Que funcione la naturaleza y sus componentes provee desde agua y comida hasta control de plagas y oxígeno al ser humano. Para ello es vital el balance que hoy está en riesgo.
Que la WWF difundiera el informe “Pérdida de la naturaleza y pandemias: un planeta sano por la salud humana” ante la emergencia de la Covid-19, si bien es un llamado de alerta también lo es de consciencia sobre una virtuosa relación.
Es que existe un primigenio vínculo entre la naturaleza y su biodiversidad con el bienestar humano, precisa Cristian Echeverría, doctor en Ecología del Paisaje y profesor titular e investigador de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción, donde es director del Laboratorio de Ecología del Paisaje y de la iniciativa Foresta Nativa. “En el vínculo, al medio, están los servicios ecosistémicos, servicios que proveen los ecosistemas para el bienestar humano”, dice. “Cuando los componentes de la naturaleza funcionan, provee servicios importantes para el bienestar humano. Si se alteran los componentes se pierden los servicios y afecta al humano en diferentes formas”, aclara.
Los servicios ecosistémicos son tan variados como especies de flora y fauna existen cumpliendo un rol crucial en el ambiente que habitan. Y son más que obtener alimentos.
Para ejemplificarlo, Echeverría destaca que el equilibrio en los ecosistemas implica que exista una cadena trófica con capacidad de controlar plagas y enfermedades, pues hay depredadores (y también hospedadores) de organismos que pueden ser causantes de problemas. “Cuando hay una alteración de la biodiversidad se pierde el equilibrio y los ecosistemas también pierden la capacidad de regular, lo que termina trayendo consecuencias negativas para el ser humano”, alerta.
Añade que “la presencia de bosques nativos permanentes en lo largo de las cuencas y cursos de agua (en Chile) regulan el flujo de los caudales. Perder bosque afecta la regulación de los caudales y eso tiene como consecuencia que la gente no tenga agua en el verano”.
Y es gracias a la flora que tenemos aire para vivir, pues produce el oxígeno que respiramos, y el experto agrega que la presencia de árboles o bosques urbanos, además de contribuir a la calidad del aire, proveen sombra durante el verano.
No obstante, el doctor Echeverría, que destaca a Chile por su rica biodiversidad y alto endemismo, resalta lo mermada que está nuestra naturaleza “porque nos hemos encargado de deforestar y destruir bosques y hábitats de tantas especies que, por ejemplo, podrían tener potencial medicinal”, lamenta. Y de muchas quizá nunca se sepa.
Releva, en dicho sentido, el caso del Quillay, “un árbol que puede tener un compuesto muy importante para desarrollar una vacuna contra la Covid-19, pero, según estudios en nuestro laboratorio, en los últimos 30 años han ido desapareciendo los bosques naturales de esta especie en la zona central”. En otro trabajo hallaron que “un 73% de la flora nativa está en un grado de amenaza a su conservación y una situación similar pasa con especies de anfibios y reptiles”, advierte.
Sin embargo, no todo está perdido y aún se podría actuar. Y más allá de lo necesario que sea generar políticas públicas o robustecer las existentes que aporten solución al resguardo de la biodiversidad, opina, el gran cambio en virtud de la conservación está en la comprensión y genuina valorización de lo que provee la naturaleza, que trasciende de lo tangible y del provecho económico, pero que es aún más vital, en todo sentido. Porque, a fin de cuentas, lo que jamás debemos olvidar es no vivimos con la naturaleza, sino gracias a la naturaleza.