Entre los pelambres al maltratado por la historia, el emperador Nerón, se le atribuye el guardar sus lágrimas, en un frasquito lacrimatorio para demostrar lo sensible que era. En los duelos de los personajes importantes, las penas de los inmediatamente afectados no eran suficientes, se recurría a las plañideras o mujeres que se les paga por llorar, una práctica ancestral que griegos y romanos heredaron de los hebreos, y que se presume se originó en Egipto, que es más o menos lo mismo que decir que nadie sabe cuándo empezó en realidad.
Cuando alguien fallecía se contrataba a mujeres para que lloraran e hicieran público el lamento y el dolor de la familia; entre más importante o acaudalado era el difunto, más plañideras acudían al funeral. En aquellos tiempos, además de llorar, solían llevar un jarrón donde depositaban sus lágrimas como una demostración del estatus de la persona fallecida y el hondo dolor que provocaba en sus allegados.
En Latinoamérica, esta costumbre se desarrolló a partir del siglo XVII volviéndose una actividad donde el precio, así como estatus del difunto, se elevaba dependiendo del número de mujeres contratadas y la intensidad del llanto y los gritos.
No es tan antiguo como parece, la BBC informa que en España, como ocurre en otros países, con la aprobación de sacerdotes católicos de parroquias rurales, han regresado las plañideras, mujeres que reciben dinero por rezar y derramar lágrimas por muertos que les son desconocidos. Para rezar y llorar por un muerto desconocido, las mujeres reciben entre 20 y 30 euros por día, lo que podría explicar que, a falta de sentimientos o recursos, algunos prefieran derramar lágrimas de cocodrilo.
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