Uno de los capítulos de nuestra historia que mayor cantidad de tinta han gastado nuestros historiadores, es la Guerra de Arauco, ya que desde la conquista a través de los cronistas, tenemos los mejores relatos de los hechos vividos, incluso por los mismos protagonistas de lo narrado. Lo más conocido de esta gesta araucana, son los personajes que desde niños hemos leído y mantenido en nuestra memoria. Por ahí pasan héroes como Caupolicán, Lautaro, Galvarino, Rengo, Lientur, Ainvillo, que mezclado con Pedro de Valdivia, Villagra, Inés de Suárez y otros, nos hicieron vibrar con sus hazañas contadas por nuestros maestros de historia en nuestra infancia en el colegio. Pero caciques más recientes que resistieron peleando al lado patriota o realista durante la independencia y años posteriores a ella, no han tenido la relevancia de los antes dichos. Uno de estos casos lo constituye el cacique Francisco Mariluan, quien le tocó vivir luego de la independencia en la década de 1820, el conflicto producido por tres factores que fueron: una división de las agrupaciones mapuches donde cada Lonco optó por su lado, el surgimiento del estado chileno a partir de 1818 que trajo un nuevo tipo de relaciones y el impulso de éste por incorporar la Araucanía al territorio, y por último, la presencia de fuerzas rebeldes dentro del territorio araucano que pretendieron revertir la independencia volviendo a la monarquía hispana.
Francisco Mariluan se transforma según la historia, en un puente de plata entre el estado de Chile y su intento por agrupar al sur del Biobío una fuerza de trance, que mantenga los equilibrios en la frontera, a través de parlamentos y otras instancias.
Según Vicuña Mackenna, Mariluan habría sido educado por los misioneros de Chillán quienes le enseñaron la lengua castellana y algunas nociones de gobierno y religión que de alguna manera lo ponían de lado de la monarquía española. Entre sus rasgos se destaca que era un indio sumamente bravo, batallador, que para alentar a los suyos se tiraba del caballo en medio del combate y peleaba a pie sin más armas que su lanza. “Hombrudo pero pequeño, de cuerpo y de rostro duro y atezado, véiasele siempre delante de sus mocetones amolucándolos con él ¡ya, ya, lapé ¡ lapé, que precede al toque del culcuy antes de las cargas y no volvía a retaguardia, sino con la lanza cho
rreando sangre o derramándola él de sus heridas”.
A diferencia de los demás caciques, Mariluan era católico practicante, quizás el único que recibía en su casa a los misioneros franciscanos de Chillán, de allí su adhesión al Rey de España, recibiendo desde 1779 sueldo del gobierno español como “Cacique Gobernador de Bureo” y en esa calidad había asistió a muchos parlamentos. Sus hijos estudiaban en el colegio de Chillán, incluso uno de ellos fue soldado en el Ejército de Chile.
Luego del triunfo de las armas patriotas y del surgimiento del estado de Chile, Mariluan tomó la causa de la independencia. Al término de la guerra a muerte, Mariluan optó por una vida pacífica, muriendo en Pilhuén, cerca de Mulchén en el año de 1836. Sus descendientes heredaron ricas tierras, las cuales perdieron en ventas fraudulentas como cesiones realizadas por su mujer y su hermana Carmen Mariluan, casada con un cacique de la zona.
Hoy, un pasaje ubicado en calle Lautaro, entre Rozas y Camilo Henríquez hace honor a este heroico y aguerrido cacique mapuche.
Alejandro Mihovilovich Gratz
Profesor Historia y Geografía
Investigador del Archivo Histórico