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Es fácil, desde la vereda de occidente, condenar al mundo islámico. En general los castigos (a través de discriminación, encarcelamientos injustos, deportaciones, etc.) se los llevan los musulmanes y eso hace que nuestra postura sea más que injusta. Es por ello que debemos diferenciar claramente a terroristas de simples ciudadanos que profesan su fe, cualquiera que ésta sea. Incluso haciendo esta distinción creo complejo criminalizar a personas que están luchando por lo que ellos creen justo. El extremismo o fundamentalismo nace como reacción a las acciones históricas de occidente, por lo que, al menos, tenemos que compartir la culpa.
Dicho esto, atentados como el del Manchester Arena son absolutamente inexcusables. El ataque que dejó muertos o heridos a cerca de 100 “cruzados” (como nombra el autodenominado Estado Islámico a las personas que no son yihadistas, en directa alusión al cristianismo) tuvo como objetivo a niños y adolescentes que disfrutan de un concierto. Niños inocentes, cuya única culpa es haber nacido en un país “infiel”.
Es simple, entonces, entender por qué nos duele más este ataque que uno en Yemen o en Afganistán. No nos duele solo por las vidas perdidas, sino que porque es un ataque contra “los nuestros”. Lamentablemente mientras vivamos en un mundo en el que existen “ellos” y “nosotros”, vamos a seguir presenciando tragedias como éstas.
No obstante ello, hoy lo más doloroso es la deshumanización del conflicto. No hay objetivo alguno que justifique quitarle la vida a otro ser humano, menos aún si éste es tan lejano a la causa como un niño. Y por eso hoy todos nos sumamos al dolor de las víctimas, de sus familias y de su nación.
Constanza Fernández Danceanu
Directora de Ciencias Políticas y Administración Pública
Universidad San Sebastián