Esta semana se galardonó a quienes identificaron al virus con el Premio Nobel de Medicina, porque su trabajo ha permitido salvar millones de vidas en el mundo, tal como destaca el gastroenterólogo Carlos Valenzuela, especialista de Hospital Las Higueras.
El mes inició con la celebración, el 1 de octubre, del “Día Internacional de la Hepatitis C”, y esta semana con los anuncios de los Premios Nobel 2020 y, específicamente, la apertura fue con los galardonados para la categoría de Medicina: el trío de virólogos que descubrieron este virus. Michael Houghton (británico), Harvey Alter y Charles Rice (estadounidenses), fueron reconocidos porque con sus estudios y hallazgo del agente viral han permitido salvar millones de vidas, posibilitando impulsar estrategias para combatir una patología que afectaría a 71 millones de personas a nivel global, según uno de los informes más recientes de la Organización Mundial de la Salud.
Y es que se trata de una infección de gran impacto en la calidad de vida y salud pública, que puede causar la forma crónica de la enfermedad (inflamación al hígado), cirrosis hepática y cáncer al hígado, con altas tasas de mortalidad, según explica el doctor Carlos Valenzuela, médico gastroenterólogo del Hospital Las Higueras de Talcahuano y de Clínica Biobío de Concepción, aclarando que previo al trabajo de los laureados “se llamó virus hepatitis no A y no B”, siendo dichos agentes los conocidos y hasta hoy más frecuentes junto al C, pero en la década de 1960 se identificó a pacientes que desarrollaban una inflamación al hígado tras recibir una transfusión de sangre no atribuible a dichos virus. De ahí que, en adelante, muchos la mencionan como “hepatitis de transfusión sanguínea”.
En efecto, aclara que el contagio se produce desde sangre infectada, donde la transfusión ha sido una de las principales vías de transmisión. “Otras formas de contagio son por el uso de agujas contaminadas”, añade Valenzuela, lo que se puede dar en consumidores de drogas por vía endovenosa que comparten jeringas, pero también al reutilizarse insumos sanitarios en centros de salud o en sitios donde realizan tatuajes y/o piercings (bajo malas prácticas). Agrega podría contagiarse por contacto sexual, pero es de muy baja ocurrencia.
Ahí se contextualizan los estudios de los laureados este 2020 como un trascendente hito para la salud humana y pública, pues el especialista destaca que con el descubrimiento del patógeno permitieron, por un lado, “generar métodos de detección para controlar su transmisión” y estrategias de salud pública para la pesquisa, como el análisis de todos los suministros de sangre en el mundo.
Por el otro, posibilitaron “desarrollar tratamientos para esta enfermedad que son cada vez más efectivos”, sostiene. “Las terapias al comienzo no eran de tan alta efectividad, pero hoy y principalmente desde hace 5 años los tratamientos para hepatitis C son tan efectivos que muchas veces son curativos”, asegura.
El problema, no obstante, es que advierte que “esta forma de hepatitis actúa de forma solapada, da pocos síntomas y cuando aparecen los pacientes están con una cirrosis hepática avanzada. Y el paciente desarrolla esa enfermedad de 10 y hasta 20 años después de haber contraído el virus”. Esto, releva, significa que pudo haber vivido con la infección por décadas sin saberlo y así también haber estado contagiado a otros si su acción se vincula a uno de los factores mencionados. De hecho, se estima que en el mundo hay 290 millones viviendo con hepatitis B o C que no están diagnosticadas.
Ahí la relevancia de la pesquisa, el acceso a exámenes preventivos y de mantener conductas responsables, que pueden ser tan simples como sólo hacerse tatuajes o perforaciones en sitios con personal capacitado y autorización sanitaria.
A nivel nacional y regional, las hepatitis A, B y C son las más frecuentes, pero la última “afortunadamente, no es prevalente. En nuestra población las principales causas de cirrosis hepática están asociadas al consumo masivo y crónico de alcohol u obesidad, a diferencia de naciones como Estados Unidos, India o China, donde la principal causa es la hepatitis C. Esto tiene que ver con el alto uso de drogas de administración endovenosa que, favorablemente, en Chile es poco prevalente”, sostiene el gastroenterólogo Carlos Valenzuela.
Pero, además de lo relacionado a las conductas, para el profesional lo que ha sido más crucial es que en 1996 se implementó, a nivel nacional, el análisis de todas las donaciones de sangre en busca del virus de hepatitis C, pues ésta era la principal vía de transmisión en Chile. En efecto, la medida sanitaria se ha traducido en control de los contagios y en pesquisa activa de los pacientes afectados. Añade que en la misma línea, “los médicos que vemos pacientes con hepatitis o cirrosis, a todos les solicitamos acceder al examen para identificar si, eventualmente, tienen la infección por virus de hepatitis C y así poder tratar a tiempo”.
Esto, porque el doctor Valenzuela destaca que una baja ocurrencia no significa que en el país o la Región del Bío Bío no haya casos detectados o subdiagnosticados (debido a lo silenciosa que es la evolución de la infección) ni que su impacto sea menor. Por ende, en Chile, los pacientes prioritarios tienen acceso a nuevas terapias a través del Auge/GES, y las estrategias de pesquisa jamás deben despreocuparse.
“La mayor concentración de pacientes con hepatitis C en nuestro país está en el grupo de personas que recibieron transfusiones sanguíneas antes de 1996, quienes se han realizado tatuajes o personas que han viajado a naciones con mayor tasa de infección y volvieron con ésta (por exponerse a uno de los factores de riesgo)”, detalla.
Así, a nacidos antes de 1996 y sobre todo si recibieron transfusiones de sangre, además de quienes estén en grupos de riesgo por el potencial uso de agujas contaminadas, está el énfasis del llamado a acceder a un examen preventivo u oportuno de detección de hepatitis C para aunar los esfuerzos contra la patología en Chile, que junto a la hepatitis B cobran más de 1 millón de vidas al año en el mundo.
Hay 5 virus que causan hepatitis (aguda o crónica), pero el doctor Carlos Valenzuela define a los A, B y C como los más comunes en Chile y en orden decreciente, donde el A es el más frecuente.
Explica que los A y B, a diferencia del C, “suelen presentarse como hepatitis aguda, más sintomáticas y manifestaciones como ictericia, fiebre y vómitos en muchos casos”. Para estos también existen vacunas y disponibles en el Plan Nacional de Inmunizaciones. Pero, B y C comparten el ser causante de patología crónica, conducir a cirrosis hepática o cáncer de hígado, y en la transmisión por sangre y otros fluidos corporales, aunque resalta que “el B principalmente es de transmisión sexual”.
Y aunque se ha dado como fenómeno la transmisión por dicha vía en la hepatitis A, Valenzuela destaca que “se contagia principalmente por alimentos o agua contaminados con el virus”. Y lo que releva es que “en estos 6 meses de pandemia ha habido muy pocos casos de hepatitis A versus los dos últimos años, en que hubo brotes”, lo que atribuye a que “las personas se están exponiendo a menos riesgos al estar más conscientes de lavarse las manos, de extremar las medidas de higiene y la limpieza de los alimentos”.
Por ello, enfatiza que si esto es un hábito, junto con siempre beber sólo agua potable y no de pozo o estancada, “se puede proteger sustancialmente la salud del virus de la hepatitis A y de muchas otras enfermedades que causan patógenos entéricos como la salmonela o la fiebre tifoidea”.