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Carta al director

Daniel Ortega, la pasión por el poder

Por: Diario Concepción 24 de Julio 2018

No hay nada más propio del hombre y, por ende, de Latinoamérica, que la pasión por el poder. Y es justamente la imagen del caudillo, que lo representa con toda exactitud. Recordemos, como experiencia de la realidad histórica, algunas figuras de algunos prominentes caudillos: Juan Manuel Rozas (Argentina), Mariano Melgarejo (Bolivia), Andrés Santa Cruz (Perú-Bolivia), Juan Vicente Gómez (Venezuela), José Antonio Paéz (Venezuela), Antonio López de Santa Anna (México), Anastasio Somoza García (Nicaragua) y, muchos otros que vivieron por el poder.

Sin embargo, a pesar de la heterogeneidad de personalidades existentes, podemos encontrar algún patrón de lo que es el caudillo latinoamericano: una personalidad fuerte y carismática, que atrae a sus seguidores que se someten a su autoridad y que a la vez los intimida; que llegan al poder por la fuerza de las armas, y forma en su entorno un clientelismo que se satisface del botín o de los privilegios que desde el gobierno distribuye, a cambio de lo cual exige incondicionalidad a su persona; en la mayoría de los casos el caudillo no crea una institucionalidad, y las instituciones existentes se transforman en una mera formalidad, más bien la autoridad se encarna en su persona, y los poderes estatales se conciben en relación a su voluntad autoritaria.

El paso de Daniel Ortega de revolucionario sandinista a caudillo es interesante. Ha tenido, hasta el momento, dos períodos largos en el ejercicio del poder. Uno, de 1979 a 1990 al asumir la presidencia del Directorio a cargo del gobierno de Reconstrucción Nacional, después de la caída de Somoza. El otro, es más reciente, es elegido 2006, reelegido 2011 y 2016, cumpliendo por segunda vez un largo período, y aprestándose ahora para gobernar, al menos hasta 2022.

El punto de entrada institucional de la lucha de Ortega por el poder, ambición que con seguridad venía alimentando desde el triunfo de la revolución, se produce en la coyuntura de acercamiento con su antiguo enemigo, Arnoldo Alemán (Partido Liberal Constitucionalista) mediante la celebración de un pacto que permite en los años siguientes una reforma constitucional, que consistió en rebajar el porcentaje mínimo de votos para alcanzar la presidencia (35%) y ampliar el número de magistrados en la Corte Suprema. Reforma que permitió elegir a Ortega el año 2006, luego los magistrados sandinistas, en una decisión irregular, establecer la reelección de su caudillo y posteriormente en 2009, cuando Alemán estaba condenado por 20 años por corrupción y enriquecimiento ilícito, declarar los jueces, por indicación de Ortega, el sobreseimiento de dicha causa, con el estupor de aquellos que aún seguían creyendo en la honestidad de la política y del cumplimiento de la ley.

Ortega, lentamente tomó el control del Frente Sandinista de Liberación Nacional, posicionando sus incondicionales en la institucionalidad del partido y en el Estado, se apoderó de la narrativa de la revolución del sandinismo a través de celebraciones sin contenido y, sin lugar a dudas, la última elección fue fraudulenta. Sus actuales ministros carecen de autoridad, su autoritarismo no da lugar a ningún tipo de deliberación dentro del gobierno. Después de 2007 comienza a recibir ingente cantidad de dólares del presidente Hugo Chávez, 6 mil millones de dólares, que maneja a su arbitrio personal, estableciendo una política populista en los barrios pobres, donde se impone mediante prebendas y premios para los leales y, a los otros, castigo, temor y silencio.

Ese mismo dinero ha corrompido a parte de la oposición en la Asamblea Nacional, silenciando a los disidentes o recurriendo a ilegalizar los partidos. Así, maneja a jueces y al Consejo Supremo Electoral. El sistema político ha sido resquebrajado en su espíritu y en su actividad esencial de expresión de la ciudadanía, deviniendo en una dictadura que se transforma en una cruel y sangrienta tiranía, que para mantenerse el poder usa la represión y masacra sin escrúpulos para atemorizar al pueblo que se rebela en sus derechos esenciales de libertad.

Arnoldo Pacheco Silva
Historiador

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