticos”, advierte. Y la resistencia a antibióticos es un fenómeno estudiado a nivel global y también en el Liaa, declarado como una de las grandes problemáticas mundiales de salud pública de la sociedad contemporánea desde muchísimo antes que la pandemia de la Covid-19.
El fundamental lavado de manos: Cada 15 de octubre es el día mundial de la acción considerada una forma sencilla, asequible y eficaz para prevenir múltiples enfermedades y salvar vidas, también de la Covid-19.
La resistencia antibiótica es un fenómeno que ocurre de forma natural en las bacterias y se relaciona con sus características. “Las bacterias son muy plásticas, desde el punto de vista genético, es decir, tienen una capacidad de variar muy frecuentemente y ello se traduce en alta capacidad de adquirir genes de resistencia a antibióticos, por ejemplo”, explica el microbiólogo Gerardo González. Y estos genes son transferibles entre bacterias, añade.
El problema de salud pública se configura porque con el uso masivo de antibióticos, desde su descubrimiento, ha aumentado la presión de selección y hoy una gran cantidad de bacterias son multirresistentes a muchísimos antibióticos que existen para tratar las infecciones que causan. Y, si esto continúa evolucionando, “en el futuro no tendremos posibilidad de tratamiento en enfermedades infecciosas provocadas por estas bacterias”, advierte Patricio Manzárraga, médico cirujano y tecnólogo médico mención Laboratorio Clínico, jefe de carrera de Tecnología Médica y académico de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, donde da cátedra de Microbiología.
Al respecto, explica que, en términos generales, la resistencia de las bacterias como problema de salud pública “se debe, principalmente, al uso indiscriminado de antibióticos, ya sea en tratamientos humanos o su abuso en la industria agropecuaria”. En este frente se incluye el empleo inadecuado por la automedicación.
La problemática ha sido particularmente evidenciada en hospitales de todo el mundo, Chile también, donde circulan estas “superbacterias”, principales responsables de las infecciones asociadas a la atención en salud (conocidas como infecciones intrahospitalarias). Hoy, 700 mil personas mueren cada año por infecciones causadas por bacterias resistentes y, según la OMS, si no se toman medidas de control, al 2050 la resistencia a antibióticos causará más fallecimientos que el cáncer y será la principal causa de muerte en el planeta.
Ahora, la Covid-19 se añade a la compleja ecuación y el temor es que la poco auspiciosa proyección se adelante, agravando una ya grave situación sanitaria, porque “se está generando una presión de selección mayor de la que ocurría antes de la pandemia”, sostiene Gerardo González. Primero, porque “se están usando en mayor medida y frecuencia muchos productos que contienen compuestos que generan presión de selección de bacterias en el ambiente”, precisa. Además, apunta que se suma un exponencial incremento del empleo intrahospitalario de antibióticos por el ingreso de pacientes Covid-19 positivos a las unidades de cuidados intensivos; se precisa administrar estos fármacos, ya sea de manera profiláctica o porque desarrollan una infección secundaria durante su estadía.
De ahí el llamado general, individual y comunitario, a mantener medidas para prevenir la Covid-19, usando los productos desinfectantes de forma adecuada y así también los antibióticos, evitando siempre la automedicación, porque “siempre que les usemos, estén bien o mal empleados, vamos a generar presión de selección de bacterias resistentes”, afirma González.
Dado el escenario, el microbiólogo y los equipos investigación en que participa quieren estudiar la evolución de una problemática que no se puede dejar de lado, porque es, ha sido y será una emergencia, por mucho que la pandemia sea la urgencia hoy. Así, las ideas que esperan llevar a cabo son “estudiar qué pasa con las bacterias ambientales por las sanitizaciones masivas con productos que tengan amonio cuaternario y saber si se generó una selección de bacterias resistentes en los pacientes Covid-19 positivo que han sido sometidos a tratamientos antibióticos”, adelanta.
Esto se contextualiza en una línea de estudios que llevan desarrollando por más de tres décadas en el Laboratorio que dirige González en la UdeC, recibiendo muestras de hospitales desde Antofagasta hasta Puerto Montt. Lo que le permite afirmar que “la resistencia a antibióticos es un problema local, nacional y global”, y les provee de muchos datos para comparar el fenómeno antes y después de la pandemia.