Un tercio de lo que se produce en el mundo para el consumo humano termina en rellenos sanitarios. Fenómeno es multicausal y se da a gran escala, en productores y comercio, y también en lo doméstico.
La llegada a la basura, cada año, de millones de kilos de alimentos aptos para el consumo humano es una problemática tan latente en el mundo que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por siglas en inglés) celebró este 2020 el primer Día Internacional de Conciencia de la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos (PDA), el recién pasado 29 de septiembre y adoptado el año pasado.
La relevancia está en que este organismo reconoce “una pérdida de cerca de 1.300 millones de toneladas de alimentos al año a nivel global”, advierte la nutricionista Claudia Troncoso, docente e investigadora de la Facultad de Medicina y del Centro de Investigación en Educación y Desarrollo de la Universidad Católica de la Santísima Concepción. En otras palabras, se habla de que un tercio de los alimentos que se producen para consumo humano en el mundo terminan en un relleno sanitario. En América Latina y El Caribe se pierde cerca del 11% de los alimentos producidos.
Un problema social y de salud pública que, sostiene, “debe ser una alarma para la comunidad en general, porque impacta directamente en la seguridad alimentaria de la población, porque se puede traducir en falta en disponibilidad, acceso y consumo de los alimentos, lo que puede repercutir en la presencia de situaciones más extremas como el hambre y malnutrición por déficit de nutrientes en la población”.
Lo lamentablemente paradójico es que la ONU estima que 820 millones de personas padecen hambre a nivel global, definiendo al “hambre cero” como uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que estableció para lograr la meta de erradicar la pobreza y asegurar la prosperidad del planeta y la humanidad al 2030. Estos propósitos, recientemente, han cumplido cinco años de trabajos para avanzar en los retos.
La investigadora Claudia Troncoso explica que la PDA es un problema multicausal, pues se puede presentar por alteraciones en la cadena en alguna de sus distintas etapas, desde la producción hasta el comercio o bien por conductas asociadas a los consumidores. Falencias en el almacenamiento o manipulación u obtener más productos de los posibles de comercializar o consumir están entre los factores que derivan en la realidad de desechar alimentos que pudieron haberse consumido.
En Chile no existen cifras concluyentes sobre el fenómeno, pero de a poco se ha ido avanzando en su análisis de acuerdo a estadísticas de la industria y con algunos estudios. Uno fue el que realizó la Universidad de Talca en 2011 que reveló, por ejemplo, que 26% de los chilenos dice comprar más alimentos de los necesarios y el 95% que es una práctica habitual botar comida acumulada en el refrigerador. A nivel regional, lo que puede demostrar la magnitud del fenómeno, es que el Banco de Alimentos Biobío Solidario (www.biobiosolidario.cl) rescata cerca de 60 mil toneladas mensuales de productos aptos para el consumo humano que, sin su existencia, se habrían desperdiciado.
Y sobre todo ante la crisis sanitaria por la Covid-19, en que han recibido importantes donaciones vinculadas a situaciones derivadas de la pandemia, que en opinión de Troncoso y también de la FAO se configura como un fenómeno agravante de la problemática de la PDA en números e implicancias, debido a las diversas restricciones implementadas y sus efectos sociales. Muchos comercios o restaurantes debieron cerrar y quedarse con lo adquirido para su normal funcionamiento y también hay personas que, ante el temor del desabastecimiento, en algún momento compraron más de lo que en realidad podrían consumir, por ejemplo.
Disminuir la problemática de la pérdida y desperdicio de alimentos, según la investigadora Claudia Troncoso, debe tener a la base la sensibilización a la población en general, desde empresas hasta individuos, sobre la magnitud y todas las dimensiones que envuelven al fenómeno en sus causas y efectos. De esta forma será posible demostrar la responsabilidad que cabe en la contribución al problema, pero también en su solución.
Porque es posible colaborar y no hay mejor ejemplo para la Región que la labor que desde 2014 está haciendo el Banco de Alimentos Biobío Solidario, el único en su tipo fuera de la Región Metropolitana.
Esta corporación sin fines de lucro, cuya gerenta es Clahudett Gómez, tiene el desafío de salvar alimentos y así contribuir al “hambre cero”, pues todo lo que rescatan es entregado a personas en situación de vulnerabilidad a través de organizaciones sociales inscritas en su registro.
Con cifras de rescate que se han duplicado desde que comenzaron, detalla que éste se encuentra “dividido en 40% de frutas y verduras, 38% lácteos, 7% pescados y recursos del mar, 4% abarrotes, 2% carnes, 2% cereal, y el porcentaje restante se divide en distintos tipos de alimentos”. Todo lo que salvan, añade, “se lo entregamos a más de 31 mil personas de la Región del Bío Bío”.
Ello es posible porque el Banco recibe donaciones de 22 empresas de la agroindustria alimentaria, y sabe que más podrían unirse a la cruzada, porque el éxito que ha ido en ascenso deja de manifiesto las cifras negras que rodean al desperdicio o pérdida de alimentos a nivel, pero sobre todo la gran diferencia que se puede hacer al cambiar las conductas y mejorar las prácticas.
Justamente, la clave ha estado en una nueva consciencia basada en el paradigma de dar valor social desde el valor nutricional a aquello que perdió su valor comercial, porque Gómez cuenta que “rescatamos alimentos que dejaron de ser comercializables, pero aún están aptos para el consumo humano”, porque la realidad es que no todo lo producido llega al destinatario final por razones como fallas en la rotulación o proximidad de la fecha vencimiento y madurez de vegetales.
El quehacer en el Banco de Alimentos Biobío Solidario no opera a nivel doméstico, pero el desafío se debe trabajar a todas las escalas y eso incluye lo comunitario o personal. Desde su experiencia, la educación ha sido un factor para impulsar el cambio; lo que partió como un reto es hoy un logro en lo que se ha requerido trabajar con las empresas que donan y los beneficiarios.
Lo que tiene que ver con la pérdida del valor comercial no es de implicancia en los contextos íntimos, pero Gómez se detiene en el problema del desconocimiento y errores que se dan mucho en las frutas y verduras; justamente, el grupo que más reciben y se desperdicia desde la industria, pero también domiciliario. Cree que esto se debe a que “en general, nos dejamos mucho llevar por la apariencia del alimento y a los vegetales los desechamos cuando vemos que su aspecto y coloración cambió, que está muy madura, que estéticamente no se ve tan atractivo”. Pero, asegura, que eso está lejos de significar que esté en mal estado o sea menos nutricional.
Por tanto, promover el mirar los alimentos desde su valor nutricional y no su apariencia ha sido parte del trabajo y en ello aportó Nutrición y Dietética de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Concepción, que a través de un Proyecto de Extensión desarrolló un recetario enfocado a “optimizar el uso de alimentos en un punto de maduración alto, que proveedores y compradores no quieren usar y van directamente a desecho”, precisa Julieta Sánchez, investigadora y académica que dirigió la iniciativa que realizó junto a tres colegas.
El manual fue hecho pensando en las organizaciones a las que apoya el Banco, pero la también jefa de Investigación y Desarrollo Docente de la Dirección de Docencia de la casa de estudios dice que “cualquier persona podría usarlo” y, por eso, la idea es publicarlo online, porque sabe que para cambiar hay que enseñar que el máximo aprovechamiento de los alimentos tiene implicancias económicas, prácticas y nutricionales. Por ejemplo, en cáscara y tallos de vegetales hay más concentración de nutrientes, pero son las partes más desechadas.
Por eso, ve a las acciones concretas en pos de mejores conductas de consumo, en todas sus dimensiones, como la llave maestra y Sánchez destaca que “es súper importante que la academia trabaje con las organizaciones sociales y la comunidad, como hicimos en el recetario y muchos otros proyectos, para que el conocimiento que se genera en las universidades salga del aula o laboratorios y se traspase a ellos”. Y, así, contribuir, en este caso, a la solución de la pérdida y desperdicio de alimentos.